Remando en el mismo barco (VII)
Testimonios de parejas dedicadas a la cultura
Iris Pintos y Toni Aparisi. Bailarines, coreógrafos y directores de la compañía de danza TransferMove
Lunes 22 de junio de 2020
Cuenta que no era un alumno muy estudioso en el colegio y sus profesores alucinaron cuando se aprendió de cabo a rabo el texto de su personaje en una obra escolar. «Quiero ser actor», le dijo a su abuelo que le regañaba para que se aplicara más. Y así venció las reticencias que en los años setenta todavía causaba que un niño declarara su vocación de bailarín como Billy Elliot. Del teatro a la danza, de la coreografía a la enseñanza, la carrera de Toni Aparisi esta jalonada de éxitos y premios. Con 21 años debutó en el Teatro Principal y encontró un propicio caldo de cultivo en los tiempos ‘dulces’ de Carmen Albors.
Tras un primer matrimonio del que tiene tres hijos, lleva siete años en pareja con otra bailarina, Iris Pintos, a la que conoció en un proyecto de Russafa Escènica. «Me pareció interesante y buena bailarina», dice. Desde entonces mantienen una estrecha colaboración profesional, «aunque es importante disociar lo que son los ensayos de la vida familiar». Cuando colaboran en un proyecto hablan y discuten mucho para abordarlo conjuntamente. En otros casos Pintos es una bailarina más del equipo.
«Yo soy bailarín, coreógrafo y profesor de danza contemporánea, así como investigador del movimiento», explica Aparisi. «Pintos es terapeuta ocupacional, coreógrafa, intérprete, profesora de danza contemporánea e investigadora sobre la temática de las relaciones entre el derecho y la cultura. Nuestra compañía de danza TransferMove es fruto de las sinergias que se establecen entre nosotros. Una compañía que genera proyectos de danza con espíritu crítico y con la intención de poner la mirada del público sobre temas sociales que afectan a todos».
Dos de sus últimos trabajos anteriores a la pandemia abordan la violencia de género (‘Moby Dick’) y las relaciones humanas desde la perspectiva de las distancia que separan a las personas, como en una premonición de lo que estaba por venir. La primera quincena del confinamiento se la tomaron con calma, un paréntesis de descanso, pero cuando el Estado de alarma se prologó tuvieron que ponerse las pilas, pues los que trabajan con su propio cuerpo no pueden dejar de ejercitarlo. «Hacíamos clases en casa, nos turnábamos para pasear al perro y participé en un proyecto de Capella de Ministrers, ‘Música Amable’ que ofrecía piezas de danza por vídeo conferencia tanto a particulares como a geriátricos».
Lo que más inquieta a Pintos y Aparisi es «la paralización total y las cancelaciones de todo tipo de espectáculos y actividades académicas». También les preocupa el cierre de escuelas de danza y la falta de un protocolo claro y viable para retomar la enseñanza. «Se ha paralizado la actividad creativa y de ensayo dentro de las compañías de danza. Sin embargo, el mundo del deporte ya ha podido volver a entrenar tras tener acceso a las pruebas clínicas pertinentes».
Les preocupa sobre todo que no se creen las ayudas adecuadas para el mundo cultural y se plantean, «si la situación de la danza mejorará o empeorará con respecto al estado previo a la pandemia».
Creando, bailando y enseñando confían en superar este tremendo parón. «Por ahora, dejando la manera virtual y volviendo al mundo real poco a poco. Intentando diseñar metodologías que permitan volver a un mundo virtual en condiciones, si así fuera necesario».
La respuesta del Gobierno a esta crisis, según su opinión, debería incluir en primer lugar, «situar a la cultura en el lugar que le corresponde dentro de la sociedad por entenderla como un valor clave para su desarrollo y en consecuencia del país». «Para ello», añaden, «es necesario que se cree un plan de acción que sitúe a la danza dentro de la sociedad y no como algo que se deja al tiempo de ocio y a un determinado colectivo de personas. En definitiva, que el Gobierno entienda que la danza es una manifestación cultural portadora de valor y significado y que diseñe un plan de fomento de la actividad de la danza no solo en su vertiente escénica, sino también pedagógica», concluyen Pintos y Aparisi.
Bel Carrasco
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