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‘El baile fantasma’, de Óscar Aibar
Pepitas de Calabaza & Los Aciertos, 2025
En los últimos tiempos, Óscar Aibar se ha ocupado, profesionalmente, casi en exclusiva, de la realización de la serie de televisión ‘Cuéntame cómo pasó’ (2001-2023). Por eso es una buena noticia la publicación, por parte de Pepitas de Calabaza, de la novela ‘El baile fantasma’, con la que, de hecho, regresa al oficio de las letras tres años después de la presentación de ‘La mancha sobre Titán’, donde se refería, compaginando otra vez melancolía, ternura e incisiva ironía, al universo de la literatura barata de ciencia ficción, en un relato formado por historias cruzadas o, mejor dicho, individualidades lastimadas.
Aibar, recordemos, es uno de los directores más singulares del panorama español, tal cual acreditan los títulos ‘Atolladero’ (1995) y ‘Platillos volantes’ (2003), montados con talento particular y una admirable lectura de las características más felices de los géneros populares.
Introducida en las últimas semanas, ‘El baile fantasma’ prosigue el recorrido del autor por las interioridades de ese misterioso y absurdo universo de las profesiones de la representación artística, sobre un punto de cierta decadencia interior, en busca de huellas de personalidades idiosincrásicas y afectadas por distintos motivos.
A este respecto, la novela puede leerse en forma de continuación natural de ‘Making of’, aquel libro de 2008 sobre un director de cine fantástico atrapado, de un modo u otro, en las memorias de una película realizada quince años antes –la única de su trayectoria–.

En cierta forma, el actual texto propone un ejercicio de depuración formal y desarrollo de aquel, desde la recuperación de una estructura semejante, organizada con la descripción de los hechos de varios tiempos, y la explicación de la historia de una figura natural del medio, perseguida por los recuerdos de sucesos graves vinculados a las primeras experiencias de trabajo, y también sentimentales.
Tal y como señala el texto de la contraportada, Julia, la protagonista, es un animal de rodaje. En cuarenta años de carrera pasa por puestos de diferentes responsabilidades en demasiadas grabaciones de proyectos, naturalmente, heterodoxos.
Es una de esas personalidades inconfundibles de los platós, indispensable e invisible, a su forma, que ha asegurado la posibilidad de la continuidad laboral, pero no un verdadero reconocimiento, más allá de un puñado de individuos, en este punto de la historia, tan anacrónicos y desengañados como ella.
En la actualidad, la mujer, solitaria y adicta a los ansiolíticos, se ocupa de la coordinación de intimidad en un culebrón de tele actuado por una rutilante estrella femenina que ya ha cumplido más de 40 años, con lo que eso significa para una actriz del audiovisual actual, y una joven promesa adicta, a su manera, a las redes sociales.
La grabación de unas secuencias problemáticas del desenlace del programa, por su violencia, se desarrolla en el pueblo donde Julia, cuatro décadas atrás, en los lejanos años 80, conoce sus primeras experiencias en el mundo del cine trabajando en una producción de terror de escaso presupuesto y genio, ‘Jornada sangrienta’, como chófer de Javier Fajardo, un antiguo astro de la escena y la televisión, también de las conocidas coproducciones mediterráneas de vaqueros, ahora alcoholizado y olvidado por el público.
Con este hombre avejentado y borracho, una sombra endeble de épocas ya desvanecidas, establece, después de una violación, una convulsionada relación sentimental durante las jornadas de filmación de las imágenes de miedo. Estas tomas, marcadas por una rara complicidad, la desconfianza, y un desenlace trágico, definen irremediablemente el carácter personal de la mujer y su posterior recorrido por la función de la imagen.
La noticia en la actualidad del traslado del equipo al punto de partida supone el regreso a unas emociones y crisis guardadas bajo llave en los compartimentos de la memoria. Sobre la base de esto, conforme al aviso de un desenlace dramático, el relato se divide en dos partes: la reseña de un conflictivo hoy especificado por las discusiones constantes en el set y los ahogos personales; y la de ayer, no menos problemática en diferentes puntos.

El descubrimiento y la explicación del pasado otorgan al conjunto una curiosa apariencia de novela de misterio. Ahora bien, antes que nada, el texto acaba resultando una emocionada carta de afectos al oficio del cine y a sus personalidades innatas.
‘El baile fantasma’ se parece a un informe romántico redactado al filo del abismo, a partir de la recopilación de notas variadas. Aibar, con comprensión y respeto, caracteriza la singladura poliédrica de su personaje central en dos puntos concretos separados por cuarenta años: la ligereza del comienzo y el desengaño de un posible final.
Alrededor de esta suerte de retrato particular existencial, liviano y poderoso a la vez, concreta también una observación perspicaz de las numerosas transformaciones experimentadas por las profesiones del audiovisual y las formas de registrar los diferentes cuadros. Acá irrumpe entonces una perspectiva artística, naturalmente, pero también política.
La escritura política de la novela entra, ante todo, cuando hace referencia a la problemática del desempeño práctico de las responsabilidades de la coordinación de intimidad y a las dificultades para llegar a auténticos acuerdos con las distintas partes implicadas, de los intérpretes a la realizadora del capítulo.
Pero esta línea argumental responde a algo más profundo y provocador en el conjunto, y es a un diagnóstico decepcionado y malicioso a propósito de la influencia determinante del ‘Me Too’ en el moderno acto de creación y relación. A tal efecto, la parte final de la novela propone un constante lanzamiento de dardos envenenados con la exhibición de determinadas figuras y sus acciones.
En efecto, hay una sensación general de desengaño y levantamiento contra unas modificaciones sociales, políticas y culturales en las palabras. Así, es difícil no leer ‘El baile fantasma’, en cierta medida, como un ajuste de cuentas y una lamentación generacional acerca de lo supuestamente perdido en diversos frentes.
Aibar también hace trampas, sin lugar a dudas, en la evolución de su tesis, apretando algunas situaciones, hasta convertirlas en caricaturas, en detrimento de otras, en bastantes casos más conflictivas y serias. De todas maneras, es importante afirmar que esta novela, desde ninguna perspectiva, es perfecta. No obstante, y significativamente, sus visibles pasos en falso, trucos y silencios le conceden un dinamismo y una sagacidad loables.
Para acabar, a pesar de todos los contratiempos soportados por la protagonista y el inventario continuo de sus sinsabores, laborales y personales, en las últimas páginas, surge un brillo sorprendente y repentino. Esto revela, ¿quizá tarde?, que Óscar Aibar, además de cronista elocuente y contrariado, es un romántico. Es un final de cine, claro está, marcado por una huida necesaria.
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