Greta Alfaro. European Dark Room
Galería Rosa Santos
C/ Bolsería, 21. Valencia
Hasta el 14 de marzo de 2014.
Cuenta la historia que en 1493, tras la primera expedición a las Américas, el explorador Rodrigo de Jerez volvió a su pueblo natal en la provincia de Huelva y reunió a sus vecinos para mostrarles el insólito hábito que había adoptado de los indios de América. Este compañero de Cristóbal Colón enrolló las hojas de una planta llamada “tabaco” con unas hojas de palma y maíz y les prendió fuego por un lado mientras aspiraba por el otro. Acto seguido, un espeso humo gris comenzó a salir de su boca, sembrando un pánico atávico entre los allí reunidos. Poco después Jerez era juzgado por la Inquisición, acusado de brujería. “Sólo un demonio sería capaz de sacar humo por la boca” sentenciaron los Inquisidores mientras los soldados le arrastraban hacia un húmedo calabozo. Cuando Jerez fue liberado siete años más tarde, la costumbre de fumar había iniciado su imparable conquista mundial, para siempre envuelta en un oscuro halo de seducción, adicción y explotación económica.
Cuando la artista Greta Alfaro fue invitada a realizar un proyecto “site-specific” en el enorme edificio de la Fábrica de Tabacos de Madrid fue precisamente este aspecto sombrío de la industria y explotación colonial del tabaco lo que más llamó su atención. “Al mencionar el edificio de la Tabacalera, la mayoría de la gente habla de los movimientos obreros que se gestaron entre sus trabajadores, o de la gran cantidad de mujeres que empleó la compañía. Ciertamente todo esto es muy interesante, pero a mí me llama la atención la manera en que apenas se menciona el origen de la existencia de un edificio así, o sea, la falta de pensamiento crítico que existe con respecto a nuestro pasado colonial. No parece haber una voluntad de revisar este capítulo de nuestra historia, como han hecho –aunque con éxito discutible y grandes dosis de hipocresía-otros países europeos como Inglaterra o Francia”, decía Alfaro en una reciente conversación.
European Dark Room (2010), el trabajo resultante, nos invita a contemplar un espacio interior de la Tabacalera que, sin embargo, poco tiene que ver ni con fábricas industriales ni con exóticas plantaciones. Dos fotografías de gran formato nos muestran sendas vistas de una oficina desierta, de esas donde trabajan administrativos y secretarias. La elección de la oficina es fundamental para el proyecto, puesto que se trata del escenario del poder burocrático y no del trabajo proletario. La oficina como arquetipo, como espacio de creación de normas y jerarquías, simboliza para Alfaro el secretismo de las élites, la toma decisiones “de puertas para adentro” y los abusos y corrupciones que resultan de las estructura de mando verticales. El mobiliario y una enorme fotocopiadora sitúan la escena en algún momento de finales del siglo XX, pero la habitación está completamente recubierta de una pátina, marrón y churretosa que, además de inhabilitar el espacio para cualquier actividad profesional, parece haber suspendido el tiempo en un extraño evento ¿Qué ha sucedido aquí y qué recubre estas paredes? Alfaro ofrece pocas pistas. La materia marrón podría ser una especie de barro o, en el peor de los casos, heces. Pero la respuesta es mucho más dulce y sorprendente: nos hayamos ante 400 kilos de chocolate, fundido y aplicado con esmero a cada uno de los objetos y superficies de la mano de la artista y sus colaboradores.
El uso del chocolate es pertinente aquí puesto que, junto al tabaco, fue el producto estrella del comercio colonial español, y por tanto íntimamente ligado al fenómeno de la esclavitud y el colonialismo ejercidos por el gobierno Español durante el llamado “Imperio” (1492-1898). El chocolate y el tabaco son también productos que a pesar de ser considerados “de lujo” ( es decir, que no son de primera necesidad, sino orientados a satisfacer un cierto hedonismo) han conseguido, al menos en Occidente, llegar a ser consumidos de manera masiva y “democrática” por parte de todos los estratos sociales. Esta idea de trabajar con materiales comestibles y perecederos es una constante en el trabajo de Alfaro, cuyo interés en la comida es tanto simbólico (entendida como sustento y fuente de vida, lo que se basa, a la vez, en la idea de sacrificio) como social (la serie de rituales en los que participamos a la hora de cocinar y comer, y las estructuras y jerarquías que resultan de dichos rituales). En este proyecto, el chocolate se emplea como dispositivo para sacar a la luz esos fantasmas de nuestro pasado colonial que Alfaro encuentra tan ausentes en nuestro discurso contemporáneo.
Es por eso que el título de la pieza hace referencia a una “dark room” europea, el continente donde se gestó toda la conquista colonial. La polisemia del “dark room” (o cuarto oscuro) es también útil. Un “dark room” puede ser la sala donde se esconden secretos que no deben salir a luz, pero es también el lugar donde se “revela”, donde la luz captada en un negativo a través de una cámara se transforma en imagen gracias a la alquimia de la fotografía. Por otro lado, buscando una acepción quizá más sórdida, son espacios donde uno puede practicar sexo con desconocidos sin necesidad de mostrar su identidad o de conocer la de sus compañeros. Así, las salas oscuras se convierten en una suerte de heterotopia de desviación, espacios “otros”, ajenos a la realidad, donde se sistematizan comportamientos que, de alguna manera, se desvían de la norma. Son no lugares diseñados para la transgresión, algo que Alfaro potencia constantemente en este y otros trabajos a través de su “mal-uso” de la comida como material artístico, utilizándola para pintar paredes, para ilustrar comportamientos violentos o sexuales, o para hacer visibles estructuras de poder. El uso inadecuado de la comida es un acto de rebelión, tanto por la idea de desperdicio como por la de suciedad. Y es que la comida, cuando no se come a tiempo, decae, se pudre, huele mal y ensucia.
Este hecho, ejemplificado en este proyecto a través del delicioso sabor del chocolate y su nauseabundo aspecto como “pintura” de paredes, se ve aún más exacerbado en el vídeo que completa el proyecto, en el que se documenta el proceso de derretimiento del chocolate en la habitación. La falta de contextualización (el espectador no puede oler ni tocar el chocolate) convierte la escena en algo perturbador y claustrofóbico. Las paredes, como en los fenómenos paranormales o en los “milagros” religiosos, parecen sudar esta materia marrón y arrugarse, como si supuraran un cierto tipo de “aparición”. Mirando esas formas ondulantes y apenas visibles, uno puede imaginarse, por un momento, ante los fantasmas de nuestro subconsciente colectivo. Fantasmas atrapados en un mundo donde la explotación y la falta de movilidad social y laboral siguen tan presentes como hace varios siglos, aunque tratemos de ocultar estas realidades en viejos cuartos oscuros.
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