Chus Tudelilla: Mathias Goeritz. Recuerdos de España [1940-1953]
Edificio Paraninfo
Sala Pilar Sinués
Plaza Basilio Paraíso, 4. Zaragoza
Presentación del libro: 12 de mayo a las 20:00 h.
Chus Tudelilla, Mathias Goeritz. Recuerdos de España [1940-1953], Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2014
Uno de los nombres fundamentales en el proceso de normalización y renovación del arte y la cultura española durante los años de la inmediata posguerra fue Mathias Goeritz (Danzig, 1915-Ciudad de México, 1990); un protagonismo que nadie discute pero que, sin embargo, no ha ido acompañado de la correspondiente investigación. Con el ánimo de subsanar este vacío historiográfico Chus Tudelilla defendió en la Universidad de Zaragoza, en 2012, su tesis doctoral Mathias Goeritz. Recuerdos de España [1940-1953], atenta a la presencia de Goeritz en el Marruecos español (1942-1945) como delegado en el Consulado Alemán de Tetuán del Instituto Alemán de Cultura; a su estancia en España (1945-1949); y a la continuidad de sus proyectos en Guadalajara, Jalisco, donde residió desde octubre de 1949 hasta 1953, cuando se instaló definitivamente en Ciudad de México. El primer volumen de la tesis doctoral centra el libro que con el mismo título acaba de publicar, en su colección «De Arte», Prensas Universitarias de Zaragoza.
De su investigación, escribe Chus Tudelilla: La historia de Mathias Goeritz en España es también la de quienes decidieron quedarse tras la Guerra Civil, aislados y vencidos, pero anhelantes por avanzar, y la de los más jóvenes que eligieron abrirse al futuro. Con ambas generaciones, Goeritz compartió sus proyectos editoriales y artísticos. Es así que en los recuerdos de Mathias Goeritz están adheridos fragmentos de la historia de Tomás Seral y Casas, Ángel Ferrant, Benjamín Palencia, Ricardo Gullón, Josep Llorens Artigas, Pablo Beltrán de Heredia, Sebastià Gasch, Rafael Santos Torroella y Eduardo Westerdahl, con quienes realizó sus proyectos más importantes: la colección «Artistas Nuevos» y la Escuela de Altamira. Junto a los nombres citados aparecen otros, decisivos también en la cultura española de aquel tiempo: Juli Ramis, Nicolás Muller, Eugenio d’Ors, Francisco Nieva, Ángel Crespo, el grupo Pórtico de Zaragoza, Antonio Saura, Luis Felipe Vivanco, Juan Eduardo Cirlot y Carlos Edmundo de Ory. Y Alfredo Sánchez Bella, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Reguera Sevilla, Abel Bonnard o Jean Mallon, tan influyentes políticamente en sus proyectos. Sin olvidar a los mexicanos Ida Rodríguez, Josefina Muriel y Alejandro Rangel a quienes Goeritz conoció en Santander, y cuya intervención fue crucial para su viaje a Guadalajara, Jalisco, una vez que Ignacio Díaz Morales decidió incorporarlo como profesor a la Escuela de Arquitectura del Instituto Tecnológico.
Las tres nociones defendidas por Dionisio Ridruejo para el inicio de un nuevo proceso en la vida pública española: integración, conciliación y diálogo, son las que, en opinión de Jordi Gracia y Domingo Ródenas, sustentan la convergencia intergeneracional que alentaría el proceso de restitución de la modernidad. Esas tres nociones están presentes en todos y cada uno de los proyectos realizados por Goeritz en España. Desde que se instaló en Madrid, a comienzos de 1947, apenas tenía tiempo de entrar en casa, atareado como estaba en resolver y poner en marcha las numerosas iniciativas que dieron voz a quienes no encontraban motivos para salir a la calle. En la librería-galería Clan del aragonés Tomás Seral y Casas, Goeritz tuvo acceso a las últimas novedades editoriales, celebró la primera exposición de sus pinturas, y conoció a Palencia y a Ferrant, con quienes dirigió la colección «Artistas Nuevos». Ferrant quedó prendado de la vitalidad de Goeritz y le permitió romper su silencio, descubriéndole obras y artistas, y compartiendo su memoria y sus inquietudes, que Goeritz no dudó en hacer suyas. Presentarse en nombre del maestro Ferrant era como llegar acompañado de una varita mágica, sobraban todas las explicaciones. Y Goeritz, consciente de ello, utilizó la varita mágica de Ferrant para reunir a quienes habían quedado aislados. Esa fue, sin duda, la mayor aportación de Goeritz a la cultura española de posguerra: trazar una cartografía del arte vivo con centros en Madrid, Zaragoza, Barcelona, Santillana del Mar y Tenerife.
En el verano de 1948, en Santillana del Mar, Goeritz ideó el «Plan Altamira» que daba respuesta a uno de los temas que habían interesado a Ferrant y Palencia en los años treinta del siglo XX y que en la década siguiente volvía a estar de actualidad: la relación de la prehistoria y el arte moderno, motivo central de las discusiones de la Escuela de Altamira, de las pinturas y dibujos de Goeritz y de la programación expositiva y editorial de la galería Palma que, bajo su dirección, siguió editando la colección «Artistas Nuevos» -que Clan iniciara en enero de 1948 y retomaría, bajo la dirección de Seral y Casas, en marzo de 1949-, con títulos tan renombrados como Homenaje a Paul Klee, Niños artistas. Creaciones o Los nuevos prehistóricos, por estar en sintonía con las preocupaciones que en aquel tiempo ocupaban la atención del arte y de la cultura contemporáneos en el ámbito internacional.
En octubre de 1949, Mathias Goeritz llegó a Guadalajara, Jalisco, donde su presencia causó auténtica sensación, pues era mucho lo que llevaba en su maleta de viaje. La experiencia vivida en España explica que en apenas dos meses Goeritz lograra transformar el ambiente cultural de la ciudad: además de profesor en la Escuela de Arquitectura, alentó la apertura de salas de exposiciones y galerías de arte cuya programación dirigió, coordinó numerosos proyectos editoriales, y expuso sus obras. Los ecos de su estancia en Guadalajara llegaron a Ciudad de México, donde Goeritz colaboró con la galerista Inés Amor y con Luis Barragán quien, como Ángel Ferrant, fue su maestro. La construcción del Museo Experimental El Eco, su particular cueva de Altamira, señala el final de una etapa y el comienzo de otra nueva en la trayectoria de Goeritz; lejos ya de España.
El 12 de enero de 1954, Elena Poniatowska publicó en el diario Excélsior de Ciudad de México la charla que había mantenido con Mathias Goeritz, a propósito de la estancia en México de Henry Moore, allá por las calles de Sullivan, en El Eco «esa especie de sueño futurista y de cueva de Altamira, Mathias Goeritz se anima, gesticula, se sienta y se levanta sin cesar, como todo buen alemán, y pinta infatigablemente constelaciones, parejas de amantes y gallos definitivamente pitagóricos».
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