Palabras en la imagen de Xisco Mensua
Galería Rosa Santos
C/ Bolsería. 21. Valencia.
Inauguración: 28 de marzo a las 20 h.
Hasta el 23 de mayo de 2014
El ilustrado(r) y la fábula del sentido
Divagaciones en torno a la exposición “Palabras en la imagen” de Xisco Mensua
Aunque inicialmente, y dada la abundante presencia de textos dibujados, pudiéramos pensar (y algo de eso hay) que estamos ante un artista paradójico que simplemente desconfía de la imagen (de su capacidad evocadora, de su poder discursivo, de su condición de verdad o semejanza, o de su carácter pánico), y aunque la inquietud de Xisco Mensua nos recuerde al Silvio Lago de Emilia Pardo Bazán que sufría “la penosa incerteza, el titubeo de los desorientados y los deslumbrados, la solicitación de las otras formas artísticas, la ambigüedad ambiciosa que obliga al escultor a buscar efectos pictóricos; al pintor, a introducir poesía lírica o épica, literatura, en fin, en sus cuadros;” en realidad la cuestión es algo más compleja y las dos operaciones que simultáneamente, a mi parecer, lleva a cabo Xisco Mensua son de otro signo. O al menos, otros me parecen sus orígenes y otra su búsqueda; una exploración ligada quizá más a un anhelo, y una perplejidad ante las potencias de la imagen como construcción cultural, o de la visualidad en toda su extensión, que a un desengaño.
El cuadro que hace las veces de título de la exposición, si podemos llamarle así, dado que es prácticamente un cartel con la frase “Palabras en la imagen”, pintada en negro sobre blanco con el subtítulo “después de Teoría de la imagen de W. J. Mitchell”, podríamos leerlo (o verlo, aquí empiezan los dilemas) como una declaración de intenciones vinculada a esa voluntad de “mostrar la mirada” expresada en la obra de Mitchell. Así que no estaríamos exclusivamente ante una crítica a la posibilidad de existencia de la pintura como medio absolutamente autónomo, ni frente a un ejercicio de desconfianza hacia el sistema discursivo de la imagen; sino ante un proceso de trabajo en el que se experimenta la dificultad de cercar los límites de la relación entre palabra e imagen, lo irreductible de esta, y la imposibilidad de que no sea a la vez texto, o no provenga de un régimen discursivo exterior y verbal. Y simultáneamente, de que un texto no sea imagen, y no ya solo por su condición, en este caso caligráfica, que nos remite a su pertenencia al dibujo, sino de una manera más esencial porque, en cuanto que es visto y leído, propone o evoca una imagen. De alguna manera, en la búsqueda emprendida parece existir cierta voluntad de acercamiento a las posibilidades de elaboración de una “imagen de la teoría de la imagen”.
La estrategia que guía esta exploración es casi arqueológica, indaga en los estratos de una forma de relación entre lo visual y lo textual donde las evidencias encontradas, las apariencias de verdad de cada una de las formas discursivas, en su relación, no son estrictamente ni verdaderas ni falsas, ni establecen una relación directa o al menos inmediata. La relación creada a lo largo de la exposición entre imagen y palabra genera una cierta inquietud porque no es absurda, y tampoco inteligible, ni siquiera ininteligible, sino que disloca el orden o la relación de adjetivo y sustantivo que entre imagen y texto tendemos a establecer, borrando lúdicamente, como dice del caligrama Foucault, “las más viejas oposiciones de nuestra civilización alfabética: mostrar y nombrar; figurar y decir; reproducir y articular; imitar y significar; mirar y leer”. Así, al contrario que en una mera ilustración, Xisco Mensua nos hurta un principio de síntesis o de continuidad para, realmente, iluminar o ilustrar (en el extenso sentido de estas palabras) un camino de dos direcciones, en el cual textos e imágenes amplían o multiplican sus relaciones provocando nuevas u otras búsquedas de sentido en una operación que por su carácter alegórico, como dice C. Owens, no es hermenéutica, no restablece “un significado original que pudiera haberse extraviado u oscurecido”; es una “imaginería usurpada” que añade otro significado a la imagen; en la cual el alegorista no inventa sino que confisca, reivindicando su derecho sobre lo culturalmente significante para transformarlo en otra cosa (allos =otro +agoreuein =hablar). Aunque en este caso la sensación que nos da no es tanto de que se sumen o trastoquen significados, sino de que todos ellos se relativizan, se tornan livianos, a veces nos parece más un proceso de disolución que de construcción de sentido.
Así, la primera de las operaciones llevadas a cabo; el cuestionamiento de que existan dos saberes en conflicto o competencia: el visual y el textual, y uno más veraz que otro, o de que al menos pudiéramos establecer un régimen de continuidad entre ambos, nos desvela la segunda y más delicada y melancólica de las operaciones pretendidas aquí: el cuestionamiento de las capacidades para el desvelamiento de la verdad en los efectos de sentido que elabora cualquier acción o forma de discurso. Como si del palimpsesto de Arquímedes se tratara, imágenes y texto en su resonancia mutua alumbran nuevos significados, pero a la vez nos revelan lo que hay de fábula en la construcción de sentido.
A lo largo de la exposición se entrecruzan, entre otros, los textos de Jean-Luc Nancy, Artaud, Derrida, Blanchot, Hölderlin, Machado o Benjamin… con algún cuadro monocromo (en el que se pregunta si el mismo es una imagen) y sombras, reflejos y siluetas… Palabras caligrafiadas, citas de textos que son necesariamente imágenes, y también citas de imágenes, e incluso imágenes citadas en forma de texto –»Melancholia» es un cuadro que es solo la ficha técnica pintada del grabado de Durero–. Y se trasluce un cierto desengaño: “What do you read my lord? Words, words, words” (Hamlet. Shakespeare) o “Hamm: ¿No estamos a punto de… de… significar algo? Clov: ¿Significar? ¿significar nosotros? (risa breve). ¡Esta sí que es buena!”. Y la sensación de que tras esa deriva entre citas de imágenes y palabras, de reflejos e interpretaciones, tras el aliento poético que habita en esa búsqueda de sentido se oculta, tras una duda epistemológica, una voluntad casi científica. A la máxima latina – que es lema de la Royal Society – Nullius in verba (en la palabra de nadie) podríamos añadirle nullius in imagines, ni los discursos ni las apariencias. Pero quizá es porque como decía Juan deMairena sobre el trabajo infinito de la ciencia: “No es porque busque una realidad que huye y se oculta tras una apariencia, sino porque lo real es una apariencia infinita, una constante e inagotable posibilidad de aparecer”.
Ignacio París Bouza
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