Carmen Calvo

#MAKMAArte
Carmen Calvo
Premio Julio González 2022
Comisariado: Nuria Enguita y Joan Ramon Escrivà
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 14 de julio al 6 de noviembre de 2022

“¿Que cuáles son mis obsesiones? Las obsesiones no se pueden decir. Cada artista tiene las suyas, pero no te puedo contestar”, respondió Carmen Calvo a la pregunta de un periodista, animado por la recurrente explicación del conjunto de su obra a las sempiternas obsesiones que atraviesan su vasta producción, de la que ahora se hace eco el IVAM con motivo de su Premio Julio González 2022. Obsesiones, en todo caso, impresas en su trabajo, tal y como subrayó la propia artista.

De manera que para conocer las obsesiones de Carmen Calvo se hace necesario, simplemente, estar atento a lo que acontece en el interior de unas pinturas, fotografías, objetos, postales, libros e instalaciones que las irradian como si fueran sueños, a veces pesadillas, de una vida indiferente a la incomprensión de un espectador acomodaticio. Su obra, de una belleza plástica que conjuga la ingenuidad y el morbo, lo amable y lo siniestro, requiere desprenderse de la moral para adentrarse en un universo donde prima la verdad del acto creativo, allí donde este apunta al fondo de la violencia que nos constituye como seres humanos.

Carmen Calvo, junto a una de sus obras en la exposición del IVAM. Foto: Miguel Lorenzo.

Calvo dijo conocer y sentir atracción por el cine de David Lynch. Lo que no dijo, pero viendo el conjunto de su obra se sospecha, es que también destila su trabajo un aroma freudiano. Por eso no puede explicar sus obsesiones, porque estas, siendo inconscientes, requieren de cierta mediación –“para eso iría al psicoanalista”, clamó la artista- como, en su caso, es la creación artística. El IVAM la recoge mediante un total de 70 piezas, desde sus primeras, a finales de los 60, hasta la actualidad.

Y lo que se puede observar, a través de todas ellas, es una violencia que, como ya apuntara Freud, anida en todo sujeto hasta el punto de convertirse esa pulsión indómita en uno de los principales enemigos de la civilización. Violencia hacia el propio cuerpo -en forma de una inquietante sexualidad- o hacia el de otro -manifestando una belicosidad privada o pública, dando pie a combates por la sumisión del otro o de naciones enteras.

‘Silencio I y II’, de Carmen Calvo, en el IVAM. Foto: Miguel Lorenzo.

Vayamos con algunos ejemplos. Tomemos la obra ‘Silencio I y II (Te prometo el infierno)’, serie de lápidas amontonadas contra un muro rebosante de puñales -los cuchillos están presentes en otras obras suyas-, y con la que el espectador se encuentra al poco de entrar en la exposición retrospectiva, en el sentido del retrovisor de un coche que mira hacia atrás, hacia el pasado del trabajo de Carmen Calvo, como señaló Nuria Enguita, comisaria de la muestra junto a Joan Ramon Escrivà.

Junto a este mural, hay un espejo envejecido del que cuelga un trozo de pelo -el cabello también es recurrente en su obra-. “Toda esta instalación” -dice la artista- “rebosa silencio. No hay nada que lo perturbe, la muerte pasó y quedó el agrio, pero reposado, recuerdo de la ausencia”. La paz, como anunciara el filósofo Inmanuel Kant, solo existe en los cementerios. La vida es agitada, convulsa y siempre amenazada por la perturbadora violencia de la que Calvo se hace eco mediante el agrio recuerdo de la ausencia.

‘Y lame la cara redonda’, de Carmen Calvo, en el IVAM. Foto: Miguel Lorenzo.

Qué decir de la instalación ‘Y lame la cara redonda’ -la ironía es otra de las constantes de Calvo a lo largo de su trabajo-, donde a una enorme bola del mundo parece salirle una cabellera lateral, asociada con lo abyecto de Georges Bataille, quien “concebía el pelo, el pie, el ano, o las excreciones -heces y sudoraciones-, como parajes subalternos del cuerpo, lugares repulsivos…que transgredían la idea espiritual de belleza”, según se recoge en la muestra.

De manera que al globo terráqueo henchido por cierta “geografía creativa” -vinculada al “efecto Kuleshov” que provocaba la modificación del significado de una imagen cuando se la colocaba junto a otra de forma arbitraria-, le sale esa cabellera siniestra, quién sabe si arrancada del cuero cabelludo de manera, nuevamente, violenta. Cabello de mujer asociado, claro está, a la sexualidad femenina y a “los actos de castigo a los que se ha visto sometida a lo largo de los siglos”, se apunta en este apartado de la exposición.

‘La naturaleza grita’, de Carmen Calvo, en la exposición del IVAM.

Y llegamos, como un ejemplo más del recorrido retrospectivo, a la instalación ‘La naturaleza grita’. Un grito, como el de Edvard Munch, que Carmen Calvo lanza a modo de angustia tamizada por el carácter lúdico -emanado de sus recuerdos infantiles- que lo contiene. Un grito evocado mediante centenares de dedos de terracota que, como si fueran estalagmitas, sobresalen de las paredes de un habitáculo inhabitable, invasivo, inquietante.

El cuerpo fragmentado -ya sea por medio de los maniquíes que igualmente caracterizan su trabajo o bien mediante objetos insertos en la imagen, como cuchillos, esposas o manchas de pintura sobre el rostro- aparece generalmente zaherido, descompuesto, sujeto al dolor proveniente de cierta agresión externa, cuando no sentido por una turbia sexualidad ajena a la simple recreación placentera de la buena educación.

Serie de maniquíes de Carmen Calvo, en el IVAM. Foto: Miguel Lorenzo.

Ese “mundo poético y repleto de obsesiones”, aludido por Enguita, es mostrado en el IVAM como si fuera “un collage” sin una “visión secuencial clara”, subrayó Escrivà. De nuevo, a la manera de un sueño que, al igual que hiciera Freud, conviene interpretar a partir de los diversos fragmentos oníricos que jalonan la trayectoria de Carmen Calvo. “El poeta Paco Brines decía que tenía una mirada salvadora”, destacó la igualmente Premio Nacional de Artes Plásticas en 2013.

Salvadora, diríamos, porque solo mediante la afloración de la violencia -para bien y para mal- que nos constituye podemos ahondar en ella, explorarla, analizarla -cuya etimología significa desmenuzar, trocear, cortar un elemento para su estudio- e incluso degustarla. Porque, en el fondo, la obra de Carmen Calvo -las obsesiones que la atraviesan- no deja de inspirar tanta inquietud como unas ganas locas de saborearla, es decir, de saber de la vida sumergiéndose en sus sueños y sus pesadillas.

Carmen Calvo
Vista de la exposición de Carmen Calvo en el IVAM. Foto: Miguel Lorenzo.