Juan Laborda Barceló

#MAKMALibros
‘Alice Guy. En el centro del vacío hay otra fiesta’, de Juan Laborda Barceló
Colección Palabras Hilanderas
Ediciones Huso, 2022

Alice Guy-Blaché fue una cineasta «que concitó muchos elementos renovadores, tanto estilística como técnicamente, y que hasta hace muy poco la encontrábamos en un vacío», ratificaba, a modo de admonitoria introducción, el escritor, historiador y docente Juan Laborda Barceló durante la presentación de ‘Alice Guy. En el centro del vacío hay otra fiesta‘ (Palabras Hilanderas, Huso) en la XXXV Semana Negra de Gijón.

Una oquedad, henchida de oscurantismo y estrépito, demasiado sugestiva para sortear con sigilo. «A veces parece / que estamos en el centro de la fiesta. / Sin embargo, / en el centro de la fiesta no hay nadie. / En el centro de la fiesta está el vacío. / Pero en el centro del vacío hay otra fiesta», rubricaba el poeta argentino Roberto Juarroz.

Una algarabía, arcana y cóncava, cuyos versos estimulan a Laborda para titular un ensayo conciso, con morfología de libellum (“libro pequeño”), que atesora por objetivo natural la restitución de un “borrado de su memoria y de su obra”. Una damnatio memoriae que el autor analiza con el tan límpido como ubérrimo esfuerzo de cerner la filmografía de una cineasta imprescindible, sobre la que habría de edificarse buena parte de los fundamentos del “cine silente”.

Un matiz transmutado, a la par, en enmudecido infortunio con el que transitar, a cuestas, por los sepultados vestigios de su obra, que incoa la diégesis narrativa de la historia del cine a través de ‘El hada de las coles’ (1986) –“El hada fecunda de Alice Guy es tan icónica como el cohete hincado en el ojo de la Luna de Méliès”, pondera Laborda en su texto–, con la que educar la primera mirada fílmica con perspectiva de género.

Acaso un travestismo que emerge, mediante un beso de roles andróginos, a ‘La salida de Arlequín y Pierrot’ (1900), o instituye una distopía feminista –’Las consecuencias del feminismo’ (1906)– de “hombres amanerados y plenos de afeites, sumisos y cariñosos”. Una cáustica trasposición tan vituperante con las abyecciones de la sociedad del momento como crítica, ‘En las barricadas’ (1907), con las coerciones militares, cuyo “edificio patriótico” desarticula una sola mujer.

Por todo ello y un millar escindido de razones subsidiarias, nada más elocuente que platicar sobre Alice Guy con Juan Laborda Barceló, historiador de verbo erudito y apasionado y autor de un fragante universo literario que nos ha porteado la memoria por el París de los años 60 –’La fragilidad del neón‘ (2014)–, el empíreo corrupto del Levante –’Paraíso imperfecto‘ (2017)– o la melancolía límbica como magisterio del pasado –’Y entonces volaron‘ (2020)–, y cuya avezada cinefilia ya hubo escudriñado a tipos tan bienaventurados para el espíritu como Terry Gilliam o Nicholas Ray, o garbeado las entrañas por las periferias del cine quinqui.

Departamos, entonces, en torno de una aventajada cineasta que se adentró, a golpe de levas, cacumen y utopía, en el caliginioso sanctasanctórum de los primeros nickelodeons –a este y oeste atlántico de las prosapias del celuloide– e inquirir los enigmas de la gran proscrita del séptimo arte.

Juan Laborda Barceló. Alice Guy

¿Cómo recibe un historiador y cinéfilo la tardía revelación de la figura y obra de Alice Guy? En su momento, muchos colegas académicos la acogieron con cierto grado de escepticismo y denostación.

Yo tiendo a pensar que me pasó como a San Pablo camino de Damasco: que me caí del caballo. Yo consumía mucho cine silente, mucho cine mudo del más canónico: mucho Georges Méliès, la Escuela de Brighton…, para luego explicarlo. Me acerqué a su figura con ciertos prejuicios, pero los cortos de Alice Guy fueron los responsables de mi pasión por su obra.

