Apagón. Madrid

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Un apagón en ‘CLABE’ periodística
XIX Congreso de Editores
Organiza: CLABE (Club Abierto de Editores)
28 de abril de 2025

“Los males extraordinarios exigen extraordinarios sacrificios”, advertía José Mejía Lequerica durante las Cortes de Cádiz de 1810. Una sentencia inquietante que apenas uno descubría al transitar en dirección sureste, el pasado lunes 28 de abril, por un tramo de la calle madrileña que lleva su nombre.

Ignorando las consecuencias inmediatas del perjuicio, no cabía duda acerca de la naturaleza excepcional que comenzaba a arder en una ciudad en llamas ahora silentes y analógicas.

–800 euros la habitación triple. Es la única disponible. La mayoría de clientes que se iban hoy han ampliado sus reservas. Lo lamento.

El carácter insólito del contexto no merecía semejante acto de expiación. Dejemos el sacrificio desnudo para algún ras último y nocturno o, acaso, para aquella bondad de los desconocidos en la que confiaba Blanche DuBois, entre deseos sureños y tranvías.

De manera inopinada, entre Merche Medina, Salva Torres y un servidor reuníamos trescientos euros en metálico. Tal vez, el hecho selvático de abandonar nuestro domesticado Levante hacia las fauces inhóspitas de la capital nos exhortase a portar en el morral de caza la muy decimonónica costumbre de gastar moneda y timbre.

A primera hora, habíamos embarcado hacia Madrid, desde València, para asistir al XIX Congreso de Editores, organizado por CLABE en el Espacio Pablo VI, que pretendía encarar ‘El Periodismo, hacia 2050’.

–Cuando se fundó CLABE, en el año 2000, solo la mitad de la población española tenía móvil… Nosotros, los editores de prensa, tampoco éramos lo que somos hoy –recordaba Arsenio Escolar, presidente del Club Abierto de Editores, al comienzo del congreso. –Esa capacidad darwiniana de adaptación al nuevo hábitat es uno de los genes fundamentales de nuestro oficio.

De este modo, entre emergencias en el ecosistema mediático y modelos sostenibles (bajo la amenaza incólume de la inteligencia artificial), hasta al propio ministro para la Transformación Digital, Óscar López, aquello de la función pública de su cartera le sorprendió a micro cambiado. Nada hacia presagiar el apagón.

Merche Medina (editora de MAKMA), Arsenio Escolar (presidente de CLABE) y el ministro Óscar López conversan minutos antes del apagón durante un receso del XIX Congreso del Club Abierto de Editores ‘El Periodismo, hacia 2050’.

Alrededor de aquel vestigio a perfume de tiralevitas que siempre dejan a su paso los séquitos de Corte y Administración, vagábamos sin cobertura (ni datos fiables) una heteróclita nómina de plumillas de diverso cuño y cabecera, mientras se nos aguaba el café de la pausa y se apuraba la nicotina de la fiesta en un barco de recreo periodístico que se resistía a hundirse. No hubo diáspora ni entre aquellos que ignorábamos, con nuestra acreditación a cuestas, cómo retornar a provincias.

El programa del congreso proseguía en una sala adyacente, ajenos a las soflamas informativas que asolaban fuera de aquel cónclave. Sorteando coyunturas y desinformación, entre el personal se adivinaban estruendos de supervivencia…

El XIX Congreso de Editores continuó, tras el apagón, en el salón cafetería del Espacio Pablo VI de la Universidad Pontificia de Madrid. Imagen cortesía de CLABE.

–Tenemos que irnos pronto. Aquí ya no pintamos nada. No tiene sentido continuar.
–Vamos a esperar al almuerzo. Comemos algo y, luego, ya veremos…
–Pues aquí seguiremos, tocando como la orquesta del Titanic mientras todo se va al garete a nuestro alrededor.
–¿Trajiste el cepillo de dientes?
–Cepillo, no, pero sí un botecito de crema hidratante y perfume.
–Desde aquí no me he enterado de nada.
–Creo que en la avenida hay una parada de taxis.
–No, es de autobuses.
–Tú, que tienes cobertura, llama a mi madre. No le llegan los wasaps

Cumplidos, pronto, ágape y tuteo etílico de los small talks, encarábamos las escalonadas despedidas…

–¿Cómo vas al centro?
–Me lleva un compañero en coche a Atocha.

Convenía, entonces, ser determinantes.

