Los locos años veinte

‘Los locos años veinte’
Comisarias: Cathérine Hug y Petra Joos
Diseño: Calixto Bieito
Museo Guggenheim Bilbao
Avenida Abandoibarra 2, Bilbao
Hasta el 19 de septiembre de 2021

Loco (acelerado) progreso

La primera guerra mundial dejó al descubierto el grado de horror que puede llegar a causar el ser humano. A los 10 millones de muertos y 20 más entre heridos y mutilados, se le sumaron otros 40 millones de la pandemia que se extendió después.

Diapositivas proyectadas en la exposición ‘Los locos años veinte’, del Museo Guggenheim Bilbao.

La sola visión del horror bastó para querer escapar de la pesadilla, haciendo acuciante la urgencia de vivir (de ahí ‘Los locos años veinte’, del Museo Guggenheim). Y de vivir en toda su plenitud, sin prejuicios ni tabúes. El progreso arrancó revolucionado con esa ansiedad, decidido a transformar a la gente, las ciudades y el entorno a un ritmo de vértigo.

‘1/100 de segundo a 70 km’. Copia a la gelatina de plata (posterior), de Anton Stankowsky, 1930.

Loca (artística) diversidad

Por primera vez en la historia, la nueva clase dominante (al menos en cuanto al motor de ese progreso se refiere) no era la más favorecida, sino la que era mayoritaria. En poco tiempo, los artistas, los productores, los comerciantes, los proletarios, los obreros, los marginales…, crearon esa mayoría política y cultural necesaria para un empuje de tal envergadura. Las mejoras de las condiciones de trabajo crearon la clase media, el consumismo y la industria del ocio. Y los automóviles, los deportes y el cine empezaron a tomar especial relevancia.

La exposición muestra esa diversidad de formas y actitudes con la Bauhaus, por ejemplo, conviviendo con el Dadaísmo o la Nueva Objetividad o la arquitectura y el diseño más originales (proyectos concebidos en esa década que solo después de la segunda guerra mundial pudieron empezar a producirse).

Una de las piezas de la exposición ‘Los locos años veinte’, en el Museo Guggenheim Bilbao.

La muestra, que recoge alrededor de 300 obras, pasa por Berlín, París, Viena y Zúrich, sin dejar fuera ninguna forma de expresión, incluidos los diseños de moda de Lucien Lelong, Paul Poiret y Madeleine Vionnet entre otros.

Uno de los vestidos de seda expuestos en la muestra ‘Los locos años veinte’, en el Museo Guggenheim Bilbao.

Loca (sexual) liberación

Había esa obsesión de romper absolutamente con el pasado. O lo que es igual, de ir rápidamente hacia delante sin mirar atrás. Esa ruptura acelerada con la tradición tuvo también su expresión en la nueva manera de ver-entender el cuerpo. La liberación del pasado exigía el desafío de todo lo establecido, incluido el de la sexualidad.

‘Takka-Takka Baila’. Óleo sobre lienzo. Ernest Neuschul, 1926.

Una sala sumergida en neón rojo recrea el imaginario de esa liberación sexual (ese rojo de los cabarets de Berlín, tan hedonistas y desinhibidos como desesperados y hundidos en la brutal depresión económica que obligaba a vender el cuerpo para poder comer).

Sala de neón en la exposición del Guggenheim.

Reclamando y aclamando en el cine, el arte o el baile la diversidad de preferencias:

Rudolf Laban y la performance de bailes libres en el Monte Verità, junto al lago Maggiore, en Ascona (Suiza). Copia de una placa autocroma. Johann Adam Meisenbach, 1914.

Loca (creativa) innovación

Una reacción que era al mismo tiempo una renovación: la novedad, lo nuevo, derivado de esa ruptura con el pasado, se hizo mantra en los años veinte. Un deseo insaciable de novedad, o lo que es igual, un deseo insaciable de experimentar (nexo de unión del arte y la ciencia).