Sin embargo, hay una cosa que también quiero distinguir, que me parece importante: que es ella –el personaje de Alice Guy– y su obra. Y me explico: Alice Guy es un personaje fascinante, del que podríamos hacer un novelón o se podría hacer un culebrón casi de aires venezolanos con su vida, porque le pasó de todo. Pero a mí me parece que eso, de alguna manera, es un ataque a su obra, porque si fuera un creador masculino hubiéramos atendido primero a su trabajo.

Descubrí su cine antes de saber nada prácticamente de su vida, a golpe de link –porque hay mucho contenido de libre acceso–, y tengo que reconocer que la ingenuidad sugerente que tiene su obra me fascinó. Y me sedujo, también, que era una obra muy hecha para los años en los que nos estamos moviendo. Estamos hablando de que ella empezó a producir cine en 1896: aún estamos en los albores del cine, acaba de ocurrir ‘El regador regado’ [Louis Lumière, 1895], el primer gag, un enfoque nuevo, más allá del ámbito teatral, y ella supo (que creo que es lo difícil) trasladar la capacidad narrativa, la capacidad de transgredir, a un lenguaje nuevo.

Esto se percibe hoy en día incluso más que entonces. En las presentaciones que hacemos en Madrid, proyectamos cortos a un público que sabe más o menos de cine y, en general, la gente entra, con una brevísima explicación, en los cortos de Alice Guy. Son semióticos y, además, son entretenidos, que es lo complicado.

Y, quizás, lo más importante de todo.

Es lo más importante porque te captura con cualquiera de sus historias. Evidentemente, tampoco quiero hacer un panegírico de ella. Conservamos algo más de una centena de entre más de mil cortos. Evidentemente, tendrá obra mayor y menor que habrá que ir, poco a poco, recuperando. Pero lo cierto es que cuando yo me aproximé a Alice Guy –gracias a una de mis alumnas– y en clase empecé a investigar y a ver sus cortos, no he podido despegarme de ellos y he sabido cultivar los sucesivos descubrimientos: una serie de claves, a veces simbólicas, a veces más narrativas o anecdóticas, que eran pertinentes entonces y lo siguen siendo.

Siguen apelando al espectador contemporáneo. Incluso, a nivel compositivo y cronológico, son muy aptas para espectadores neófitos.

Sí. Son películas de diez, quince minutos. Píldoras de tiempo mediante las que descubres que se abre un universo. A partir de ahí, mi percepción sobre ella cambió y lo que me llevó a hacer este ensayo para la colección ‘Palabras Hilanderas’ es la necesidad de resolver una damnatio memoriae.

Ella fue un pilar invisible de la historia del cine y debemos recuperarlo (no digo auparlo, digo ponerlo en su lugar). Igual que Georges Méliès es el padre de la narración moderna, en esa misma época, de frenética actividad, esta mujer también lo era, y hasta hace muy poco no lo sabíamos.

Fundamentalmente, lo que recomiendo a la gente es adentrarse en su obra, aparte de leer sus biografías –que las hay–. Por ejemplo, acaba de salir ahora un cómic sobre su vida…

Sí, ‘Alice Guy‘ –con dibujos de Catel Muller y guion de José-Louis Bocquet (traducido al catalán por Marta Marfany)–, que en Francia ya lleva más de 35.000 ejemplares vendidos.

Es que ese es otro tema que podemos hablar: en Francia han denostado a Alice Guy…

Así lo aseveró ella misma…

Sí. Le concedieron la Legión de Honor [en 1953] para acallarla, de alguna manera; la propia Gaumont la borró de los anales de su historia y ahora parece que hay una cierta recuperación. Pero no nos engañemos, la única asociación cultural que lleva el nombre de Alice Guy está en Sisteron [Francia] y tiene 130 miembros; quiero decir, que todavía no es una cosa mayoritaria. Y es suya.

Ahí puede entrar (y eso sería difícil de concretar) que ella no es totalmente francesa: sus padres eran franceses, pero parece ser que nació en Chile y luego vino con una familia a educarse en Francia, con lo cual…

De hecho, sus memorias han sido publicadas por primera vez en español a través de la editorial chilena Banda Propia Editoras.

