Concha Piquer

#MAKMAArte
‘Doña Concha. Una exploració al voltant de la copla i Conchita Piquer’
Comisaria: Cristina Chumillas
A partir del cómic ‘Doña Concha: la rosa y la espina’, de Carla Berrocal
Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de València
Arzobispo Mayoral s/n, València
Del 14 de marzo al 11 de junio de 2023

Ahora lo lleva casi todo el mundo, pero antes un tatuaje sobre la piel no era tan común. Sin embargo, Concha Piquer lo popularizó mediante la canción compuesta por Rafael de León, Manuel López-Quiroga y Alejandro Rodríguez, de título precisamente ‘Tatuaje’. En esa copla, la Piquer, en calidad de narradora privilegiada, adopta cierta posición masculina para cantar: “Mira mi brazo tatuado / Con este nombre de mujer / Es el recuerdo de un pasado / Que nunca más ha de volver”.

Y prosigue: “Ella me quiso y me ha olvidado / En cambio, yo no la olvidé / Y para siempre voy marcado / Con este nombre de mujer”. El Ayuntamiento de València, queriendo hacerse eco de tamaño lamento, acoge la exposición ‘Doña Concha. Una exposició al voltant de la copla i Conchita Piquer’, una forma metafórica de tatuar su nombre en la Sala de Exposiciones municipal, reivindicando su talento y dándole la vuelta a la letra de la copla para que su nombre permanezca vivo y no caiga en el olvido.

Para ello, ha sido necesario –y sigue siéndolo– pasar por encima de la ideología –en este caso franquista– que asocia la copla al rancio periodo de la dictadura, que es cuando vivió su mayor auge, reduciéndola a instrumento de propaganda de cierta españolidad racial. De manera que, tergiversado, el arte de la copla que se hace eco de la cultura popular ha quedado –como todo aquello que aplasta el sesgo ideológico– sometido a mero vehículo de transmisión del poder.

Doña Concha. Concha Piquer

Y es así como el talento de Concha Piquer se ha visto envuelto en tamaña refriega, convirtiendo la copla –de la que fue una de sus más sobresalientes figuras– en un campo minado para quienes, de puntillas, oían sus canciones con el miedo a que les explotara el sambenito del gusto franquista. “Es un género que, en los años 60, cuando se introduce en España la música extranjera, es rechazado por haber quedado esa cultura asociada con el franquismo, lo mismo que sucedió en Alemania con Wagner”, apuntó Cristina Chumillas, comisaria de la exposición, montada en torno al cómic ‘Doña Concha: la rosa y la espina’, de Carla Berrocal.

La Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de València reúne los dibujos originales del cómic, junto a indumentaria “no vista hasta ahora” –precisó Chumillas–: carteles, programas de mano, elementos multimedia con puntos de escucha de sus canciones, cortes de entrevistas televisivas, así como algunas de sus apariciones en cine. Todo ello para poner en valor y redimensionar su figura.

“Forma parte del imaginario cultural valenciano”, subrayó la concejala de Patrimonio y Recursos Culturales, Glòria Tello, para quien Concha Piquer “no ha sido valorada hasta hace poco tiempo”, tras ser “utilizada por la propaganda franquista” y permanecer, por parte de cierta izquierda, como un “residuo de tiempos pasados”. “La copla es un estilo musical de primer orden”, apostilló.

Como en cualquier género, también en este se dan cita coplas magníficas junto a otras pésimas. Y, como sucede en cualquier otra disciplina artística, hay cantantes que dan brillo a los temas y otros, en cambio, que lo apagan. Manuel Vicent, autor de ‘Retrato de una mujer moderna’, considera que hay que sacar a Concha Piquer del folclore y valorarla como artista de primera, capaz de mezclar el placer del éxito con la angustia asociada a sus tormentos más íntimos.

“Todavía hoy, cierta intelectualidad mira con desdén a la copla, quizás porque cometió el pecado de servir de disfrute y evasión a las clases populares, y especialmente a las mujeres”, señala Jorge Decarlini, en el apartado dedicado al tema ‘Tatuaje’ de su libro ’20 canciones’.

Vista de la exposición ‘Doña Concha. Una exposició al voltant de la copla i Conchita Piquer’, en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de València.

Chumillas se refirió a la copla como género anterior al franquismo, puesto que ya existía durante la Segunda República, aunque haya todavía esa fijación por asociarla con el régimen dictatorial. A este respecto, Decarlini subraya que incluso “surgieron después, como churros, composiciones moralizantes que exaltaban los valores tradicionales y el nacionalismo, pero es igual de cierto que algunos artistas, desde su posición de privilegio, eligieron crear o mantener vivas canciones en las que subyacía un desafío a los convencionalismos”.

Y pone los casos de Concha Piquer, Rafael de León “y tantos otros, con quienes la cultura española mantiene una deuda impagable”. Deuda que la exposición ‘Doña Concha. Una exposición al voltant de la copla i Conchita Piquer’ viene con ánimo de saldar, aunque solo signifique un punto y seguido en la reivindicación de “una mujer valiente, de gran carácter y empoderada cuando empoderarse era muy complicado”, resaltó Tello, aludiendo a Vicent.

Portada de ‘Doña Concha: la rosa y la espina’ (Reservoir Books), de Carla Berrocal.

Precisamente el autor de ‘Retrato de una mujer moderna’ no se ha cansado de repetir que Piquer, más allá de las continuas adjudicaciones de su música al franquismo, fue una mujer que llegó a enfrentarse al propio general, negándose a actuar ante él en privado, pero no –en otra vuelta de tuerca– por ser antifranquista, sino porque, por encima de todo, estaba su profesión, que defendía a muerte.

De esa muerte, así como de amores y pasiones igualmente letales se hallan atravesadas sus coplas, en cuyo núcleo –en tanto textos artísticos de verdad– emerge esa tensión freudiana entre eros y tánatos. Así concluye, de hecho, ‘Tatuaje’: “Mira su nombre de extranjero / Escrito aquí sobre mi piel / Si te lo encuentras marinero / Dile que yo muero por él”. Concha Piquer falleció un mes de diciembre de hace 32 años, dejando un sobresaliente legado alrededor de esa copla de la que ahora se hace eco el Ayuntamiento de València.