#MAKMALibros
‘El deseo de ser leído’
Vicente Muñoz Puelles
Editorial Pre-Textos

“A veces pienso que nuestra vida está hecha más por los libros que leemos que por la gente que conocemos. En los libros aprendemos, de segunda mano, qué es el amor y el dolor”. Son palabras de Graham Greene que el escritor valenciano Vicente Muñoz Puelles suscribiría, pues es un hombre nutrido y desarrollado entre libros,  que soñó incluso ser uno de ellos.

Tras un par de décadas dedicado a la literatura infantil y juvenil -recibió el Premio Nacional, en 1999- regresa a la literatura para adultos con una colección de relatos, ‘El deseo de ser leído’ (Pre-Textos). De casta le viene al galgo. Su padre, Vicente Muñoz Suay (1921-1983), fue un escritor de posguerra que participó en la redacción de ‘El Sobre Literario’ (1950-1955), original empresa literaria que se editaba por entregas, dirigida por Ricardo Orozco.

Su muerte tuvo ribetes literarios pues falleció de noche, mientras escribía, y al día siguiente le concedieron el premio Blasco Ibáñez por su novela ‘El trayecto’. “Cuando me pongo a escribir, hay un momento en que pienso en él y me pregunto si moriré de ese modo”, confiesa Muñoz Puelles. “Pero enseguida me sale al encuentro una expresión novedosa o un adjetivo que encaja con precisión en el texto. Me pongo a perseguirlo, y me olvido de lo demás”.

Cubierta de ‘El deseo de ser leído’, de Vicente Muñoz Puelles, en editorial Pre-Textos.

¿’El deseo de ser leído’ es un regreso definitivo a la literatura para adultos?

Es algo que en buena parte depende de la aceptación que tenga el libro. Preferiría que de momento ese regreso aún no fuese definitivo, porque tengo la pretensión de hacer un par de buenos libros de literatura infantil y juvenil. Pero sí es, en cierto modo, el principio del regreso a mi primera etapa como escritor profesional, cuando solo cultivaba la literatura para adultos. Y es que también me gustaría terminar un par de novelas para mayores, que tengo empezadas. Ojalá uno pudiera vivir eternamente y seguir mutando a través de los siglos, como hace Orlando, ese delicioso personaje de Virginia Woolf.

¿Qué significan los libros para ti?

En mi infancia fueron mis primeros juguetes. Luego, se convirtieron en mis mejores compañeros, los más fiables. Ahora los veo alternativamente como amantes y también como tablas de salvación. Los llevo a  la cama, duermo con ellos, los acaricio y a ratos me aferro a sus cubiertas para no hundirme del todo en la profundidad de los sueños. Espero que nunca me abandonen, porque estoy muy acostumbrado a su compañía y siento que forman parte de mí.

¿Cuesta mucho cambiar de chip para escribir ficción destinada a lectores de distintas edades?

No estoy seguro de cambiar de chip. Hay, claro, un acomodo a las nuevas circunstancias, sobre todo si es un libro de encargo, sobre un tema concreto y con una extensión determinada, enfocado para una edad precisa. Pero el ideal a la hora de escribir no es ese, sino intentar hacer buenos libros, como ‘La isla del tesoro’, que puedan leerse a cualquier edad. Son los editores, los docentes y también los padres mal informados, quienes tienden a clasificarlos por edades.

Con presentaciones y visitas a colegios de toda España has estado en contacto con las últimas generaciones de estudiantes. ¿Qué impresión general tienes de ellas? ¿Y de la educación que reciben?

A lo largo de tantos años he visitado centros muy distintos, desde colegios de élite para hijos de diplomáticos a los llamados CRAS o colegios rurales agrupados, que abundan en comunidades como Asturias y Galicia. Siempre me ha llamado la atención la gran diferencia de medios disponibles que hay entre unos centros y otros. Eso influye, naturalmente, en la expresión oral de los alumnos y en su capacidad de comprensión lectora.

Es cierto que esas cualidades no solo dependen de los medios, y que la escasez de estos podría ser compensada, al menos en parte, por la vocación y los esfuerzos de los docentes. Pero hay de todo, insisto, y he encontrado aulas donde los propios docentes parecían desmoralizados, y los alumnos se negaban a hacerme preguntas o eran manifiestamente hostiles. En cuanto a los programas educativos, mi opinión es que los listones se han bajado demasiado, para intentar contentar a todo el mundo. ¿Cómo podemos lamentar la ignorancia de los jóvenes si los libros de texto son cada vez más simples y dirigistas?

