Lynch

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Recordando a David Lynch
(20 de enero de 1946 / 15 de enero de 2025)
‘Terciopelo azul’ (Blue velvet, 1986)
Cultos y navideños
Navidad 2025

David Lynch, resulta sorprendente tener que recordarlo, tuvo una infancia feliz. Lo ha repetido él mismo en numerosas ocasiones para explicar la paradoja que puede encerrar el hecho de que su cine esté repleto de rincones oscuros, en oposición a la supuesta claridad y ternura que caracteriza el universo infantil.

Vamos, que se puede haber tenido dicha infancia feliz y, sin embargo, crear, a partir de ella, historias preñadas de claroscuros. Sus amigos, en declaraciones recogidas en ‘Espacio para soñar’, su libro autobiográfico, recuerdan el entusiasmo y bonhomía con los que encaraba los juegos, si bien recuerdan igualmente la singular mirada que tenía ante hechos que los demás pasaban de largo.

Ahora, a punto de cumplirse el centenario de su nacimiento, el año de su muerte y los 40 de una de sus películas más emblemáticas, ‘Terciopelo azul’ (‘Blue velvet’), no está de más volver a recordar esa ligazón entre lo luminoso y lo lóbrego, entre lo cristalino y lo sombrío, que caracteriza igualmente al rito navideño, por mucho que, en éste, al contrario de la mayoría de films de Lynch, lo simbólico ofrezca un horizonte de sentido al sinsentido del universo lynchiano.

Fotograma de ‘Terciopelo azul’ (‘Blue velvet’, 1986), de David Lynch.

“Me interesa saber qué se esconde tras las limpias fachadas, tras los visillos de las casas, explorar los recovecos tortuosos de la existencia”, señala el director de ‘Blue velvet’, película de 1986 que arranca con un gran plano colorista protagonizado por una valla en la que sobresalen unas llamativas rosas rojas.

He ahí, expuesta de una forma de gran potencia visual, la limpia fachada o, más concretamente, el lado amable, atractivo, incluso tierno –si añadimos la música melódica que lo acompaña–, de la vida en el apacible pueblo de Lumberton (Texas), tal y como diríamos sucede en cualesquiera otro de los que pasamos las navidades.

Esas rosas rojas, destacando de un intenso fondo azul del cielo, representarían la cara afable de la existencia, esa misma que caracteriza el universo navideño, con las luces y adornos que engalanan nuestras ciudades y, eso sí, el acelerado consumo desvirtuando el rito religioso del nacimiento de Jesús o el pagano de la celebración del invierno para que la primavera llegue con sus mejores frutos.

Tras ese arranque florido, ‘Terciopelo azul’ enseguida nos mostrará las sombras que proyectan tanta luz: un hombre sufre un ataque al corazón mientras regaba su cuidado jardín, dando pie a la cámara de David Lynch a acercarse progresivamente a esa tierra regada en cuyas profundidades se oye el bullicio de los bichos que la habitan.

Fotograma de ‘Terciopelo azul’ (‘Blue velvet’, 1986), de David Lynch.

No solo eso, sino que esa misma mañana soleada, mientras el hijo del hombre que sufrió el infarto camina hacia el hospital, para ver cómo se encuentra su padre, se halla fortuitamente una oreja humana, lo que dará inicio a una investigación policial en la que se verá él mismo involucrado.

Bastará ese inicio para entender lo que apunta el propio David Lynch sobre el motivo de su cine: “Todas mis películas son acerca de mundos extraños”. De manera que esa asociación de la Navidad con lo amable y luminoso de la existencia –sin duda ligado a la venida del hijo de Dios al mundo y, por extensión, de la llegada de un hijo cualesquiera a nuestro mundo desmitologizado–, se prolonga en el universo lynchiano ofreciéndonos el territorio de sombras que amenaza con disolver la claridad precedente.

“Estar en medio de la oscuridad y la confusión me resulta muy interesante. Porque cuando sales de ahí puedes ver las cosas como realmente son”, dirá Lynch. Tal y como le sucede al protagonista de ‘¡Qué bello es vivir!’, película de Frank Capra, es a través de la experiencia de lo oscuro –experiencia ligada a cierto sinsentido– como el sujeto puede llegar a comprender –en el doble sentido de entender y de abarcar en toda su dimensión– la vida en su complejidad.

Por eso Lynch dirá igualmente que el misterio es lo que más ama: “Es el magnetismo de la vida y me resulta maravilloso saber que, de la mayoría de las cosas, no conocemos absolutamente nada”. La Navidad, para aquellos que deseen explorar su magnetismo, consiste en saberse preso del misterio de un tiempo mítico, igualmente representado en la sucesión de inviernos vividos por nuestros antepasados, que no cabe en la más simple luminosidad navideña, pero tampoco en el reino de sombras al que nos aboca tanto descreimiento.

Lynch
Retrato de David Lynch, entre guirnaldas navideñas, de quien está a punto de cumplirse un año de su fallecimiento.