Audilibro

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Mercado del audiolibro
En la época de la productividad extrema

Cuando éramos niños, nos encantaba que nos contaran un cuento. Historias fantásticas, leyendas que desconocíamos o realidades mágicas que nos embargaba de una emoción difícilmente descriptible. Y de adultos…, de adultos ya no nos cuentan cuentos, pero tenemos el audiolibro.

El mercado del audiolibro, consolidado desde hace en años en países como Estados Unidos, es bastante reciente en España. Su presencia empieza a notarse lo suficiente como para tenerlo en cuenta.

El audiolibro es fácil, no se le atribuye el mismo esfuerzo de comprensión y concentración que a la lectura, incentiva el descubrimiento de nuevos autores y son un gran recurso para quienes buscan escuchar ficción y no ficción en otros idiomas. A priori, todo ventajas.

Pero ¿escuchar un libro es lo mismo que leerlo? ¿La concentración que dedicamos a escuchar un audiolibro es la misma que en la lectura? ¿Procesamos la información de la misma forma? ¿Se puede analizar o sacar las ideas principales de una historia o un ensayo mientras se realiza otra actividad? Preguntas, preguntas, preguntas.

Audiolibro

Numerosos artículos afirman que escuchar un libro activa la misma función del cerebro que la lectura. No existe ninguna duda acerca del audiolibro como recurso valiosísimo para acercar la literatura a personas con dificultades de visión. Para quienes tenemos la suerte de poder acceder a la lectura tradicional, escuchar una obra puede ser tan enriquecedora como leerla, pero para lograrlo es necesario primar la calidad sobre la cantidad. Calidad del texto y del tiempo que invertimos en leerlo o escucharlo. 

En nuestra carrera por ver quién hace más y quién lo muestra más veces en las diferentes redes sociales y plataformas, primamos el oír sobre el escuchar. En este contexto, tal vez lo que preocupe a unos cuantos no sea tanto leer bien como el hacer más. “Si me he propuesto leer cuatro libros y he leído uno, y los otros tres los he oído mientras hacía ejercicio y compraba en el súper, ¿puedo decir que los he leído?”.  He aquí la cuestión.

Los verbos escuchar y leer son diferentes precisamente porque expresan acciones distintas. Del mismo modo que oír y escuchar denotan diferencias notables. Está bien escuchar un libro, pero no entra dentro de los libros leídos. Del mismo modo que quien escucha las noticias en la radio no afirma haberlas leído.

Hay que reconocer que el audiolibro se ha consolidado en una época de productividad extrema. Aprendimos a contar y a contar nos dedicamos: el tiempo que invertimos en hacer tal o cual cosa, los libros que leemos, los vasos de agua que bebemos, los pasos que damos, las horas en el gimnasio…

Todo lo que cae en nuestras manos es susceptible de convertirse en una actividad que apuntar en nuestra agenda como un quehacer más. Cada cosa que realizamos ha de servir a un objetivo, aunque se trate únicamente de conseguir más ‘me gusta’ y seguidores en las redes sociales y demás plataformas digitales. Y, para lograr tachar elementos de las listas interminables de “tengo que”, buscamos los atajos que hagan falta.

La obsesión por ser productivo ha provocado la desaparición de la afición y de esto no tiene culpa el audiolibro, sino nosotros. Realizar una actividad por el puro placer de hacerla, sin objetivos ni prisas, solo para disfrutar, está en fase de extinción y, repito, la culpa solo es nuestra y de nuestro consumo compulsivo.

Leer consiste en ir más allá de las letras escritas y adentrarnos en una historia que tiene vida propia; una vida que existe solo porque nosotros se lo permitimos. La cuestión aquí es si vamos a darle la oportunidad a las historias narradas a tener la suya propia. Y, de nuevo aquí, la responsabilidad es nuestra.