David Trueba

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‘Siempre es invierno’, de David Trueba
Reparto: David Verdaguer, Isabelle Renaud, Amaia Salamanca, Jon Arias, Vito Sanz, Naiara Carmona, Carla Nieto
Música: Maika Makovski
Fotografía: Agnès Piqué Corbera
España, 2025, 117 min.

Miguel es un joven arquitecto paisajista que viaja a Bruselas junto a su novia Marta con motivo de un concurso de proyectos para diseñar un parque de la ciudad. Pero, el mismo día de la llegada, Miguel descubre por accidente que Marta está dispuesta a romper la relación para volver con su anterior pareja.

Ante la noticia, el mundo de Miguel se descompone. Por si todo esto fuera poco, encima pierde el concurso cuyo premio recaerá en manos de un tal Alex Ripollés, un arrogante arquitecto de Barcelona que siempre le lleva la delantera.

Arrollado sentimentalmente, humillado (le han echado, incluso, del hotel) Miguel decide quedarse paseando sus penas por las calles de esta Bruselas invernal, cuando se encuentra con Olga, una de las auxiliares del congreso.

Olga invita a Miguel a quedarse en su casa y las circunstancias (la pérdida de su amor, la distancia con su país) hacen que surja entre ellos la atracción. El “problema” es que Olga es veinte años mayor que Miguel, lo que, a pesar de ese impulso inicial, hace que él no esté muy seguro de desear algo más serio entre ellos.

Aunque, en realidad, lo que le pasa a Miguel es que no está seguro de nada. No sabe si va o si viene, si quiere quedarse con Olga, tratar de recuperar a Marta o iniciar otra relación, si quiere seguir en Bruselas o regresar a Madrid. Su vida es un completo caos.

Este es el argumento de ‘Siempre es invierno’, la nueva película del director David Trueba, adaptación de su anterior novela, ‘Blitz’. Protagonizada por David Verdaguer, Isabella Renauld, Amaia Salamanca, Jon Arias y Vito Sanz, la cinta está cosechando muy buena recepción en la taquilla.

Aprovechando su visita a los Cines Lys de Valencia el pasado 24 de noviembre con motivo de un encuentro con el público, charlábamos con él a propósito de su película, de la vida, del arte, de los artistas y de otras tantas cosas que cupieron en esta larga conversación.

David Trueba, en el centro, junto a Amaia Salamanca y David Verdaguer, durante el rodaje de ‘Siempre es invierno’. Foto: Quim Vives.

‘Siempre es invierno’ es una adaptación de un libro tuyo. ¿Cómo se adapta uno a sí mismo? ¿Qué le dice el David Trueba director al David Trueba novelista? No tío, el libro era mejor…

Ah, bueno, no. Eso es más cosa de los lectores que son los que compiten o ponen en comparación una cosa con la otra. En nuestro caso, lo mismo que cuando adaptas una novela de otro, lo importante no es de dónde sale una película, sino a dónde llega; no es el origen de la película, sino si vuela sola.

El mayor problema de una película que se basa en una novela muy conocida suele ser que no alcance ese grado de placer que dio a los lectores. En ese sentido, yo creo que la obsesión del director debe ser pensar sólo en la película, en que funcione por sí misma sin necesidad del apoyo del libro.

Por otro lado, también hay que saber que, en el cine, que tiene más presencia social y popular que la literatura, pasa muchas veces que la mayoría de los espectadores no conocen el dato de que tal película está basada en un libro. Por eso digo que no importa tanto, lo que importa es que la película se sostenga y vuele por sí sola.

Al reescribir una historia tuya y llevarla a otro lenguaje como el del cine, supongo que hubo muchas cosas que tuviste que modificar. ¿Qué necesitabas contar o qué pensabas que aportaba al relato ese elemento visual?

Yo siempre me había resistido a adaptar mis novelas o a que otros las adaptaran, lo tenía muy claro. ‘Blitz’ era el único caso en el que, cuando acabé de escribirla, tuve la duda de hacer una película. A los 10 años de publicarla lo que ha ocurrido es que aquello que pensaba entonces, que es que había elementos en la historia que podían funcionar muy bien cinematográficamente, seguían estando vivos dentro de mí. Y quizá por eso esta película creo que también va a ser una excepción en mi carrera.