Sí, hace muy poco. Fíjate lo importante que es lo que tú estás señalando, que se recupere por una editorial chilena; y los franceses…

Así como hay un documental biográfico de producción estadounidense…

Sí, ‘La pionera‘ [‘Be Natural: The Untold Story of Alice Guy-Blaché’ (2018), de Pamela B. Green].

Sin embargo, aún cuando ‘La pionera’ atesore todos los mimbres cualitativos para divulgar su figura, mencionas en tu ensayo que nos faltaría una propuesta cinematográfica asociada a Alice Guy semejante a ‘Hugo‘ (Martin Scorsese, 2012) para universalizar definitivamente su legado, como así sucedió con la obra de George Méliès. De partida, en Francia…

No existe una voluntad, lo hablábamos antes, ni por parte del Gobierno francés ni por los responsables del ámbito cultural, quizá por todo esto que apuntábamos: porque no es totalmente francesa, por su lenguaje transgresor, por algunos elementos, incluso, de ruptura con la época, porque se fue también en plena oleada de emigración europea hacia Estados Unidos…

Igualmente, yo siempre pongo como ejemplo una comparación respecto a este tema que cuestiona, que tensiona mi propio argumento, que es el caso de la bailarina y actriz Joséphine Baker, a quien recuerdan mucho los franceses. Era norteamericana y se nacionalizó francesa, fue agente secreto en la Segunda Guerra Mundial, también le concedieron la Legión de Honor [en 1961] y cantaba en el Olympia… Era una mujer extraordinariamente conocida.

Por ello, en el caso de Alice Guy puede haber elementos azarosos y de calado de su mensaje, que no se entendiera. Ni siquiera que hubiera una oposición o no, sino simplemente que no se entendiera por ser adelantada a su tiempo o por ser diferente, porque era un relato que alberga, todavía hoy, cosas que nos cuesta entender. Si vemos sus cortos, ella traviste muchas veces a sus personajes, de manera que no está claro cuál es el objetivo…

En la filmografía de Alice Guy “aparecen más o menos escondidos, como los mensajes simbólicos de la fachada de una catedral, motivos que pueden resultar incómodos o polémicos, tanto para la epóca com para la actualidad”, revelas en tu ensayo.

Exacto. Aquello de que “las intenciones de los autores palidecen ante las interpretaciones de los lectores o de los que visionan”. Ella introducía muchísimos elementos que, entonces, fueron muy difíciles de valorar, como el lesbianismo.

Juan Laborda Barceló
Juan Laborda Barceló firmando ejemplares de ‘Alice Guy. En el centro del vacío hay otra fiesta’ en la XXXV Semana Negra de Gijón. Foto: Jose Ramón Alarcón.

Y el citado “travestismo, el absurdo de la guerra y la crítica al ejército en plena época de militarismo”, así como la figura de la mujer como elemento vertebral de sus películas.

Sí. Necesitamos que pase tiempo, que se recuperen algunas de sus películas, se reconozcan las asignadas a otros autores, y podamos contemplar un corpus más amplio para analizar todo esto. Yo soy el primero que somete a tensión muchas de las cosas que digo.

Creo que es importante que durante los visionados seamos conscientes de lo que contienen. Dentro de sus películas hay momentos de luz desde una perspectiva… Yo soy muy semiótico en un sentido muy requeniano [Jesús González Requena]; yo sí creo que hay muchas cosas. Esas cosas, ¿cómo se pueden interpretar? Pues ahí tendremos que juzgar, pero desde luego que es una creadora potentísima a finales de los años 20, por supuesto.

Otra figura para recuperar es la cineasta Lois Weber. Weber utiliza en 1897, por ejemplo, un punto de vista subjetivo, cuando ni siquiera existía el término: fragmentó la pantalla. Hizo algo que luego inventó Eisenstein, como aquello de modificar el tiempo fílmico. En realidad, en aquellos momentos, la historia del arte cinematográfico estaba por hacer.

Del mismo modo, sorprende que el legado de Alice Guy haya permanecido sepultado en Estados Unidos, siendo su trabajo capital no solo como directora y guionista, sino en calidad de productora.

