Antes de convertirse en un género autónomo, el paisaje era relegado a un simple telón de fondo que se recortaba entre las figuras o se descubría a través de una puerta o de una ventana. Aparte de su representación pictórica, el paisaje ya existía para los caminantes que proyectaban su mirada contemplativa y hollaban el mundo, por lo que resulta obvio defender el estrecho vínculo entre paisaje y recorrido. De hecho, en palabras de John Brinckerhoff, el camino constituye el primer y más básico espacio público, incluida la carretera, que forma parte del paisaje.
El espacio público se encuentra condicionado hoy por la publicidad. El monumento, en otro tiempo conmemorativo e impuesto por el poder, convive con rótulos luminosos y otros artefactos, como el famoso toro de Osborne, un elemento constructivo del paisaje recientemente declarado BIC por la Junta de Andalucía. Los noventa y un astados deslocalizados y dispersos que se encuentran todavía en pie en España contribuyen a reforzar la marca-símbolo, a la vez que recuerdan a aquello que Rosalind Krauss denomina espacio de la condición negativa, algo así como una falta de sitio, carencia de hogar y pérdida absoluta del lugar. Uno de los toros diseñados por Manolo Prieto fue instalado, curiosamente, dentro del campus de la Universitat Politècnica de Valencia. En él se aprecia con claridad, dada la proximidad, el hueco de cielo azul entre el rabo y las patas traseras que en realidad no está recortado, sino pintado.
Inspirado por este artificio comencé a trabajar en Cielo español (2013), una obra producida por el MARCO de Vigo con motivo de la exposición colectiva Veraneantes. Reproduje con idénticas dimensiones ese fragmento de cielo de mentira que nunca se nubla, y lo situé en el interior del museo a la misma altura que en la valla original, pero reemplazando el metal por madera y porexpan, materiales de carácter efímero usados comúnmente en los talleres de los artistas falleros. El resultado es un toro de Osborne empotrado en la pared cuan morlaco que embiste, tal vez harto de permanecer tanto tiempo estancado en una colina nada más que a la vista de conductores con prisa. El Cielo español es lo único que queda del toro. De la misma pared, aunque independiente, cuelga Marche (2013), una pintura a partir de la imagen del traslado de un bronce de L´Homme Qui Marche de Auguste Rodin, escultor decisivo para el espacio de la condición negativa en sus proyectos de monumentos. En la mencionada pintura el caminante de Rodin no camina, más bien lo mueven de forma un tanto dolorosa. En este estudio para una escultura de San Juan Bautista, el movimiento se encuentra detenido en una actitud de tensión que críticos como Leo Steinberg asocian a la imagen de un boxeador que con los dos pies en el suelo se dispone a lanzar el golpe.
A propósito de la exposición Veraneantes anteriormente mencionada, quizás resulte oportuno realizar una comparación con la recién inaugurada Sustratos, en el IVAM. Las dos comparten la misma pretensión: promocionar el arte joven del lugar. Me limitaré tan sólo a reproducir algún fragmento de los textos curatoriales de sendas muestras invitando a que cada quien extraiga las conclusiones que considere más convenientes. En lo que atañe a presupuesto general, el IVAM dispone de una cantidad seis veces mayor que la del MARCO y, a pesar de este dato, el primero invita a sus artistas “novedosos” a trabajar “por amor al arte”, cuando en el ejemplo gallego sí existe remuneración. Sustratos se anuncia más papista que el papa como “un canto que el IVAM dedica a las nuevas generaciones”, frente a Veraneantes, más honesta, que “traza uno de los muchos y subjetivos mapas de la producción cultural de una época y de un territorio”. Por último, otro detalle que me llamó la atención fue la relación que mantienen las obras entre sí: en el museo vigués “más allá de cualquier intento de poner orden mediante una sucesión de trabajos, la exposición se articula desde una perspectiva orgánica, donde unos conceptos llevan a otros, propiciando la libertad de asociación”, mientras que en el instituto valenciano “se lleva a cabo una curiosa relación de obras, reunidas bajo el simple principio de casar a unas con otras según se vea más conveniente, en unos encuentros que unas veces resultan obvios y otras sorprendentes”.
Ismael Teira
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