–¿Ah, sí? ¿Podemos ir con vosotros?
–Claro. Además, lo tiene aparcado justo al salir. Lo aviso y nos vamos.

Isaac Peral, Islas Filipinas, Guzmán el Bueno, Fernández de los Ríos… Unas turistas toman el sol en paños menores, ajenas al cataclismo eléctrico, en las solanas de un edificio de la calle Galileo. A las cinco de la tarde, Madrid es ya una ciudad mefítica al calor desaforado del colapso. Nos bajamos del coche entre Glorieta de Bilbao y Alonso Martínez. Retención, sirenas de ambulancia y el Café Comercial cerrado. Un estanco con la persiana semibajada.

–¿Se puede…?
–Solo pago en metálico.
–Sí. Un par de cajetillas de Ducados rubio.
–¡Hostia! ¿Cuánto era?
–Creo que cinco y pico.
–Mmm, 5,85… Son 11,70.
–Menos mal que sigues abierto.
–Esto es como en la pandemia: nicotina para el cortisol.

Pura hormona del estrés con la que atravesar los lobbies de hoteles de cuatro y cinco estrellas que jalonan la bajada de Mejía Lequerica. “Quizás sean los únicos ahora con habitaciones disponibles”.

–Sí, pero ¿con qué pagamos? Ahora no podemos tirar de tarjeta de empresa.
–Pff, es verdad.
–De todos modos, entra tú. A ver qué te dicen…
–¡800 euros! Solo les queda una triple.
–Imposible. Vamos a seguir bajando.
–Algo pasa ahí. Hay mucha gente…

Decenas de personas se arremolinan en torno a un Mini Cooper aparcado, con las ventanillas bajadas y la radio a todo volumen. En pleno corazón sepulcral de la ciudad, se escucha la voz de Carles Francino: “Comparece el presidente del Gobierno para dar explicaciones”.

–Como saben, se ha producido en el día de hoy una fuerte oscilación, en términos técnicos, en el sistema eléctrico europeo que ha desencadenado una interrupción generalizada del suministro en toda la península ibérica y en algunas zonas del sur de Francia –advierte Pedro Sánchez.

Un grupo de viandantes escuchan las noticias sobre el apagón a través de la radio de un coche estacionado en la calle Mejía Lequerica, en Madrid. Foto: Salva Torres.

Mientras hacemos cola a la puerta de un pequeño ultramarinos, Salva Torres toma una instantánea. Dejamos atrás los ecos del especial informativo y proseguimos nuestra desnortada búsqueda de alojamiento para pasar la noche. Plaza de Santa Bárbara, Hortaleza y el atinado recuerdo, entonces, del rosario de pensiones que pueblan el penúltimo tramo castizo de la calle Fuencarral.

Tenemos suerte. Encontramos cobijo asequible en un hostal y encendemos, de nuevo, nuestros móviles para iluminar el ascenso a la segunda planta. Por los pasillos del hospedaje nos cruzamos con otros rostros titilantes. Una familia alicantina se alojará en una habitación adyacente.

–Mis hijos me han preguntado que qué era una pensión –confiesa la madre, mientras compartimos tiempo de espera durante el check-in.

Habitación 119. Dos estancias, tres camastros, una chimenea ciega y baño limpio. Suficientes sobres de champú y gel de baño para recomponer la ausencia de mudas. Esta noche dormiremos desnudos. La habitación es calurosa y afuera, en el síncope de Madrid, comienza a bajar el sol de manera eficiente para refrescar la incertidumbre.

Portando un par de velas recién compradas, dejamos atrás los persianones bajados del Cock y doblamos por Valdeiglesias hacia la terraza del Círculo de Bellas Artes (ilusos, nosotros). Ascendemos por Alcalá, tratando de encontrar algún local abierto con el que iluminar el gaznate. Las lámparas del Four Seasons, en cambio, prosiguen irradiando los salones. Un par de botones flanquean la rejería art déco del otrora Banco Español de Crédito y algunos turistas adinerados (en pantalón corto y vidas de lino) fuman en el exterior escrutando sus celulares. Pasamos de largo…

En el Barrio de las Letras, la existencia disoluta atesora energía suficiente como para recomponer las fuertes oscilaciones. Las terrazas permanecen abiertas alrededor de una plaza de Santa Ana en cueros. Nos tomamos, entonces, un penúltimo combinado sobre la barra del Viva Madrid antes de aventurar nuestro regreso. Será cuestión de aguantar, sin aftershave, como extraordinario sacrificio. Pronto volveremos a casa.