Sí, pero en Estados Unidos fue muy provocadora también porque, como sabes, hizo ‘A Fool and His Money’ [1912], con un reparto formado íntegramente por actores y actrices de color. Y eso la marginó completamente.

En contra de lo que se cuenta, en los primeros años del cinematógrafo en Estados Unidos había un cine específicamente para negros. El cine, digamos, mainstream no tenía actores negros; si había personajes negros, los pintaban, como en ‘The Jazz Singer‘ [1927]. Pero había una línea que producía películas rodadas por negros y para el público negro, que tenía salas específicas.

A este respecto, hace unos meses, en la Filmoteca de Madrid [durante el ciclo ‘Black Films Matter (1920-2020)‘, en colaboración con el Museo Reina Sofía] repusieron un montaje de Óscar Michaux [‘Within Our Gates’, 1921]. Un cineasta negro de origen francés que acabó en Estados Unidos, y en cuyo filme hace un recorrido por la historia de Estados Unidos, incluyendo la Guerra de Secesión americana, volcando la atención sobre cómo vivía la población negra. Lo han comparado con ‘El nacimiento de una nación‘ [1921], de Griffith.

Por ello insisto en que haber rodado aquella película, a Alice Guy la marginó definitivamete.

Razones de exclusión a las que, tal vez, debamos sumar la disolución de la autoría en numerosísimos filmes de la época.

Claro, el significado de autor no existía para ellos y más en un trabajo como este. Para que la figura del director se reivindique hay que esperar a que llegue el sonoro, a partir de los años 30. Por eso, en el ensayo no he querido centrar únicamente las razones de su damnatio memoriae en su condición de cineasta mujer o en que su mensaje sea distinto del que nos ofrecen los albores de la historia del cine, aunque, sin duda, sean elementos que hayan contribuido muy significativamente a su olvido.

En calidad de historiador, ¿eres partidario de separar la parte biográfica de la creativa?

No, yo creo que hay que establecer unos vasos comunicantes que sean razonables, es decir, no todo es el resultado de una cuestión personal y, a la par, las cuestiones personales influyen.

Y más aún en el campo fronterizo de la creación.

Claro, entonces uno tiene que intentar buscar qué elementos de la vida condicionan la obra –que a veces ocurre y a veces no–. Nos movemos en un terreno muy pantanoso… Especialmente, en el caso de Alice Guy: fue amante de Gaumont, de Eiffel, de Fred Nanceta, Herbert Blaché –quien se convirtió en su marido, al parecer cuando acabó despechada con Gaumont–. Luego las cuestiones de orden sentimental en su vida pesan mucho.

Incluso apunto en el ensayo que hay un argumento según el cual Alice Guy era una hija fuera del matrimonio y que por eso sus padres, que vivían en Chile, la mandaron a Europa a estudiar con una familia… Este episodio, evidentemente, es una marca, una huella indeleble para el resto de la vida. Por ello, los elementos biográficos que creo interesantes los dejo ahí, sin que sean clave; los dejo ver para que sean, por lo menos, piezas de reflexión.

Cuando en el acervo popular Alice Guy sea sinónimo de la creación del cine o de la génesis de la narración, de la tan nombrada diégesis fílmica, pues así ocurrió, empezaremos a ver algo de luz”. Una pulsión refulgente, decisiva y fundamental para la constitución del presente ensayo, pues sin su esplendor…

Nos perdemos algo, lo perdemos todos, los amantes del cine, los que no… Pero como Kathryn Bigelow, por ejemplo, que es una gran directora contemporánea (y que goza de visibilidad). Isabel Coixet, por ejemplo, Iciár Bollaín… Cuando ves sus películas, son profundamente semióticas y no siempre se las atiende en un parámetro de igualdad.

Si obras como la de Guy permanecen en el olvido, perdemos todos. Habrá que seguir navegando desde la conciencia de cada cual”, adviertes durante la conclusión de ‘Alice Guy. En el centro del vacío hay otra fiesta’…

Es por ello que procuro rendirle el tributo que merece como cineasta: atendiendo a su obra.

Juan Laborda Barceló
Juan Laborda Barceló en la XXXV Semana Negra de Gijón. Foto: Jose Ramón Alarcón.