Joaquín Reyes. La verdad. La Rambleta

#MAKMAEscena
‘La verdad’, de Florian Zeller
Dirección: Juan Carlos Fisher
Reparto: Joaquín Reyes, Alicia Rubio, Natalie Pinot y Raúl Jiménez
La Rambleta
Bulevar Sur esquina Pío IX, València
Del 26 al 28 de diciembre de 2025

“La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”, se dice en la segunda parte de el ‘Quijote’. Un voto de confianza en la honestidad el de Miguel de Cervantes, quien en su obra entiende la verdad como una naturaleza resiliente que termina siempre sobreponiéndose al peso de la falsedad.

Sin embargo, más allá de esta bienintencionada categoría moral de la verdad y descendiendo a las cuitas de lo cotidiano, ¿es factible encontrar en la mentira los elementos de equilibrio que hacen posible –y sostenibles– nuestras relaciones sociales, nuestro vínculo con los otros?

Es acerca de esta última cuestión sobre la que el dramaturgo Florian Zeller –considerado unos los principales enfants terribles de la escena francesa– desarrolla la trama de ‘La verdad‘, una comedia sobre la infidelidad y las relaciones de pareja de gran éxito comercial en Francia –y que, desde su estreno en 2011, ha conocido numerosas adaptaciones internacionales– que sube a escena en La Rambleta de València, del 26 al 28 de diciembre, bajo la dirección de Juan Carlos Fisher.

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“Su habilidad para diseccionar las dinámicas de pareja, las zonas grises de la moral y el impacto de las mentiras, todo con humor refinado, lo convierte en uno de los dramaturgos más interesantes de nuestro tiempo”, afirma Fisher acerca de Zeller y de las virtudes de una obra que despliega todas sus armas sobre un campo de batalla en el que el lenguaje, en lugar de acudir en busca de la verdad, trata de enmascararla, parece que tratando de recordarnos que la ignorancia, en ocasiones, viene a aplicarse como el mejor bálsamo para la convivencia.

Y al frente de este laberinto de enredos de pareja, falsedades e infidelidades, encontramos a Joaquín Reyes –en compañía de Alicia Rubio, Natalie Pinot y Raúl Jiménez–, quien encarna a Miguel, un mentiroso compulsivo –que, paradójicamente, no tolera en los demás la misma deslealtad que él practica con maestría– atrapado en una espiral con las que tratar de componer una hilarante radiografía sobre “los inconvenientes de decir la verdad y las ventajas de callarla”.

Reyes, acostumbrado a la brevedad del gag y al destello del sketch, se entrega ahora a las complejidades de un personaje a partir del que conversar, en esta entrevista, acerca de los paradigmas de la verdad, la dialéctica de la mentira, la praxis escénica, su diálogo con el público e, incluso, las exigencias del humor absurdo y su trascendencia.

Joaquín Reyes y Alicia Rubio. La verdad. La Rambleta
Joaquín Reyes y Alicia Rubio en un instante de ‘La verdad’. Foto: marcosGpunto, cortesía de La Rambleta.

Al calor del título de la obra, ‘La verdad‘, ¿consideras que las artes no buscan tanto revelar una verdad única como exponer el proceso de su búsqueda?

Sí, es una buena reflexión porque también la verdad siempre nos la imaginamos como algo que es indiscutible; y la verdad también tiene sus aristas y sus grises, claro. Y, de hecho, en esta obra se reflexiona sobre cómo la mentira funciona como una especie de acicate social; sobre cómo la mentira hace que nuestra vida en sociedad sea soportable, más llevadera.

¿Es la verdad, en este contexto teatral, más una cuestión performativa que una conclusión?

Pues, sí. No es que yo tenga una relación con la verdad –quiero decir, todos valoramos la verdad y yo también, por supuesto–, pero la verdad no puede estar tampoco exenta de cierta ternura, porque diciendo la verdad también podemos ser crueles.

