#MAKMAEscena
‘El viaje a ninguna parte’, dirigida por Ramón Barea
Adaptación teatral a cargo de Ignacio del Moral a partir de la novela homónima de Fernando Fernán Gómez
Con Patxo Telleria, Mikel Losada, Ramón Barea, Itziar Lazkano, Irene Bau, Aiora Sedano, Diego Pérez y Adrián Garcia de los Ojos
Una coproducción de Teatro Arriaga Antzokia (Bilbao) y Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa (Madrid)
Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa
Plaza de Colón 4, Madrid
Hasta el 3 de octubre de 2021
“Hay que recordar… Hay que recordar… Más alto, por favor. La música, digo. ¿Puede estar un poco más alta? Así, así… Sí, me acuerdo, me acuerdo muy bien. Estos que cantan son el Trío Calaveras, y la canción, un bolero, se llama ‘Caminemos’. ¡No, no es el Trío Calaveras! ¡Son Los Panchos! Han pasado ya tantos años…”.
Así principia Carlos Galván (“Galván, Galván, hijo y nieto de Galvanes, de cómicos y vagabundos”), uniformado de memoria neblinosa, el testimonio con morfología de recuerdo que edifica el relato mayúsculo de una travesía con destino incierto, el paradigma de la odisea sin rumbo, ‘El viaje a ninguna parte’ (1985).
Una novela alumbrada desde las entrañas del oficio y el serial radiofónico que Fernando Fernán Gómez mudaría en acontecimiento cinematográfico en aquella neófita edición de los Premios Goya de 1987, en la que, in absentia, obtendría los galardones a mejor película, dirección y guion, viendo refrendado así su excelso y lóbrego camino por el mapa de una posguerra famélica, yerma y horizontal.
Una forma de éxodo superviviente por los pueblos de La Mancha o de la Llanada en el que “el mundo del teatro de las compañías populares itinerantes de una época histórica, en el momento de su crisis y desaparición, es aquí una metáfora del río de la vida pasando, indiferente, sobre los que caminan con sus pequeñas historias por sus orillas”, rubricaba el dramaturgo José Luis Alonso de Santos en el prólogo de una de las recientes ediciones de la novela.
Una tragicomedia de hambre, frío y pan engalanada de costuras del revés sobre los mancillados e improvisados escenarios del vacío castellano, en los que representar comedias decimonónicas y rústicas variedades sobre todas las tablas quejumbrosas y analfabetas (en infraternal competencia con aquellos “peliculeros que van de pueblo en pueblo” a traer y llevar el celuloide de un nuevo mundo de neones y pantallas), para poder beberse, después, el chinchón y los recuelos con leche, antes de partir hacia los siguientes infortunios.
Y a tales decorados de ruina, función y desabrigo retorna la mirada escénica Ramón Barea –a partir de la versión de Ignacio del Moral, quien ya se hubo aventurado, en 2014, por las infaustas epopeyas de los Iniesta-Galván para el Centro Dramático Nacional), germinando un itinerario con el que el Centro Cultural de la Villa incoa los fastos conmemorativos del centenario de Fernando Fernán Gómez, cuya sugestiva extravagancia de verbo pelirrojo condensaría en ‘El viaje a ninguna parte’ un equilibrado oxímoron de razones nihilistas en perpetua búsqueda de carpetovetónica prosperidad y compungidas bienandanzas.
Una desnortada busca de migajas de felicidad, cargada, aquí, con las sempiternas maletas de la errancia, lastradas por la prosodia hiperbólica y otros excesos naturales de aquellos decorados, acaso como si fueran los mismos Iniesta-Galván, con su zangolotino incluido (hilarante Mikel Losada), quienes edificasen para nosotros –público contemporáneo epatado frente a aquel “¡Señoriiitooo…!” (comedido por estos predios, que sortean la emulación)– las desdichas de esta troupe tan tunante como candorosa en medio de un mundo que se extingue a su paso.
Tal vez por ello ya modulaban Los Panchos, a abemolado ritmo de bolero, que “Esta es la ruta que estaba marcada / Sigo insistiendo en tu amor que se perdió en la nada / Y vivo caminando / Sin saber dónde llegar / Tal vez caminando, la vida nos vuelva a juntar”.
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