Parte, entonces, de esa necesidad de poner en primera línea algunos de los elementos que tiene la novela, mostrarlos en imagen, hacerlos más asequibles a la gente y que, de alguna manera, eso invite también a una especie de conversación pública o, por lo menos, a que la gente visualice más cosas que se dicen en la película de manera más fácil por ese efecto de frontalidad que tiene el cine sobre el espectador.

En la película, a Miguel, el personaje principal, lo abandonan prácticamente en los primeros fotogramas. Olga, la mujer con la que va a tener esa relación, quizá también se siente abandonada tras su divorcio. Me he dado cuenta de que hay mucha gente abandonada en esta película. Tanta, que casi podría decir que este es un tratado sobre el abandono. ¿Qué tiene el abandono que es tan atractivo dramáticamente?

Sí, sí, sí. Yo creo que cuando rascas en la vida de los demás, siempre encuentras algún abandono, alguna carencia sentimental. Yo no creo que todo el mundo haya estado siempre satisfecho o los que lo hayan estado, seguramente conocen casos muy cercanos.

Yo creo que es una obligación de la recomposición de cada persona volver a llenarse de energía para enfrentarse a la vida. Que las malas experiencias no te lleven a un bloqueo, que no te lleven a esa sensación de que tu vida se ha terminado. Creo que es muy importante sacudirnos esa especie de visión trágica que tenemos de las relaciones sentimentales en las que se producen ciertas comparaciones, eso de verlo todo en términos de ganar o perder y tal. Yo no las mediría así.

Creo que todas las experiencias vitales son buenas, son positivas, incluso las dramáticas. Si sabes gestionarlas, son experiencias que forman parte de ti, que son indisolubles de tu forma de ver el mundo. Todo eso es importante contarlo en las películas, donde siempre se trata de conflictos, de ausencias, de las imperfecciones de la gente, para que la gente lo normalice, para que nadie se sienta único cuando le pasa algo triste en su vida o algo que le hace sentirse derrotado.

Creo que es muy importante mirar alrededor y ver que hay muchísimas personas que han pasado por lo mismo y que tiran hacia adelante. En ese sentido, la película es el encuentro de dos soledades y de cómo esas dos soledades se pueden ayudar para reencontrarse con las ganas de vivir, con ese, ”¿y ahora qué hacemos?”, que dice la película. Es la pregunta del día: qué me va a traer el día de mañana y si me apetece descubrirlo.

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En ese sentido, la película nos habla también de la futilidad del éxito. A Miguel parece que siempre se le escapa de las manos, mientras, por otra parte, cuando ese éxito aparece en otros, también nos parece un poco vacío. Miguel es arquitecto, pero su dilema se puede llevar perfectamente a cualquier otro terreno, como el del cine, por ejemplo. ¿Había algo ahí que querías exponer sobre esa cuestión?

Bueno, yo siempre he pensado que el éxito es un accidente laboral. Es decir, lo que tú debes hacer es trabajar y hacer tus historias, aquellas en las que tú crees y en las que estés convencido de que eso que cuentas le puede interesar a mucha gente. Unas veces, al final del camino hay éxito, otras veces hay fracaso, pero suele ser un éxito o fracaso contable, más que personal.

Tu propio éxito es haber conseguido hacer lo que querías. El problema es cuando no lo consigues hacer y eso, a lo mejor, es un fracaso, pero es un fracaso muy íntimo que nadie conoce.

En ese sentido, siempre me he revelado contra esas visiones un poco reduccionistas. Creo que ningún éxito te garantiza nada, ni ningún fracaso te hunde de por vida. Hay que tomarse los dos con moderación, sabiendo que lo importante es hacer, es estar, generar tu mundo y tratar de comunicar lo que tienes dentro, y hacerlo ya es un éxito.

En ese camino hacia nuestro éxito o fracaso, ¿siempre aparece algún imbécil para fastidiarnos o construimos imbéciles para disculpar nuestros errores?

Bueno, sí, a veces los construimos. Igual que construimos los prejuicios en contra de algo, también construimos prejuicios a favor, una especie de admiración a veces desmedida hacia personas en las que confundimos su obra con su carácter.

