Valor

#MAKMAAudiovisual
‘Valor sentimental’, de Joachim Trier
Reparto: Renate Reinsve, Stellan Skarsgard, Inga Ibsdotter, Elle Fanning, Cory Michael Smith, Lena Endre
Música: Hania Rani
Fotografía: Kasper Tuxen
Noruega, 2025, 135 min.

En la carrea de todo artista hay obras que marcan, si no un cenit, un punto de inflexión al converger en ellas una serie de líneas de trabajo puestas en práctica previamente, una especie de fin de camino o culminación de un proceso que parece tomar cuerpo.

En el caso de un director como el danés Joachim Trier todavía es pronto para evaluar en qué momento concreto se encuentra una filmografía a la que, si nadie se opone, le quedan muchas películas por delante, pero su última propuesta bien podría inscribirse dentro de esta categoría que acabamos de reseñar.

Valor sentimental’, su última producción, presenta a Nora, una joven actriz que se enfrenta entre bambalinas al estreno de una nueva obra de teatro en la que juega el papel protagonista. Pero, justo cuando está a punto de salir al escenario, Nora se siente dominada por el miedo y, a pesar de los esfuerzos del director y del equipo técnico por tranquilizarla, ella tratará de escapar, abandonando la obra.

Al final, Nora supera su ansiedad y acaba cosechando un gran éxito. Este suceso, sin embargo, esconde o funciona como reflejo de los conflictos que sufre una mujer marcada por su relación con Gustav, su padre, un reconocido director de cine en el ocaso de su carrera al que acusa de abandonarla tras el divorcio de su madre cuando aún era una niña.

Tras años de ausencia, Gustav reaparece para ofrecerle el papel principal de su próxima película. Los rencores acumulados, unidos a un evidente interés por parte Gustav de aprovecharse de ella para levantar la financiación de la película hace que Nora rechace la idea, huyendo también de todo contacto con él.

Fotograma de ‘Valor sentimental’, de Joachim Trier.

Hasta el día de hoy no me he contado entre los entusiastas seguidores de la filmografía de Joachim Trier. Su obra siempre me ha parecido algo afectada, más preocupada por la forma que por el fondo. Un director al que cabe reconocerle un gusto muy estilizado para la composición, pero que carecía de ese calor necesario en un cine que parecía interesado en explorar la intimidad de las relaciones humanas en la sociedad contemporánea, culpa quizá de una mirada demasiado calculada, fría, demasiado racional, podríamos decir, que condicionaba a unos personajes que quedaban anclados más a las pretensiones de su autor que al devenir de unos conflictos no tan sustanciados como quizá desearía.

En ‘Valor sentimental’, sin embargo, Trier logra elaborar una pieza muy cercana, fruto de un cuidadoso trabajo de construcción de un guion en el que, al contrario que en sus películas anteriores, se da protagonismo al desarrollo de una trama intimista que dirigirá la evolución de sus personajes.

No es que Trier haya abandonado su gusto por la composición, pero esta se pone aquí al servicio de la estructura dramática y no como refugio o escudo para vestir esa carencia de una verdadera trascendencia a la que siempre parece aspirar. El resultado es un trabajo poliédrico que, apelando a la emoción, aborda muchas cuestiones sin perder, a pesar de ciertos juegos de montaje, el equilibrio.

Sin duda, las relaciones familiares han sido uno de los ejes principales de buena parte del cine de Joachim Trier. Relaciones familiares marcadas, sobre todo, por un suceso traumático del pasado que quedó sin resolver, ya sea la muerte de la madre a causa de un supuesto accidente en ‘El amor es más fuerte que las bombas’ o la presencia lejana de una figura paterna dominante en ‘Thelma’.

En ‘Valor sentimental’ se cruzan ambos conflictos. Aquí el abandono del padre queda patente tras la muerte de la madre, marcando el presente de Nora y su hermana Agnes. Ambas afrontarán este dilema sentimental desde distintos puntos de vista, ya sea a través de la confrontación, en el caso de Nora, o la comprensión y el acogimiento en el de la afable Agnes. Ante ellas aparece un padre que también sufre sus propios conflictos internos y que tiene en sus dos hijas su último frente de batalla.

En todos los casos, el otro aparecerá aquí como ese espejo reflectante en el que mirarnos para confrontar nuestras dudas y nuestros muchos reproches. Es entonces cuando comprenderemos que las cosas no son tan sencillas y ahí aparecerán esos matices que implican enfrentarnos a nuestras carencias, a las de ese enemigo sobre el que hemos construido nuestra identidad, refugio para esconder nuestros propios deméritos, excusa que también dará pie a que aparezcan los puntos de encuentro necesarios, un espacio de diálogo para una nueva convivencia.

Fotograma de ‘Valor sentimental’, de Joachim Trier.

No somos perfectos ni en lo bueno ni para lo malo, solo personas llenas de fisuras. Si en ‘La peor persona del mundo’, su anterior película, Trier nos hablaba de la búsqueda de ese uno mismo que con frecuencia no sabemos dónde está, aquí vamos a analizar a ese uno mismo en relación a los lazos que tenemos con aquellos que nos rodean.

Y el pasado como esa carga que arrastramos a lo largo de nuestra vida, escollo y lastre a la vez. Pasado, primero, histórico. Trier utiliza, tanto en sentido material como metafórico, la casa familiar como excusa para escarbar en el pasado de su país. Pasado, primero, de un pueblo en conquista del territorio, la lucha por asentar los cimientos de esa casa en un espacio adverso.

