Jean Dubuffet

#MAKMAArte
‘Jean Dubuffet: ferviente celebración’
Comisario: David Max Horowitz
Las obras de esta exposición proceden de las colecciones del museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York y de la colección Peggy Guggenheim de Venecia
Museo Guggenheim Bilbao
Abandoibarra etorbidea 2, Bilbao
Del 25 de febrero al 21 de agosto de 2022

Dubuffet lo deja claro desde el principio: nada de imitar lo que se haya hecho antes, pues la autenticidad es lo único que importa en la obra de arte. Su postura tiene el tono subversivo de las proclamas revolucionarias cuando reniega de los valores elitistas del pasado y afirma que pintar no es privilegio de unos pocos, sino un acto natural de cualquiera que esté interesado en expresarse:

“Lo que me interesa son las producciones artísticas de las personas ajenas a los medios especializados y elaboradas al margen de cualquier influencia, en forma totalmente espontánea e inmediata” (‘Honneur aux valeurs sauvages’ -1951-, en ‘Prospectus et tous écrits suivants I’, Gallimard, París, 1967).

Y, sobre todo, que ese acto es la búsqueda incansable de algo en permanente fuga, sólo accesible desde la inmediatez y espontaneidad:

«El verdadero arte siempre surge donde menos se lo espera uno. Allí donde nadie piensa en él ni pronuncia su nombre. Enseguida huye. El arte es un personaje apasionadamente enamorado del incógnito. En cuánto alguien lo descubre, lo señala con el dedo, se escapa dejando en su lugar un figurante…”. (‘L’Art Brut preferé aux arts culturels’ -1949-, en ‘Prospectus…’).

‘Personaje, fondo negro’ (1961), tinta sobre papel, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Para resumirlo en palabras del comisario de la muestra del Museo Guggenheim Bilbao, David Horowitz, Dubuffet “se centra en impulsar un replanteamiento de las estructuras más básicas de la mente, imaginando las posibilidades que nacen cuando se contempla el mundo sin las restricciones de las categorías aprendidas”.

Y es que para Dubuffet ese condicionamiento de “lo aprendido” es la base de su pensamiento desde el principio, llevándole al rechazo visceral de“un mundo occidental agonizante cuyas instituciones culturales esclavizan el pensamiento y sumen a la creatividad en el mimetismo y la banalización” (Eraldo Bernocchi y Michael Esposito -2020-, cita audio de ‘Entrar en materia’, Radio del Museo Reina Sofía).

‘Sitio memorizado’ (1975), acrílico sobre papel, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Esto no significa que para el artista francés todo lo anterior no se deba conocer, sino que el bagaje cultural heredado es una carga innecesaria en el acto mismo de la exploración creativa. Como si lo desconocido -las formas nuevas, el nuevo estilo- exigiera la pureza de una completa desnudez en el reto de investigarlo, pues todo lo aprendido no haría más que interferir en la inmediatez de ese acto creativo para abortarlo, enturbiando lo que de entrada debe ser cristalino.

Pero hablar de espontaneidad, de inmediatez como condición de originalidad, suele ser una petición de principio, porque el mero hecho de ser espontánea o inmediata no hace que una idea sea original. Como tampoco hace que esa originalidad sea otra cosa que una recombinación de ideas precedentes y aprendidas, siendo ese estado marginal de donde se pretende extraer las ideas originales, una reminiscencia platónica heredada.

En cualquier caso, lo interesante a destacar aquí es que Dubuffet no dice que una obra sea buena por ser original, sino que el hecho mismo de ser espontánea, inmediata, auténtica, ya la hace buena y la justifica.

‘Cuerpo de dama’ (1950), tinta sobre papel, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

La primera muestra de este artista se presenta dos años después de la liberación de París, en 1946. Como en un fundido imaginario, podemos ver sus cuadros hechos de alquitrán, barro y detritus, confundidos con el desierto de las calles bombardeadas.

A la tozudez de seguir creyendo en la belleza de los viejos ideales, del buen gusto y las formas convencionales, se opone su acuciante deseo de hacerlos saltar por los aires para dejar al descubierto el magma primitivo que hay debajo, en el oscuro subsuelo de ese mundo inventado que volvía a derrumbarse por segunda vez en su vida, que nace y muere con el siglo. Dubuffet, con su primera exposición, declara de forma cruda como Morfeo: “Bienvenido al mundo real”.

De la serie ‘Fenómenos’ (1958-1963), de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

En ese estado no quiere ni oír hablar de arte:

«No me gusta nada esa sola palabra de arte y preferiría que no existiese y que la cosa no tuviera nombre. Cuando las cosas que hacemos comienzan a llevar un nombre y se tiene conciencia del mismo y se piensa en él al realizarlas, surge inmediatamente el amaneramiento y entonces dejan de hacerse con naturalidad y esas cosas dejan de existir en el acto, por lo menos dentro de su pureza” (‘Honneur aux…’, en ‘Prospectus…’).