Pero sí, es normal que te encuentres envuelto a veces en rivalidades, en celos de gente que te juzga antes de ver lo que has hecho, que intenta impedir que puedas hacer lo que quieres hacer. Ese tipo de resistencias, claro que las hay. Puede haberlas, incluso, sin tú quererlo.

A veces hay gente que está viviendo en un rencor que tú no sabes muy bien qué lo ha provocado o que parece que tú eres el agente que lo ha provocado. Pero también hay que entender que son episodios que te ayudan a ser todavía más decidido en lo que haces. Son obstáculos, algunos son humanos, otras veces son materiales, otras veces son sociales, pero no te pueden sacar de la carretera tan rápido. Es decir, el que te saque de la carretera tiene que ser más fuerte que tú.

En ese transitar por la vida hacia el éxito o el fracaso, hay otro aspecto de la película que es muy interesante y que tiene que ver con la decepción que a veces nos producen los maestros. En la película, Miguel admira a un arquitecto japonés que acaba resultando un bluf, lo que le provoca un gran desengaño. ¿Cuál es tu relación con los maestros?

Bueno, no es tanto un desengaño como que, a nivel personal, está por debajo de sus expectativas. Esta película habla mucho de eso, de los prejuicios. En cuanto a mi relación con algunos de estos maestros ha sido, bueno, en algunos casos, al conocerlos se ha prolongado la admiración porque me he encontrado con personas sencillas, atentas, que se parecen a sus obras en la bondad, en la cercanía, en la inteligencia.

Y en otras ocasiones, sí, he sentido el pellizco de la decepción, eso de que mejor no me acerco más porque hay algo falso en esa persona. Como a todo el mundo, hay gente que me ha decepcionado y gente que, no esperando nada de ellos, me han agradado mucho. Sí, en ese sentido, la vida, la experiencia, también te hace más sabio.

¿Te imaginas a ti mismo decepcionando a alguien, como alguien te haya podido decepcionar a ti?

Sí, es posible. Es posible, claro. Es que yo no creo en la perfección. De hecho, siempre intento que mis personajes, tanto en las novelas como en las películas, sean personas imperfectas, con defectos. No creo que debamos entregarnos a nadie renunciando al espíritu crítico, creo que todas las personas tienen sus carencias, esas cosas que a veces les hacen ser de una manera o de otra.

No voy buscando personas perfectas en mi vida. Creo que eso ha sido un error en los últimos años en los que ha habido una actitud un poco infantil en el sentido de que, para estar en la escena pública, tenías que ser perfecto. Yo creo lo que no tienes que ser es un delincuente, por supuesto, tienes que ser una persona decente. Pero luego, dentro de la decencia, en la vida íntima de las personas, hay muchos grados.

No todo el mundo responde a las expectativas, así que una decepción de una persona tampoco la anula del todo. Es decir, te ha decepcionado a ti, pero luego puede comportarse mejor en otra relación o en otra circunstancia. Yo soy de intentar no juzgar tanto, de no idealizar tanto a los seres humanos.

Pasa un poco como con la política con esa persona en la que pones tus esperanzas. Hay que ser capaz de ver cuando las cumple y cuando obviamente no. Nunca va a ser todo lo que tú querías que fuera, pero también hay que conceder un margen a la gente y, a la vez, ser también exigente con lo que eliges, con lo que eres y con lo que haces.

Fotograma de ‘Siempre es invierno’, de David Trueba.

No te voy a preguntar quién te ha decepcionado en la política para no liarnos mucho.

Bueno, digamos que soy muy prudente. A lo mejor, las mayores decepciones me las he llevado de adolescente, de joven. Luego, te vas también haciendo más duro y vas viendo que a mucha gente las circunstancias la doblan muy rápido. Entonces, lo que valoras mucho es la resistencia; resistencia al fracaso, resistencia, a veces, a la incomprensión.

Y de pronto te dices, ostras, ¿y esta persona? Mírale, ahí sigue, ahí está, aguanta. Esas personas son a veces más ejemplares que los que están en primera línea subidos a la ola de éxito. Entonces, dices, vamos a ver qué pasa con esta persona cuando las cosas vayan mal. Porque, cuando todo va bien, todos aparentan ser muy majos.

