Elle, de Paul Verhoeven
Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira
Francia, 2016
Desde que Stanley Kubrick estrenara ‘La naranja mecánica’ en 1971 se podría pensar que los textos cinematográficos se abisman hacia el goce siniestro. Pero no sólo el cine, sino también la mayoría del arte producto de nuestra sociedad posmoderna.
Y cierto cine de Paul Verhoeven, como ‘Instinto Básico’ y, en concreto, su última película ‘Elle’, no está al margen de esa tendencia artística de presentar el goce siniestro como un rasgo estilístico y narrativo de su filmografía.
Para el poeta Schelling, lo siniestro sería «todo lo que debería haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado”. Desde esta definición dada por el poeta, Freud indaga en su ensayo ‘Lo siniestro’ sobre ese “afecto de un impulso emocional que es convertido por la represión en angustia”. Así, lo angustioso, aquello reprimido que retorna, sería lo siniestro. Lo siniestro, por tanto, tendría que ver con lo angustioso, con lo espeluznante, con lo monstruoso, con lo sádico.
La historia de Michèle -la protagonista de ‘Elle’, interpretada magníficamente por Isabelle Huppert- está abrasada por un hecho espeluznante, monstruoso que debería “haber quedado oculto, secreto”: la pulsión de muerte del padre. Una pulsión asesina que lleva al padre a matar a 27 niños que vivían en la misma calle. Y después volver a casa, y con ayuda de su hija, hacer una hoguera donde quemar todos los muebles de su hogar. Ciertamente un suceso monstruoso porque irrumpe para destrozar esas realidades familiares y dejar a las familias sumidas en el dolor de la pérdida, en el odio y en el vacuo e ininteligible sentido de la vida.
El punto de ignición
Un suceso que abrasa a la protagonista. Y junto al suceso siniestro, una fotografía de ese día macabro, captada por un periodista: la imagen de Michèle cubierta con las cenizas procedentes de esa hoguera donde arde la pulsión que habita ese hogar familiar. Una fotografía que la cámara de Verhoeven enfoca hacia el rostro de Michèle-niña. Un rostro donde la huella del horror se funde con una mirada que trasluce cierto goce: horror, dolor, goce sádico. De ahí que la prensa titulase la fotografía “La niña psicópata”.
Una mirada psicópata, obviamente sádica, la captada por el periodista, que la enunciación de Verhoeven no desmiente, sino que enfatiza desde la estructura narrativa –comportamiento frío y déspota de la protagonista- hasta con el punto de vista que orienta la narración y la composición de la imagen.
Elle, Michèle, no es presentada como una víctima, sino como una diosa, cuyo pensamiento y presencia omnipotente parecen convocar a la muerte.
Igual por ello, Elle, Michèle, es una exitosa ejecutiva de videojuegos -ese nuevo soporte donde la violencia articula las historias-, porque sabe del goce siniestro que puede habitar en los sujetos. «¡Quiero que los espectadores sientan la sangre!», amonesta a sus subordinados.
Begoña Siles
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