#MAKMALibros
‘El elogio de la sombra’, de Junichiro Tanizaki
Satori Ediciones
Colección Clásicos Satori
Prólogo de Yayoi Kawamura
Traducción y epílogo de Javier de Esteban Baquedano

En pleno curso conmemorativo del 130 aniversario del nacimiento del autor tokiota Junichiro Tanizaki y tras la efeméride, el pasado estío, del quincuagésimo de su fallecimiento –en la prefectura de Kanagawa–, el sello gijonés Satori, especializado en cultura y literatura niponas, hace eclosionar de entre el mapa de novedades editoriales la revisitación de uno de los títulos eximios de la letras japonesas, erigiendo la reexaminación en ineludible acontecimiento: ‘El elogio de la sombra‘.

Tanizaki

La peculiaridad más eminente de esta singular edición en cartoné reside en su traducción directa del original al castellano, proveniente de la pluma del japonólogo Javier de Esteban Baquedano, quien rubrica lúcidamente el epílogo.

En su prólogo, la profesora de Arte de la Universidad de Oviedo y académica de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, Yayoi Kawamura, diserta con precisión acerca de esta excepcionalidad, entendida como progreso: “La madurez de la japonología en España nos brinda una generación muy prometedora de traductores y editores que nos liberan, por fin, de aquellas traducciones realizadas a través del inglés, francés o alemán, para que los lectores puedan acceder, sin el romanticismo de ciertas traducciones, a la sombra de Tanizaki, y para que esa sombra sirva como fuente inagotable de experiencias estéticas para muchos”.

Para aquellos profanos, inquietos por desentrañar qué papel desempeña la sombra en este celebrado texto -escrito en 1933-, baste sentenciar que no solo asume un rol de obscuridad proyectada por un cuerpo opaco, sino que determina por completo el raquis de la perspectiva asumida por Tanizaki, para implementar una insólita argumentación estética del costumbrismo nipón -emparentado con lo telúrico-, y fiscalizar la irrefrenable injerencia tecnológica de Occidente, cuyo sentido clínico y refulgente de la armonía pervierte y metamorfosea los espacios de introspección y desnorta la sustantividad pragmática de lo consuetudinario.

En ‘Elogio de la sombra’, Tanizaki reflexiona sobre notables o prosaicos temas, acerca de la arquitectura, la artesanía o los rudimentos domésticos, merodea estancias predeterminadas para el ejercicio social o se inmiscuye en espacios íntimos.

Refiere, a la par, conclusiones sobre las artes escénicas, delibera sobre la belleza femenina, cavila sobre la mundología de los fantasmas y apostilla consejos culinarios; todo ello vertebrado por una omnipresencia determinante de la in’ei (sombra), en torno a la que, según el autor nipón, el resto de elementos que reportan morfología a la objetividad se polarizan.

Preeminencia esencialista de la in’ei, cuya acepción en el popular diccionario japonés Daijirin –como bien registra Esteban Baquedano en ‘Las sombras (in’ei) y su significado’ (segundo apartado del epílogo)– apunta: “1) Parte oscura, donde no da la luz. Sombra. 2) Peculiar gracia que procede de sutiles variaciones en el color, el sonido o los sentimientos”.

Tanizaki. Makma

Tanizaki, desde una pretendida posición displicente –”lo que hago no es más que pedir cosas ya imposibles, no es más que refunfuñar”– para con sus coetáneos -subyugados estos a los céfiros occidentales-, perfila su dietario de revelaciones domésticas tras los shojis (paneles correderos de los vanos) no solo describiendo las insoslayables penurias para construir al más puro estilo japonés, sino aventurándose por territorios inopinados, el evacuatorio, verbigracia:

“El chanoma (espacio del té) tiene, ciertamente, su encanto, pero es el retrete japonés lo que está de verdad concebido para solazar el espíritu”, prescribiendo que “estos lugares, como imaginábamos, conviene inundarlos de una luz vagamente penumbrosa, que difumine el límite donde termina la limpieza y empieza la suciedad”.

Se encuentran en ‘Elogio de la sombra’ lúcidas reflexiones que merodean la ucronía tecnológica -”hasta qué punto mostraría nuestra sociedad un aspecto diferente al actual si Oriente hubiera desarrollado una civilización científica propia, por completo independiente de la occidental”-, asociada a conceptos como la física, la química, el átomo, la electricidad, la cinematrografía –cabe señalar su ejercicio de ponderación acerca de cómo la fotografía de un filme asienta diferencias en el modo de registrar el diverso carácter de los países–, los gramófonos, las radios o la música –“lo que hacemos es distorsionar nuestras artes para adaptarlas a estos aparatos y no a la inversa”–.

Tanizaki se complace, además, de contemplar la turbiedad de los rudimentos domésticos, los objetos no bruñidos, que dejan de resplandecer, encomia la pátina del tiempo, el sólido “lustre de las cosas manoseadas”, el shutaku (brillo de manos) –”la elegancia es roñosa (…) esa forma de elegancia que tanto nos gusta lleva en sí algo en cierta medida sucio, poco higiénico. Frente a los occidentales, dispuestos siempre a exponer a la luz la mugre y eliminarla de raíz, los orientales la atesoramos, la idealizamos en sí misma (…) y la fatalidad nos lleva a amar las cosas que portan esa mugre humana”–.

Tanizaki. Makma

Amén de merodear el tokonoma –“espacio que llega del suelo al techo y tiene algunos decímetros de fondo. (…) A veces se presenta en Occidente como espacio sagrado” (n. del t.)– y otros territorios de lo doméstico, así como las bondades estéticas del metal dorado –”el hombre moderno vive en casas bien iluminadas y nada sabe de esta belleza del oro”–, el escritor japonés se prodiga en asentar una claridivente comparativa de las artes escénicas del teatro del Noh (drama lírico) –”la oscuridad que rodea al Noh y la belleza que de ella nace forman un peculiar mundo de sombras que solo es posible encontrar en un escenario”– y del kabuki (drama estilizado) –”el escenario del kabuki es un mundo absolutamente falso, no relacionado con nuestra belleza natural. (…) Todo ello se debe a la excesiva claridad”–.

Erigido en sencillo diagrama de una parte de la cosmogonía nipona, una de las razones que pueden argüirse para justificar el refrendo popular y la pervivencia contumaz del ensayo de Tanizki es perfilada por Esteban Baquedano en su colofón:

“’El elogio de la sombra’ no resulta tan escueto como habría podido serlo si el autor no lo hubiera mechado, por muy literarias razones, con anécdotas, digresiones e incisos rayanos en lo ocioso”, para concluir que “esos kilos de más que adornan su talle parecen cumplir la función de lastrar las reflexiones de Tanizaki para mantenerlas a ras de lo cotidiano, de lo prosaico. (…) Y no habrá que entender como una paradoja que pasados más de ochenta años desde que vio la luz (…) este atípico ejercicio intelectual (…) haya conservado su sentido y oportunidad”.

“¿Por qué será que solo los orientales tenemos una marcada tendencia a buscar, de esta manera, la belleza dentro de la oscuridad?”.