Me hablabas antes de esa necesidad o proceso de superación del personaje protagonista. Pero a mí me parece que Miguel está todo el tiempo tratando de resistirse a alcanzar esa felicidad que se le ofrece. En ese sentido, la película parece un tratado o una reivindicación de una especie de contra-alegría, por decirlo de algún modo.

No, no. Quizá, lo que ocurre es que, al final, se filtra un poco mi manera de ser. Yo soy una persona muy alegre, pero también muy templada. Es decir, que entiendo que un día en la vida de cualquier persona contiene cosas buenas y cosas malas y, por lo tanto, esa euforia cuando algo te sale bien es ridícula, como es ridículo hundirse cuando algo sale mal. Yo creo que todo hay que mirarlo a la cara.

En ese sentido, a veces transmito esa sensación como de estabilidad, que hace que, incluso en el éxito, recurras a ese autocontrol. Pero a mí la alegría me suele parecer algo bastante innegociable. La alegría es algo que tú regalas a los demás y eso está bien.

Y aunque hay momentos en los que no puedes participar de ella, eso no significa que no sea una aspiración. Lo que no soy es eufórico. No soy de estos que celebran las cosas como si fueras el primero al que le ha pasado algo bueno. No, le pasa mucha a gente. Hay que seguir.

Te lo preguntaba también por el título, ‘Siempre es invierno’. ¿Es siempre invierno?

Bueno, hay una frase de la película que hace referencia al estado de ánimo de él, que está como en ese periodo de hibernación, de bloqueo, de congelación de sus emociones. En ese momento, el personaje de Olga, le dice: sin amor, siempre es invierno.

De alguna forma, es como si tú generases esa estación en ti. No se refiere a la climatología, se refiere al espíritu de una persona. Hay mucha gente que vive en un invierno perpetuo, gente que tiene que aprender que se puede salir de ahí, que hay que vivir las otras estaciones, que hay que esperarlas, que hay que anhelarlas.

El frío, sin embargo, como en esta película, es muy cinematográfico.

Sí. No es habitual y menos en el cine, que tiene una cierta tendencia a mostrar la belleza de la vida. Pero creo que también hay algo en la hostilidad, en la hostilidad de las personas, de una azafata de vuelo, de una recepcionista de un hotel, que tiene que ver con la hostilidad del mundo.

Y claro, cuando quieres hacer una metáfora de eso, lo mejor es el frío, la bruma, la falta de sol, la humedad, el aislamiento que te provoca estar en un país extranjero donde la gente habla en otro idioma que tú no conoces, el hecho de no poder comunicarte… Todas esas cosas juntas dan una sensación de aislamiento, de frío, de naufragio, que son interesantes porque tienen que ver con cómo nos sentimos en un momento dado.

Por eso mi obsesión fue buscar una ciudad centro-europea que fuera hostil para un español. Es ese, “¿qué hago aquí?” El vaho en la boca, todo eso. Cuando rodábamos lo pasábamos muy bien porque la escarcha de la hierba nos hacía sentir que contribuiría a crear esa sensación en el espectador.

La película se inserta en una visión del mundo en la que las relaciones amorosas ya no se producen en la ciudad o en el barrio en el que nacimos, sino que, como dices, suceden en cualquier parte del mundo. ¿Nos hemos convertido en seres sentimentalmente globalizados?

Bueno, sí. Me acuerdo que cuando salió la novela también hubo algunos comentarios que dijeron que era una novela que ya no tiene que ver con la literatura tradicional española, sino que se nota que pertenece a una persona de una generación para la que lo extranjero, relacionarse con personas de otros países, en otros idiomas, es algo absolutamente natural que, si te remontabas a una novela de los años 80 en la que, en España, era rarísimo.

Yo no lo había pensado, pero es verdad. Al final, mi vida también transcurre en viajes, en lugares, en gente, algunos son de tu nación, otros no, y eso lo incorporas naturalmente al paisaje. Creo que muchos chicos españoles relacionan ya sus primeros amores con una internacionalización de su historia, muchos acaban trabajando, viviendo fuera, cosa que, a lo mejor, antes se centraba sólo en un periodo de migración por la necesidad laboral y tal.

