Árbol objeto, de Álvaro Tamarit
Galería Alba Cabrera
C / Félix Pizcueta, 20. Valencia
Hasta el 10 de enero
Los árboles en las ciudades es el último vínculo que nos conecta con la naturaleza de la que hemos sido voluntariamente desterrados. Una naturaleza pródiga y benéfica, pero también hostil y destructora, que de amante madre puede mudar en un instante en cruel madrastra. El árbol en la urbe nos recuerda de dónde venimos, cuando una ardilla podía atravesar la península desde Gibraltar a los Pirineos yéndose por las ramas. También dónde podemos acabar, en un árido desierto, donde la felicidad y la belleza serían espejismos imposibles.
Implantados entre el asfalto y el cemento, cada uno en su respectivo alcorque, los árboles prestan su sombra en los sofocantes meses estivales, consumen los detritos de los coches y ponen una nota de gracia y color en un ambiente gris. ¿Quién no ha soñado alguna vez en vivir en la copa de un árbol gigantesco como Tarzán, o en el interior de un tronco hueco, como la pandilla de Peter Pan?
Algunas personas tienen una conexión especial con estos vegetales que pueden vivir cientos de años y saben morir dignamente de pie.
Algunas incluso los convierten en materia artística, como Álvaro Tamarit (Xàbia, 1976) cuya última exposición, Árbol objeto, en la sala Alba Cabrera, es una reflexión sobre su importancia en el complejo y delicado tapiz de la vida.
“Llevo años trabajando sobre este tema, el uso que damos a los árboles y a la madera, una materia viva que derrochamos demasiado”, dice Tamarit. “En esta muestra presento una mezcla de piezas antiguas y otras más recientes”.
Los trabajos de Tamarit combinan el procesamiento de la madera con el soporte collage analógico y los relieves en tres dimensiones. Esculturas singulares que ensalzan la belleza de la madera, bajorrelieves de ciudades invadidas de vegetación, grandes árboles que acogen ciudades. También objetos juguetes a la manera de Joaquín Torres García, como su barco biblioteca, inspirado en la noticia de que un cargamento de libros iba a ser enviado a África por mar.
A diferencia de otros artistas que buscan durante años su propio camino y lenguaje, Tamarit confiesa que desde que estudiaba en Bellas Artes “tenía mi propia forma de pensar y sabía cuál iba a ser mi camino siempre en libertad”.
En su taller de Xàbia la madera es la gran protagonista y utiliza fotografías de sus viajes, imágenes de periódicos y revistas para componer sus collages, “siempre analógicos”, reivindica.
“Utilizo algunas máquinas sencillas como lijadoras o taladros, pero las manos son las que más trabajan”, apunta.
Vive entre Xàbia y Cambridge, un eje privilegiado que le permite contrastar las grandes diferencias en la apreciación del arte entre España e Inglaterra. “Allí dan ayudas desde 100 a 2.000 euros a devolver sin interés para que la gente adquiera piezas artísticas”, comenta.
Sus últimas exposiciones se presentaron en Alemania, Holanda y en Valencia, en la galería Set.
Bel Carrasco
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