Ni tampoco de artistas:

En la obra se debe sentir al hombre y no al artista, el hombre en sus debilidades, sus torpezas, sus luchas, sus sufrimientos, su paciencia, su negligencia, su prisa” (https://www.artehistoria.com/es/contexto/dubufet-el-carnicero).

Declaraciones que nos recuerdan a las de Nietzsche y su tipo dionisíaco, pues lo que proyecta Dubuffet es una realidad estética donde los valores se disuelven en un acto artístico primitivo de embriaguez y trance:

“Un arte sensato ¡qué idea más tonta! El arte está hecho de borrachera y locura” (https://www.artehistoria.com/es/contexto/dubufet-el-carnicero).

‘Retrato del soldado Lucien Geominne’ (1950), óleo, arena y guijarros sobre masonita, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Influido en su juventud por el libro de Hanz Prinzhorn, ‘El arte de los enfermos mentales’ (1922), donde el autor considera arte las obras de los enfermos psicóticos -toda una herejía para la época-, Dubuffet no sólo está de acuerdo con eso, sino que piensa que el arte no puede darse de otra forma más que en un estado de delirio psicótico:

“La creación artística es siempre y en todos los casos un fenómeno insano y patológico” (Carta al doctor Volmat, 1952).

La conclusión de ese pensamiento en el art brut, como él lo llamó, era fácil de adivinar. Un arte bruto, en crudo, un terreno de verdadera experimentación estética que él define así:

“Cualquier cosa producida por personas no manchadas por la cultura artística, obras en las que la mímica (…) tiene poco o ningún papel. De modo que los creadores (…) recurren totalmente a sus propios recursos y no a los estereotipos del arte clásico o de moda. Asistimos así a una operación artística pura, no refinada, reinventada a fondo, en todos sus aspectos, por el creador, que actúa enteramente por sus propios impulsos” (‘L’Art Brut preferé…’).

‘Voluntad de poder’ (1946), óleo, guijarros, arena, vidrio y cuerda sobre lienzo, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

En lo que se refiere a los temas y la elección de los materiales, Dubuffet, más que pintar, mancha, embadurna los cuadros con arena, carbón triturado, cal, barro, alquitrán, polvo de vidrio y de hierro, resinas, barnices y detritus, una materia que luego araña para dejar al descubierto figuras macabras, grafitis, deformaciones, paisajes de formas violadas y destruidas que parecían estar ya ahí, escondidas, implícitas, a la espera de ser reveladas (a la manera de Miguel Ángel).

‘La colina de las visiones’ (1952), técnica mixta sobre masonita, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

A finales de los años 50, Dubuffet se deshace complemente de la figura humana para quedarse solo con la pura materia en las “texturologías”, exploraciones matéricas que tendrán continuidad en la serie ‘Fenómenos’, un conjunto de litografías realizadas entre 1958 y 1963.

‘La ardiente vida del suelo’ (Vie ardente du sol) (1959), de Teatro de la tierra (Théatre du sol), porfolio de 18 litografías con tipografía, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Dubuffet realiza los grabados de sus ‘Fenómenos’ de forma completamente diferente del modo convencional: en vez de imprimir la imagen en la plancha con un pincel, graba la huella de objetos sobre papel de transferencia litográfica, exponiendo la plancha de impresión a reacciones químicas. El resultado es un magma de puras formas límbicas, sugerentes y elocuentes por sí mismas en su abigarrado tumulto.

En esos años alterna los grabados con obras de colores vibrantes, como ‘El momento propicio’, de la serie ‘Circo de París’:

‘El momento propicio’ (1962), óleo sobre lienzo, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

A finales de los años 60, fiel a su manera de pensar, el artista francés vuelve a cambiar de registro: “¿Una única forma saludable para la creación artística: la de la revolución permanente?” (https://www.arteinformado.com/agenda/f/lhourloupe-de-jean-dubuffet-37423).

Comienza su ciclo de pinturas y piezas en rojo, blanco, azul y negro a modo de puzles:

‘Nunc stans’ (1965), pintura vinílica sobre lienzo, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Y la serie ‘Coucoubazar’, enmarcada en el ciclo ‘L`Hourloupe’, un conjunto de dibujos proyectados sobre módulos recortables (“practicables”) para ser animados por actores disfrazados en los escenarios como un tableau vivant.

‘Muta permuta’ (1971), plancha de espuma, pintura vinílica y acrílica, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Volviendo a cambiar una vez más en los últimos años de su vida, con cuadros de líneas enmarañadas sin referencia a nada que no sea la propia maraña de líneas:

Mira G 132 (Kowloon)’ (1983), acrílico sobre papel montado sobre lienzo, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.

Y, por último, cuadros donde esa malla inextricable de líneas se sumerge y reagrupa sobre un fondo negro o perdiéndose en él, como en la serie “No-lugares”. Un fondo negro, un vacío que el autor sentía lleno delatentes experiencias por expresar.

‘Premisa’ (1984), acrílico sobre papel montado sobre lienzo, de Jean Dubuffet. Museo Guggenheim Bilbao.