Pero ahora creo que los españoles somos primer mundo, estamos en el mundo desarrollado y, por lo tanto, somos cosmopolitas y tenemos que contar las historias tal y como son. A veces veo ciertas reivindicaciones del terruño y me parece que, aunque algunas están muy bien, en otras noto una cierta artificialidad, como que necesitan ir a encontrar la autenticidad en el lugar en el que estuvieron sus abuelos.

Y yo creo que la autenticidad se puede encontrar en el futuro y en la modernidad. La autenticidad también es un estado tuyo, de hasta qué punto estás siendo fiel a ti mismo, a tus deseos, a tus ideales. Y si los has traicionado, no te van a salvar los ideales y el terruño de tus abuelos, te tiene que salvar tu propia revolución personal.

Fotograma de ‘Siempre es invierno’, de David Trueba.

Si hay algo que marca la trama en la película es esa relación entre un hombre joven y una mujer mayor. Pero no sé si este es exactamente el tema de la película o más bien es una excusa para hacer una reivindicación de los cuerpos.

Sí, hay una reivindicación que quizá es también la clave de por qué me decidí a llevar la novela al cine y que tiene mucho que ver con enseñar y mostrar los cuerpos cuando ya no son lo que llamamos “cuerpos perfectos” o los cuerpos que relacionamos con el cine, la publicidad o la televisión, donde, especialmente con respecto a la mujer, la sensación es que, fuera de la rabiosa juventud y de la espléndida belleza de los 20 años, ese cuerpo está como proscrito y tienes que avergonzarte de ello.

Precisamente, esa vergüenza y ese pudor era algo que me gustaba, que formaba parte de la película y que me pareció que en el cine iba a ser todavía más potente que contado en una novela. Quizá eso también me empujó a llevar a cabo la adaptación y ahora me alegro de haberlo hecho porque noto en las reacciones de la gente, en la incomodidad y en el agradecimiento de muchas personas que, efectivamente, la película lo muestra con una gran frontalidad.

La gente agradece que no le tengas miedo a decir que las personas se hacen mayores, que sus cuerpos ya no responden a los parámetros publicitarios, pero que eso no tiene por qué avergonzarte porque ese cuerpo también puede dar placer, ese cuerpo está vivo.

Y yo siempre he defendido que la carne humana nos relaciona con la naturaleza, con la biología, y el plástico nos relaciona con la falsedad y con la mentira. Evidentemente, si alguien tiene complejos o si está sufriendo por algo y tiene posibilidades de mejorarlo o cree que le va a ayudar a estar más a gusto en la vida, no debe tener miedo a hacerlo.

Pero, al mismo tiempo, también creo que lo que es injusto es que nosotros, como directores de cine, estemos participando de una especie de tiranía establecida por la cual una mujer, a partir de los 45 años, no puede mostrar nada porque todo el mundo se va a espantar. Creo que es bonito verlo, hacerlo y notar cómo la incomodidad de algún espectador se transforma en una reflexión sobre por qué le incomoda algo que es lo más natural del mundo.

En este juego, en la película hay una cierta ironía a la hora de confrontar ese cuerpo joven que se exhibe mucho y el cuerpo de una persona mayor que trata de esconderse. Me refiero a la relación que tiene Miguel con Olga y, más tarde, con esa chica, amiga de su ex, que conoce en el tren.

Sí, claro. No hay algo deliberado, pero, obviamente, estás jugando con eso. Estás jugando con lo que estamos acostumbrados o podemos ver y celebramos, y con lo que nos avergüenza. Aquí se trataría de jugar a invertirlo. Y sí, eso al final te da ese sentido irónico o autocrítico. Creo que la película es potente en eso.

De hecho, mucha gente, cuando lo está viendo, no sabe muy bien qué pensar. Pero yo creo que, finalmente, entran en lo que les estás contando, incluso desde la perturbación. También me ha pasado que mujeres más jóvenes, de 30 o 35 años, de pronto sienten como si la película las pusiera también en un lugar muy crítico.

