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‘Cerrar los ojos’, de Víctor Erice
Con Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Soledad Villamil, María León y Petra Martínez, entre otros
169’ Coproducción España-Argentina. Tandem Films, Pampa Films, Pecado Films, Nautilus Films, Movistar Plus+, Canal Sur, RTVE
“He oído que el corte original duraba cuatro horas”, escuché entre las butacas de los cines Golem de Madrid, donde tuve oportunidad de ver el último largometraje de Víctor Erice. Al igual que prácticamente todo lo que se cuenta del director, el mito y la realidad se funden en un mismo objeto en el que ya es misión imposible distinguir una cosa de la otra. Ese aura mística, ruinosa, melancólica, bella y hasta sobrenatural que persigue -o que crea-, a Víctor Erice le juega una mala pasada en esta nueva y seguramente última obra.
Más de treinta años después de ‘El sol del membrillo’, su anterior título, uno de los directores más laureados -con motivos- del cine español vuelve a las salas de cine con ‘Cerrar los ojos’. Desde el pistoletazo de salida, esta película se vio, cómo no, envuelta en un sinfín de polémicas con dimes y diretes en el que todo terminó con la ausencia de Erice en su estreno del Festival de Cannes.
En ‘El sur’, segunda película del director que un servidor se encargó con anterioridad -como si hiciera falta- de laurear y colocar como obra maestra, los factores dramáticos externos de la obra cercenada lograban dotar todavía más al filme de mayor calidad. No obstante, lo que rodea a ‘Cerrar los ojos’ cumple lo contrario. El hype, la malacostumbre a lo mágico, a lo trágico, a los milagros -y, por supuesto, la calidad del trabajo de Erice- elevaron las expectativas de un título que, sin embargo, pasa sin pena ni gloria ante mis ojos con la tristeza del que contempla cómo su delantero idolatrado ya no logra marcar tantos como antaño.
Pongámonos en una hipotética situación en el que se puede despojar a esta película de todo lo que la rodea. Se aparta la figura de Erice, su nombre, su historia y su hechizo. Queda encima de la mesa la misma obra, en la que sólo se evalúa lo que posee en su interior, desde el minuto cero hasta el 169. No me cabe la menor duda de que la crítica fanática y adicta del director no temblaría en sentenciar este título como debe: aburrido. No hay nada peor que un crítico fanático, aquel que se deja llevar por los colores de la camiseta más que por el juego realizado.
En ‘Cerrar los ojos’, Miguel Garay, un director inactivo desde hace tres décadas -un descomunal Manolo Solo-, intenta descubrir la verdad sobre la desaparición de su mejor amigo (José Coronado) mientras rodaban juntos una película.
Si bien existe un inicio fuerte que funciona y engancha con su misterio rodeado de amor extraño marca de agua de Erice, esta sensación se pierde en un título demasiado extenso que peca de regocijarse en sí mismo. En un intento de plasmar la condición humana, la vejez y las relaciones entre los humanos con el cine como elemento conductor, Erice se desvía hacia un terreno yermo donde lo que debería ser un elemento potente y desgarrador acaba siendo una historia plana, alargada en exceso y con tramas secundarias inacabadas e inservibles.
Cuando el misterio de la volatilización de Julio (Coronado) comienza a hervir, la película deriva en un viaje interior de Garay donde se intentan mostrar sus recovecos a través de los recuerdos y también de las acciones del presente. Si bien se construye un personaje de forma correcta, con matices y elementos que funcionan y calan en ocasiones -inolvidable escena la de ‘Río Bravo’-, a su vez se dilata en exceso el relato provocando el hastío.
En ese alargamiento de la trama, Erice coloca sin demasiado acierto diversos individuos con la intención de dotar a su largometraje de mayor profundidad gracias a sus detalles y poder así ayudar al espectador a entender mejor los problemas de sus protagonistas. Sin embargo, esos secundarios -entre los que se hallan una hija abandonada, pasiones del pasado y unos vecinos de chabola- desvían sin querer la intríngulis del filme debido a sus subtramas sin fuerza nunca cerradas del todo ni tampoco con apertura sutil y sugerente. Simplemente desaparecen de sopetón.
Con frustración observamos a Ana Torrent (la niña protagonista de ‘El espíritu de la colmena’) en el papel de una hija que no conoce apenas a su padre Julio. Solo recuerda su voz. Lo que debiera ser un eje importante en el que descubrir el pasado de su progenitor y en el que impulsarnos para emocionarnos y acongojarnos, solo ofrece un lugar insulso e intermitente con vanas contradicciones. Las relaciones paternofiliales, plasmadas con brillantez y crudeza en los anteriores títulos del director, esta vez se quedan en un mero adorno.
‘Cerrar los ojos’ es crepuscular. Grita adiós a los cuatro vientos. Erice se marcha para siempre e intenta despedirse del público con una carta de amor al cine con muchos reflejos de autobiografía. Este amor es sincero y jamás se juzgará negativamente el cariño hacia el séptimo arte. Por supuesto, este punto y final no es óbice para exponer con firmeza las flaquezas de este título mientras se mantiene el agradecimiento a uno de los mayores constructores del cine español.
Como un hincha fiel pero coherente, se critica el mal partido en pos de mejorar el siguiente, si es que lo hay. En caso negativo, se revisarán aquellos encuentros maravillosos que tantas alegrías han dado.
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