Consecuencia de esa historia, aparece el pasado como herencia, otra responsabilidad. Tras la muerte de la madre, Nora y Agnes se plantean conservar la casa y continuar con una tradición que se ancla en el S.XIX. Sin embargo, la propiedad pertenece a Gustav, un hombre más que dispuesto a deshacerse de ella, lo que sin duda lleva implícita la ruptura con las raíces, la identidad nacional.

Pasado como memoria particular de esas experiencias acumuladas en la infancia y la adolescencia. Pero pasado también como álbum de sensaciones que nos conectan con nosotros mismos, con esos momentos también de felicidad y que tendrán su expresión en esa luz que entra por las ventanas y otros espacios que se abren al exterior y que se refleja en las paredes, en el suelo de esa casa. La luz como depósito de la memoria. La luz juega un papel narrativo primordial en esta película.

Fotograma de ‘Valor sentimental’, de Joachim Trier.

Pasado entendido también como mero paso del tiempo. Si Gustav está en el ocaso de su carrera, al final del camino, Nora se encuentra al principio. La falta de aceptación de esta doble condición, inevitable, las tensiones provocadas por la confrontación entre ambas fuerzas, forman parte crucial del relato.

Así, mientras Nora lucha por superar sus inseguridades, Gustav se enfrenta a una decadencia que no termina de asimilar, pero que lo rodea por todas partes, desde sí mismo hasta sus más estrechos colaboradores. Deterioro psicológico, pero también físico que queda patente en dos escenas.

En la primera de ellas, Gustav visita a su habitual director de fotografía para proponerle llevar adelante su película, pero el delicado estado de salud de su amigo le hace plantearse dicha oferta. Al final, en una maniobra mezquina, decide prescindir de él. Antes, Gustav ha conocido a Rachel Kemp, una joven estrella norteamericana que lo admira y que le propone hacer el papel que Nora ha rechazado.

Tras una cena con su equipo de asistentes, Gustav pasa con ella una noche que acabará en una playa ante los primeros rayos del sol. Durante esas horas, surge entre los dos una conexión íntima, la de la mujer joven que quiere beber de la fuente de la experiencia y la del hombre camino de la ancianidad que absorbe también el aroma de esa juventud perdida, pero que todavía parece palpitar en su interior. Con el paso de los días, sin embargo, ambos descubrirán qué desean realmente.

Fotograma de ‘Valor sentimental’, de Joachim Trier.

Y el cine o el arte, de nuevo, como campo de juego de todas estas disputas. Cine que nos lleva otra vez a la confrontación entre la idea de éxito y fracaso. Nora lucha por labrarse una carrera que, aunque es reconocida, parece estancada, algo que se hará patente con la aparición de Rachel, despertando sus celos y recelos. Gustav pelea por levantarse de ese limbo al que parece apartado, objeto de reposiciones en filmotecas, pero lejos de la atención de los productores.

El cine o el arte también como mercado. Aparece aquí de nuevo la marca Netflix como emblema de esa corrupción del arte, como ya sucedía en ‘El sol del futuro’, la última película de Nani Moretti. Pero si Moretti recurría a la crítica más ácida y socarrona, Trier es más contenido, pero igualmente demoledor.

Rachel se acerca a Gustav con la intención de salir de esas producciones populares que protagoniza y ser parte de ese arte que ha visto en sus películas. Él cree necesitar el poder de influencia de ella para levantar su proyecto. Con ambos personajes, Trier confronta dos maneras distintas de ver el cine, la vida y el mundo. De nuevo, Europa frente a Estados Unidos. A lo largo del camino, Rachel descubrirá sus limitaciones y Gustav se reconocerá que está vendiendo su talento al mejor postor.

El cine y el arte también como esclavitud, como carga. Ya en ‘Los Fabelman’, Steven Spielberg advertía a un joven director de que tendría que elegir entre el cine y la familia, dos ocupaciones aparentemente incompatibles. Este es el drama que sufre Gustav y al que ha arrastrado a sus dos hijas, de manera más evidente en el caso de Nora.

A pesar de su éxito, Nora se siente igual de perdida que su padre, tanto en el plano profesional como sentimental. Pero también a Agnes, cuya vida, más sencilla, más ortodoxa, sirve de contrapunto. Siendo niña, Agnes protagonizó una de las películas de su padre, pero luego decidió no seguir sus pasos. Ahora el ciclo se repite en la figura de Erik, hijo de Agnes y nieto de Gustav, con el que éste contará para su nuevo proyecto.

Y cine o arte como confrontación entre la realidad y la ficción. O cómo la ficción se nutre de la realidad. O cómo la realidad se destila y resuelve sus conflictos a través de la ficción. Verdad y mentira al mismo tiempo. Mentira que nos lleva hacia una verdad emocional.

En uno de los momentos cruciales, Gustav le explica a Rachel una de las escenas de su película en la que la protagonista acabará suicidándose tras subirse a una banqueta que él sostiene en la mano. Según le cuenta Gustav, esa fue la silla en la que se suicidó su madre, lo que sobrecoge a Rachel.

Pero es mentira, es una silla de Ikea. Lo que importa realmente, sin embargo, es el relato, no la realidad. Relato que toma cuerpo en la cabeza del que escucha o, en el caso del cine, mira. Al final de la película se revela la tramoya, decorado que nos conduce a esa verdad buscada, anhelada.

Como dijimos al comienzo de esta crónica, Joachim Trier ha compuesto la mejor película de su filmografía. Una obra compleja en su sencillez, por su claridad, profunda y rica en matices. Una película que no solo nos cuenta una historia, sino que nos ofrece todo un mundo en el que habitar y en el que también deseamos quedarnos para compartir con sus personajes espacios y lugares emocionales. Una película que sabemos que veremos muchas veces en el futuro. Y eso no se puede decir de cualquier película.