Yo no lo había pensado, pero me gusta esa sensación de que la gente joven no se sienta campeona de todas las batallas porque yo creo que hay muchísimas cosas en las que, cuando eres joven, eres peor que la gente mayor. Vivimos en un mundo donde hay una juventud un poco despreciativa hacia la gente mayor, cosa que quizá antes no pasaba tan claramente.

Es como si se hubiera arrinconado a los abuelos, nadie quiere hablar ya con los mayores, y también viene bien que alguien te recuerde que no lo sabes todo y que en la vida hay gente que te puede ganar por lados insospechados.

Quizá es porque el personaje es arquitecto, pero hay en la película una atención especial hacia los espacios que no sé si se encuentra antes en tu cine de una manera tan deliberada. Recuerdo uno de los primeros planos de la película en el que Miguel y Marta llegan a la estación de Bruselas con esa composición partida mientras bajan por las escaleras.

Claro, claro. En esta película tiene mucha mayor presencia, precisamente, por la cabeza de él. Es alguien que está en ese oficio y, por lo tanto, hay una atención a esas líneas, a esos planos más grandes de espacios mostrados también en su esplendor arquitectónico.

Pero también está la contradicción entre espacios pensados por la arquitectura de autor y esos otros espacios, como pueden ser un kebab o lugares así, que se convierten también en arquitecturas importantes porque en ellas te suceden cosas, aunque detrás no esté un arquitecto, un diseñador, sino el caos o, incluso, el mal gusto. La combinación de esos dos espacios hace pensar al protagonista y, por lo tanto, al espectador que está viendo la película a través de él.

El proyecto que Miguel presenta al concurso habla sobre el empleo del tiempo. Tiempo que está concentrado en la figura de un reloj de arena en el que, mientras se escapa, por un lado, se recoge o recupera por el otro. Ahora que pintas canas, ¿qué relación tienes con el tiempo?

Bueno, yo intento tener una relación natural, lógica y de respeto hacia las estaciones de la vida, no sólo las meteorológicas. Hay un momento en la película que para mí es muy importante que es cuando él está con esta mujer que le saca 25 años y ve una foto de ella cuando tenía 20 y se da cuenta de que también ha sido una belleza, que ha sido una mujer absolutamente deseable de la que se hubiera enamorado si la hubiera conocido entonces.

En ese momento, se dispara de pronto el mecanismo entre esa foto y la mujer real, el mecanismo del reloj de arena. Es decir, a aquella mujer de la foto se le está agotando la arena y a nosotros, cada día que pasa, nos queda menos y debemos asumirlo.

Creo que en el mundo contemporáneo hay muy poca reflexión sobre la muerte. Quizá porque todo tiene esa apariencia saludable, estamos muy poco preparados para entender lo que nuestros abuelos entendían muy bien cuando vivían entre animales en la naturaleza: que nosotros también formamos parte de ello.

Nadie es inmortal, nadie es eterno, todos vamos hacia nuestra desaparición y, por lo tanto, es muy importante lo que hacemos con nuestra vida, lo que hacemos cada día. En ese sentido, creo que la presencia de la muerte en nuestras vidas nos eleva moralmente, nos ha hecho animales muchísimo más autoconscientes y, por lo tanto, cuando hacemos el mal, nos rebajamos al espíritu de una alimaña, y ya no hay excusa para eso.

Es decir, alejar la muerte hace que seas, en general, peor persona. Creo que la idea de creer que eres finito te acerca a la idea de que uses tus días y los uses en favor de la gente que se queda después de ti, que merece un mundo mejor, y que lo que va a quedar de ti no es tu fortuna, sino tu recuerdo, cómo te van a recordar los demás. Ni siquiera el tuyo, sino el que vas a dejar tú en otros.

No entiendo porqué hay ahora esta epifanía de los malvados, que son personas que lo que quieren es simplemente provocar el miedo, provocar la admiración desde una especie de reserva, desde la envidia. En cambio, yo siempre he defendido a esa gente que va dejando una ola de cariño y de buenos recuerdos.

¿Por qué no intentar estar ahí, en esa línea, mucho más útil a la sociedad? Creo que, en ese sentido, olvidarnos de la muerte y pensar que la tecnología nos va a curar de todo nos hace peores personas.

David Trueba
David Trueba, en un descanso del rodaje de ‘Siempre es invierno’. Foto: Quim Vives.