‘Vivarium’, de Lorcan Finnegan
Con Imogen Poots y Jesse Eisenberg
97, Coproducción Irlanda-Bélgica-Dinamarca-Estados Unidos | Fantastic Films, Frakas Productions, PingPong Film, XYZ Films. Distribuida por XYZ Films, 2019
Estreno en Filmin
No cabe duda que la película ‘Vivarium’ (2019), del director irlandés Lorcan Finnegan, evoca un sentimiento siniestro propio de los relatos fantásticos. Un sentimiento, como señala Sigmund Freud en su ensayo ‘Lo siniestro’ (1919), que está próximo a lo espantable, a lo espeluznante, a lo angustiante. Y en ‘Vivarium’ todo el universo narrativo está construido para provocar, tanto en los personajes, como en el público, una sensación de espanto y de angustia. El filme de Finnegan, al igual que los cuentos fantásticos, en concreto ‘El arenero’, de E.T.A. Hoffmann –escritor por excelencia de lo siniestro en literatura–, sumerge a los personajes y despierta en el espectador ese efecto siniestro de manera intensa y nítida.
Ahora bien, nos debemos preguntar: ¿qué procedimientos narrativos moviliza el relato cinematográfico de ‘Vivarium’ para inscribir esa angustiosa sensación siniestra?
Para contestar a esta pregunta sería conveniente recordar las palabras del poeta Schelling, cuando enuncia lo siniestro como “todo lo que debería haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado”. Una definición que para Freud deja en evidencia las dos posibles representaciones de lo siniestro: por un lado, “se trata de lo que es familiar y confortable”, y, por otro,”lo oculto, disimulado”.
¿Y no es acaso comprar una casa para crear un hogar uno de los actos más relacionados con la representación de lo familiar y lo confortable?
Este acto es el que quiere llevar a cabo la pareja protagonista de la película ‘Vivarium’: Gemma (Imogen Pots) y Tom (Jesse Eisenberg). Por eso, visitan la urbanización llamada Yonder, acompañados de un extraño vendedor inmobiliario, cuyo comportamiento está más cercano a un autómata que a un humano, llamado Martin (Jonathan Aris).
En la entrada de la urbanización, hay una valla publicitaria compuesta por una imagen estereotipada de una familia americana de los años cincuenta y un slogan que promete “Viviendas familiares de calidad y para toda la vida”.
Tras esa valla se sitúa una impecable, impoluta, insonora, hasta inodora, urbanización de las afueras de una gran urbe –en este caso, de Nueva York–, con sus calles de una perfecta simetría, con sus semejantes casas unifamiliares, pintadas con tonos verdes pasteles, sus tejados de pizarra negra y sus chimeneas amarillas, con su cielo azul mediterráneo salpicado con pequeñas nubes blancas de similar forma. Una urbanización –la creada por Finnegan– que rememora la estética kitsch y surrealista del pintor belga René Magritte y, en particular, de dos de sus cuadros: ‘El imperio de las luces II’ (1950) y ‘El tiempo perforado’ (1938).
Una estética kitsch y surrealista que no puede disimular la existencia de algo oculto y extraño que emana del constante retorno y repetición de lo semejante existente en esas casas, calles y nubes. Será al final del relato cuando aflore el espeluznante secreto oculto en el subsuelo de la urbanización, a modo de pesadilla angustiante de la protagonista.
Toda la intriga siniestra de la trama del relato, Finnegan la ha condensado en el título y las imágenes de los créditos. Por una parte, a través de la palabra del título de la película, ‘Vivarium’ –del latín “lugar de vida”, que supone generar un ecosistema propio de una especie para la investigación–; y, por otra, en la cruda imagen de los créditos, donde un cuco se come al pájaro que le está alimentando –propio de las aves de conducta conocida como parasitismo–.
La metáfora sucinta en el título y en las imágenes de los créditos transmite el destino espeluznante que le espera a esta pareja encerrada en ese hábitat laberíntico de la urbanización Yonder: ser nodrizas de un niño autómata que los matará en cuanto pueda independizarse.
En el universo narrativo y estético de ‘Vivarium’ no hay posibilidad de romper el hechizo de las casas encantadas de la urbanización Yonder, para que lleguen a convertirse en espacios hogareños y familiares. Lo siniestro se expande y se repite sin piedad en ese entorno urbanístico, lugar donde crecen esos autómatas llamados Martin.
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