El escritor Vicente Muñoz Puelles. Foto: Laura Muñoz Puelles.

Tu padre fue escritor y tu tío, Ricardo Muñoz Suay (1917-1997), cineasta, creador de la Filmoteca Valenciana y amigo de Buñuel y de Berlanga. Es decir, que creciste inmerso en el mundo cultural valenciano. ¿Cómo describirías a grandes rasgos su evolución en estos últimos años?

Creo que ha ido en manifiesto declive. Por supuesto, Valencia no es la ciudad que fue cuando yo era niño. Ya observó Max Aub en ‘La gallina ciega’ que Valencia, al crecer, había perdido carácter y se parecía a cualquier otra urbe. No hay más que ver la actual Plaza del Ayuntamiento convertida en un erial de increíble mal gusto. Por otra parte, tengo una visión eminentemente creativa de la cultura. No me interesa el mero consumo, el llamado ocio, sino el aspecto productivo.

Y creo que el principal cometido de un gestor cultural no debería ser programar un sinfín de espectáculos efímeros, sino facilitar las condiciones para que hubiera más y mejores creadores. Pienso a menudo en aquella extraordinaria generación de narradores, como Pilar Pedraza, Eduardo Alonso, Manuel Talens o Alfons Cervera, por citar cuatro ejemplos, que se prodigó desde finales de los años setenta hasta el fin de siglo, y que se dispersó o diluyó por el devenir político y el desinterés de los medios.

¿Cómo llevas el ser un escritor de prestigio y proyección nacional y al mismo tiempo estar algo ninguneado en Valencia?

Ser escritor ya es, de por sí, un ejercicio de esquizofrenia controlada. “Escribir en Madrid es llorar”, sentenció Larra en 1836. “Es buscar voz sin encontrarla (…) Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí?”. Son unas palabras de rabiosa actualidad, y más en Valencia. Creo que para mí ha sido muy beneficioso alejarme de la ciudad y vivir en el campo, donde llevo una vida de trabajo, sin estar pendiente de los contubernios.

Cubierta de ‘Berlanguiana’, editado por el Consell Valencià de Cultura (CVC), obra de Vicente Muñoz Puelles.

Participaste en el Año Berlanga con una monumental biografía suya editada por el Consell Valencià de Cultura y la Generalitat: ‘Berlanguiana’. Sin embargo, la exposición que te encargaron sobre su afición al erotismo y la literatura erótica no llegó a realizarse. ¿Sabes por qué razón?

Nunca lo entendí. Les envié el proyecto que me habían pedido, y ni siquiera tuvieron la gentileza de contestarme. ¿Por qué, entonces, me hicieron perder tanto tiempo? Por fortuna, ese año tuve la satisfacción de inaugurar el ciclo Berlanga en la Cinemateca de Luxemburgo, invitado por la Embajada de España. Ese evento me sirvió de consuelo y me permitió, de paso, visitar algunos escenarios de la Segunda Guerra Mundial que desconocía.

Háblanos de tu paso por el Consell Valencià de Cultura. ¿Crees que sirve de algo un organismo consultivo como ese? ¿Cuál fue tu labor en él?

Fui propuesto por el PSPV y estuve en él desde diciembre de 1999 a julio de 2018. Los primeros años fueron para mí sencillamente deliciosos. Había una atmósfera de concordia, y una voluntad común, pese a la mayoría conservadora, de hacer buenos informes y llegar a acuerdos. Por desgracia, en 2011 el ingreso de nuevos miembros, tanto de un signo como de otro, cuyo mayor activo era su trayectoria política, cambió el carácter abierto y tolerante de la institución.

Debo decir que al principio yo no fui enteramente consciente de ese cambio, que sería la causa principal de mi no renovación. En cuanto a mi labor en el CVC, fue la de aportar líneas temáticas, como los informes anuales sobre el hambre y la pobreza, la lucha contra el cambio climático y la lucha contra los incendios, y redactar y corregir al menos un par de informes mensuales. Otra cosa es que aquellos informes, en general críticos y poco complacientes, fueran leídos y bien aprovechados por las autoridades que los recibían.

Vicente Muñoz Puelles, autor de ‘El deseo de ser leído’ (Pre-Textos).