En un mundo saturado de información y posverdad, ¿se ha convertido la mentira o la falsificación –tan inherentes a la ficción teatral– en una herramienta más eficaz para reflejar la realidad que la propia veracidad?

Pues es muy inquietante el término de posverdad, de verdad alternativa… Da la sensación de que no podemos aspirar a que nos cuenten la verdad. Y luego, también, como sociedad, no sé hasta qué punto no preferimos –esto suena como una especie de autocrítica– permanecer engañados a saber la verdad. Parece como que, a veces, esa ignorancia nos hace la existencia más llevadera; como un bálsamo.

Tu personaje afirma en un momento dado que “si la gente dejara de mentir de la noche a la mañana, no existiría ninguna pareja en la tierra”.

Todos nos manejamos con muchas mentiras al cabo del día. Luego, las mentiras no son todas iguales. La mentira no debe desligarse de la motivación y del objetivo. Hay mentiras que, efectivamente, se dicen para no hacer daño, y luego hay mentiras que se dicen para manipular, ¿no? Pero es verdad que en las parejas –aunque una pareja se basa en la confianza– supongo que también las mentiras funcionan como una especie de cohesión.

También hay una otra frase que dice mi personaje, y es que “no es lo mismo mentir que no decir la verdad”. Yo creo que eso también es una diferencia…

¿Cuál es para ti esa diferencia entre no mentir y decir la verdad?

Pues, por ejemplo, imagínate que tú conoces una infidelidad a un amigo, a una amiga. No decírselo no es igual que mentirle. Al final, lo que intentas es proteger a la persona que más quieres. Pero hay veces que es muy difícil revelar la verdad; no sabes hasta qué punto no te estás inmiscuyendo.

¿Esta obra ha cambiado tu punto de vista sobre las relaciones de pareja?

Desde luego sí que es un reflejo de nosotros, de nuestra sociedad, de los tipos relaciones que tenemos. Sí que me ha planteado muchas dudas, muchas preguntas, por así decirlo. Florian Zeller es un escritor que eso lo hace muy bien.

¿Te pone en un brete entre esa delgada línea o hace cuestionarte lo que creías como una verdad absoluta?

Sí, y sobre todo mi personaje, que se va desenvolviendo con la mentira, y dentro de su lógica tiene sentido. También hay una cosa muy curiosa, muy acertada en la obra, y es que los mentirosos no toleran la mentira. Qué paradoja, ¿no?

¿Qué exige la estructura dramática de ‘La verdad‘ a tu técnica actoral?

El personaje, para mí, es un regalo porque es muy atractivo. Interpretar ese tipo de personajes tan mentirosos que, de repente, todo se les gira en contra; todo se les convierte en una especie de pesadilla. Y no deja de ser una comedia, un género que he trabajado mucho y que conozco.

¿En tanto que más habituado al corte y al gag, de qué modo trabajas con la continuidad emocional que requiere la escena teatral?

Sí, yo estoy más acostumbrado al stand-up, al monólogo, a los sketches. Pero en el propio proceso de construcción del personaje, que era algo que yo no conocía en el teatro, he disfrutado mucho y he aprendido, también, muchísimo. En este caso, por ejemplo, en esta obra en la que no hago mutis, que estoy todo el tiempo en el escenario, hay momentos en los que realmente me disuelvo en el personaje; que no soy Joaquín, soy Miguel. Eso te lo da el teatro y no te lo da nada más.

¿Y cómo se relaciona el actor Joaquín Reyes con el personaje público del cómico absurdo?

Bueno, me relaciono bien porque el absurdo como herramienta me gusta mucho, y ha sido también nuestra seña de identidad. Y me relaciono bien en general con mis fans, por así decirlo… No tengo un grado de fama que me resulte insoportable. La gente nos percibe a los cómicos, en general, como alguien cercano, como un amigo. No tengo especial problema, porque también en la fama hay grados, cuyo nivel de popularidad puede resultar muy incómodo, pero no en mi caso.