Experimentación, por ejemplo, del cine sobre la pintura, con la aceleración y desaceleración de imágenes:

Ritmo 23. Hans Richter, 1923.

O explorando las posibilidades de la fotografía sin cámara, utilizando la luz sobre papel sensitivo y tratado:

‘Erótica velada’. Fotografía (copia nueva). Man Ray, 1933.

Loco (incierto) presente-futuro

Con esta mirada retrospectiva, el museo espera ofrecer ideas más estimulantes para el futuro que las similitudes con la pandemia actual y la crisis económica. En este sentido, cabría preguntarse: si la industria que llevó al progreso los últimos 100 años ha derivado en las nuevas tecnologías actuales cada vez más avanzadas, ¿adónde conducirán éstas las próximas décadas?

Si el progreso era hace un siglo la promesa del bienestar (el museo dedica un espacio educativo sobre el empuje que tuvieron en esa década la psiquiatría, la psicología o la neurociencia entre otras ciencias), el presente actual viene marcado por las promesas de la biotecnología, nanotecnología o infotecnología para mejorarlo.

Promesas para unos y amenazas para otros. Por ejemplo, para las religiones, con la modificación biológica asegurando poder retrasar la vejez o incluso evitarla, o lo que es igual, prometiendo la inmortalidad… O también para los humanos que están empezando a perder sus puestos de trabajo por máquinas más potentes y eficaces.

Escena de la Bauhaus. Fotografía de Erich Consemüller (negativo sobre acetato). Sillón de acero tabular curvado de Marcel Breuer, con máscara teatral de Oskar Schelemmer.

Sea como sea, parece cada vez más claro que la tecnología predice un cambio radical de todo lo que conocemos. Un cambio que podría ser el principio del fin para muchas cosas, incluido el de la propia especie humana en su estado actual. Porque si el hombre de 1921 no quería saber nada del que le llevó a la guerra, el de 2021 puede empezar a pensar en la posibilidad de trascenderlo.

Las nuevas corrientes neosexuales, adscritas a las promesas tecnológicas, anuncian la llegada de una nueva especie, eclosionada del humano actual como un alien: el transhumano. En un plazo de tiempo no demasiado largo, superada la limitación física y mental con las nuevas tecnologías y la fusión con una IA cada vez más potente, se espera que el humano pueda convertirse en una versión de sí mismo mejorado, transhumanizado.

Por añadidura, al tener la posibilidad de recodificar el cuerpo sobre patrones asexuales, el transhumano podrá ser al mismo tiempo andrógino, borrando así las diferencias de género, tal como ciborg y queer reclaman ahora.

Fotograma de ‘Dance of the Whore of Babylon’ (Metropolis), proyectada en la muestra Fritz Lang, 1927.

En esta situación, no sería raro imaginar en el futuro una dictadura digital con los siguientes atributos: su señal estará en todas partes (ya lo está ahora prácticamente) por lo que la privacidad no tendrá sentido; participará en todos los campos de relación y conocimiento (como también ya lo hace ahora: en la economía, la medicina, el ejército o el arte), tendrá toda la información pertinente para conocer el presente y predecir el futuro, pudiendo tomar así las decisiones más importantes; y también se hará autoconsciente por su singularidad…. En resumen, una entidad ubicua, omnisciente y omnipotente. Con este potente coctel, la cuestión para esta entidad no será entonces lo que pueda hacer, sino lo que quiera hacer. Como Dios.

Fotograma de ‘Dance of the Whore of Babylon’ (Metropolis), proyectada en la muestra Fritz Lang, 1927.

Aunque es verdad que todo esto puede venirse abajo en cualquier momento, por ejemplo, con una crisis ecológica, económica y climática de tal calado que derive en hambruna para todos y en nuevas guerras. Aunque, eso sí, serán guerras de drones y bacterias, por lo que el humano que no se adapte a los cambios, seguirá siendo inservible. Y, en consecuencia, acabará siendo retirado.

‘Retrato de Walter Serner’. Óleo sobre lienzo. Christian Schad, 1916.

Iñaki Torres