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‘The Whale’ (‘La ballena’), de Darren Aronofsky
Con Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins, Samantha Morton, Huck Milner y Ryan Heinke
117′, Estados Unidos | A24 y Protozoa Pictures, 2022

La nueva película de Darren Aronofsky (‘Cisne Negro’, ‘Requiem for a Dream’) ha irrumpido en el panorama cinematográfico tras el apabullante renacer de su protagonista, Brendan Fraser, pero los focos alumbran al actor y no a la calidad del filme en sí mismo. Algo no funciona en ‘The Whale‘.

La impactante y sobrecogedora actuación de Fraser ha sido el objeto a analizar y enaltecer por crítica y público desde el estreno de la cinta en el Festival de Venecia de 2022. La sombra del norteamericano es mucho más alargada que la proyectada por la propia película. El mundo cinéfilo se abraza con alivio y felicidad ante la redención del estadounidense, querido y respetado –de repente– por todos. Cuando un papel tiene mayor trascendencia que la película en la que se desenvuelve, una alarma roja se enciende.

‘The Whale’ es un híbrido frustrante. Por un lado, se encuentra la figura titánica de su protagonista, hipnótica, poderosa, sublime. Por el otro, un largometraje incapaz de solventar con crudeza, realismo y humanidad la trágica y devastadora historia que intenta contar. Tediosa a momentos, el filme de Aronofsky no consigue su principal objetivo: desgarrarnos el corazón.

La película trata la cruel vida de Charlie (Brendan Fraser), un hombre con obesidad mórbida que sobrevive en un sórdido apartamento repleto de restos de comida, recuerdos y remordimientos. Con la única compañía de Liz (Hong Chau), su enfermera y amiga, Charlie intentará recuperar la relación con su hija adolescente, Ellie (Sadie Sink, brillante en su papel), mientras su salud empeora día a día.

Uno de los principales ingredientes del éxito de un filme es conseguir que el público empatice y sienta con los protagonistas. Crear la necesidad imperante de saber si cumplen su propósito, ya sea salvarse del Titanic, vencer a Thanos o recuperar un amor perdido de la infancia. ‘The Whale’ comienza de forma devastadora, impactante, cruda.

Las preocupaciones de los personajes, humanas y dolorosas, se van diluyendo con el metraje gracias a guion atropellado, exageradamente melodramático y frío a destiempo. Si Brendan Fraser no ocupara el papel de Charlie con tanta fuerza y brillantez, quién sabe cuál sería el destino de esta película.

El gran dramatismo y la acritud esperadas (tanto por el gran público como por Aronofsky) se difuminan y pierden fuerza a medida que la película avanza. La vigorosa elección de problemáticas de la naturaleza humana (orientación sexual, relación paternofilial, religión, amistad, amor y redención) ejerce un esfuerzo sobrehumano para lidiarlos todos en tan solo 117 minutos, lo que conduce a la insatisfacción audiovisual, al aburrimiento y a la indiferencia.

Pese a esto, como espectador, lo único que se le debe exigir a un largometraje es la sinceridad y que respete a todo aquel que lo vea. ‘The Whale’ dista de ser una máquina con perfecto engranaje, pero no miente. Eso se debe agradecer. Aronofsky ha entregado un objeto que no acaba de funcionar, pero no se ríe del público, no le engaña. La cinta no se elevará al Olimpo del séptimo arte, pero tampoco se enterrará con desprecio.

Aprovechar todo aquello que merezca la pena, se encuentre donde se encuentre, es vital para disfrutar al completo de la vida cinematográfica. Ya sea a través de un único plano, una escena o un personaje, si cualquiera de estos elementos consigue hacernos sentir y vivir, habrá merecido la pena ver el filme, aunque su calidad global no alcance la excelencia.

Fraser y Aronofsky han confeccionado un protagonista especial, inolvidable. Puede que Charlie sobrepase a su película. Puede que el actor reciba más elogios que el director, o que el resto de sus compañeros. No importa. Merece la pena ver ‘The Whale’. Merece la pena sentir.