¿Es ‘La verdad‘ una oportunidad para desdibujar o, por el contrario, para reforzar esa máscara ante el espectador?

Desde luego, la gente también me ha dado una oportunidad, como te decía antes, de aprender a trabajar de otra manera; un proceso que para mí era desconocido, muy exigente, pero también muy muy estimulante. Y, aunque es comedia, ha sido una oportunidad de hacer otro tipo de de registros. Es muy estimulante hacer teatro porque me gusta hacer otras cosas; darme a conocer de otra manera.

El teatro, al fin y al cabo, es un arte de presencia. ¿Cómo influye la inmediatez del público en una obra cuyo tema principal es la ambigüedad y el escepticismo?

Hay una cosa muy bonita de esta obra, y es que el público va conociendo y la información le llega a través de mí. Eso me permite jugar con el público, con las pausas, las revelaciones; mis reacciones son las reacciones del público, y eso es muy emocionante. Vivirlo así en el escenario…

En cierto modo, ¿se transforma el sentido de la obra en función de la reacción colectiva?

Efectivamente. Se va transformando porque se le va convirtiendo todo en una especie de pesadilla y el propio escenario también va cambiando. Un escenario que, al principio, es muy cartesiano va sufriendo, así, aberraciones y se va cambiando.

Joaquín Reyes y Alicia Rubio. La verdad. La Rambleta
Alicia Rubio y Joaquín Reyes en un instante de ‘La verdad’. Foto: marcosGpunto, cortesía de La Rambleta.

El humor absurdo, una de tus señas de identidad, a menudo roza la desesperación existencial, el sinsentido. ¿Existe un punto donde el desafío constante a la lógica deja de ser comedia para convertirse en otra cosa? Si es así, ¿en qué se transmuta?

Hay una cosa del humor absurdo que me resulta muy atractiva: y es cómo el absurdo trastoca la realidad, la convierte en algo inesperado, en un juego. Y eso es algo que descoloca mucho al espectador. O sea, el humor absurdo logra adhesiones y rechazos.

La gente necesita ahora más que nunca certezas, y cuando tú le enfrentas a ese juego, a ese disparate, hay gente que no lo soporta, que no lo aguanta. Yo creo que vivimos ahora mismo en una sociedad donde todo es muy rápido y, realmente, este tipo de humor, que juega con el disparate, a veces no se entiende bien. No se asimila.

No se asimila ahora, pero tal vez ante sí…

Sí. Hay mucha tradición del absurdo: desde Jardiel Poncela a Edgar Neville; desde [Wenceslao] Fernández Florez, José Luis Cuerda… Un momento donde el absurdo era algo que se apreciaba, pero ahora resulta que, también para los programadores, para el propio algoritmo, es algo que no vende.

¿Está el arte del absurdo obligado hoy a ser más agresivo o sutil en su crítica que hace varias décadas?

Creo que todo, en general, se ha empobrecido; el discurso se ha empobrecido, se ha vuelto menos complejo, con menos matices. Creo que no vivimos una mala época para la comedia, pero sí que me parece que hay poco riesgo en las propuestas. No así tanto como en las redes sociales, donde hay creadores muy originales.

A mí me gustan las propuestas que asumen riesgos y que son genuinas. Es lo que más me interesa como creador, y como espectador, también; que nos salgamos un poco de lo normativo.

Frente a la cultura de la velocidad y el meme, el teatro exige tiempo y concentración. ¿Consideras que montar una obra con un tema de estas características es un acto de resistencia cultural frente a la fugacidad del consumo?

Sí, como tú dices, vivimos una época de una atención muy débil. Pero el teatro, también, después de la pandemia se valora mucho; la gente va al teatro, disfruta de sus eventos en directo. El teatro está viviendo una buena época, pero es verdad que el público es muy difícil o el reto está, mejor dicho, en convocar a la gente joven al teatro, donde te exige una atención que no te exigen los memes y las redes sociales, y ese scroll infinito.