The Arquitect

#MAKMAAudiovisual
‘The Arquitect’, de Kerren Lumer-Klabbers
Miniserie de TV (Filmin)
Reparto: Eilie Harboe (Julie), Ingrid Giaever (Kaja), Fredrik Stenberg (Marcus), Alexandra Gjerpen (Nina), Petronella Barker (Katharina)
Proyección de ‘The Arquitect’ en el Colegio Territorial de Arquitectos de València (CTAV)
Con motivo del Día Mundial de la Arquitectura 2023
Coloquio: Begoña Serrano -arquitecta en el Instituto Valenciano de la Edificación (IVE)-, Carmen Velasco -redactora jefe de Cultura del periódico Las Provincias- y Salva Torres -director de MAKMA-
Moderador: Carlos Salazar -arquitecto y Vocal de Cultura del CTAV-
Lunes 2 de octubre de 2023

Mejor Serie en el pasado Festival de Berlín y, según Filmin, la plataforma que la acoge, se trata de “una obra distópica con extraordinaria planificación en la que una arquitecta se ve obligada a vivir en el garaje por la subida de precios”. Hablamos de ‘The Arquitect’, de Kerren Lumer-Klabbers, que el Colegio Territorial de Arquitectos de València (CTAV) proyectó el pasado 2 de octubre con motivo del Día Mundial de la Arquitectura 2023.

Tras el pase de la miniserie, se produjo un coloquio moderado por Carlos Salazar (Vocal de Cultura del CTAV), en el que intervinieron Carmen Velasco (redactora jefe de Cultura del periódico Las Provincias), Begoña Serrano (arquitecta en el Instituto Valenciano de la Edificación) y quien escribe estas líneas. En una de las intervenciones por parte del público, alguien sugirió (“igual luego me tengo que retractar de lo que digo, pero ahí va”) que la arquitecta protagonista de la serie, Julie (Eilie Harboe), era la mala de la película, generando cierta controversia entre el público.

De izda a dcha, Begoña Serrano, Salva Torres, Carmen Velasco y Carlos Salazar, en el Colegio Territorial de Arquitectos de València. Imagen cortesía del CTAV.

Pongámonos en situación. Julie trabaja de becaria en el estudio Wizzloff Architects de Oslo, a quien se le presenta la ocasión de participar en un concurso para la construcción de 1000 residencias nuevas en el centro de la capital noruega, que tiene como premio 800.000 coronas. Como ella es aún becaria, y tiene la idea de transformar una serie de plazas de aparcamiento de coches en apartamentos para personas con dificultades económicas, termina asociándose con su ex novio Marcus, recién entrado como arquitecto en Wizzloff, para poder presentar juntos el proyecto ideado por ella. Llegan al acuerdo -en caso de ganar- de repartirse el premio a partes iguales.

Ella vive, mientras tanto, en una de esas plazas subterráneas de aparcamiento, parceladas mediante simples cortinas y sin puertas, que Julie tiene intención de transformar en los futuros apartamentos con los que ganar el jugoso premio. Ahí traba amistad con Kaja (Ingrid Giaever), maniquí de día en los escaparates de una tienda de ropa y activista de noche contra todo aquello que considera “arquitectura hostil”.

Fotograma de ‘The Arquitect’, de Kerren Lumer-Klabbers.

De esta manera, Julie se enfrenta al dilema que ella misma enuncia en una conversación con Marcus: “Si ganamos los echarán de su hogar”, refiriéndose a sus vecinos en las plazas de garaje improvisadas como ocasionales viviendas subterráneas. Aun así, Julie no solo seguirá con su proyecto, sino que terminará ganándolo incumpliendo el acuerdo con Marcus, ya que se quedará con la totalidad del premio: “Ya sabes por qué necesito el dinero”, le espetará a su compañero.

Cuando Kaja descubre que tiene que abandonar la vivienda garaje, como consecuencia del proyecto ganador de su amiga Julie, ésta le explicará: “No puedo vivir el resto de mi vida en un garaje, Kaja. Me han dado 800.000 coronas. Puedes vivir conmigo”. “¿Y el resto de personas del garaje? ¿Y mi padre?”, le cuestionará Kaja, mientras Julie zanja: “Está acostumbrado a vivir en la calle. Por fin soy arquitecta, llevo toda mi vida esperando esto”.

Dice Georg Simmel, en ‘Filosofía del dinero’: “El dinero es la cosificación del intercambio entre las personas, la encarnación de una función pura”. De eso trata ‘The Arquitect’ – con el trasfondo de la precariedad de viviendas y la subida de precios-, de cómo el fin -llegar a ser arquitecta, ascender en la escala social- justifica los medios -incumplir la palabra dada y dejar a sus vecinos en la estacada-.

Fotograma de ‘The Arquitect’, de Kerren Lumer-Klabbers.

Escuchemos el desarrollo de su argumentación ante la constructora con el fin de ganar el premio: “No, esto no se trata de ayudar a la gente. Esto se trata de ganar dinero. El 80% de los noruegos está soltero y el resto apenas tiene bebés. ¿Para quién son las casas de tres dormitorios? Los garajes de 1000 coches pueden albergar ahora 1000 apartamentos. Ahora es más común vivir bajo tierra que encima”.

Desde el punto de vista de la eficacia laboral, de la competencia profesional y de la ambición por alcanzar un mejor status, no cabe duda que Julie encarna lo que Simmel apunta con respecto a la funcionalidad pura y dura del dinero. En esa trama de intereses que caracteriza al individualismo contemporáneo de las sociedades desarrolladas, Julie se maneja perfectamente, tal y como lo hacen las máquinas que gobiernan el frío universo de ‘The Arquitect’.

De hecho, Julie no dejará en todo momento de seguir los dictados de esa máxima eficacia y operatividad que, en cierto momento, detesta de las máquinas, vinculada con su propio comportamiento funcional en busca de su objetivo de convertirse, por fin, en arquitecta, al precio de desalojar de tan precarios garajes a sus vecinos, entre quienes se encuentra Kaja, con la que iba fraguándose una cálida amistad.

Fotograma de ‘The Arquitect’, de Kerren Lumer-Klabbers.

Su ambición, fraguada en esa operatividad funcional que rige la maquinaria del capitalismo más desabrido, porfía, sin embargo, con esos otros instantes de dudas e incertidumbres provocadas por la necesidad de afecto. Y esa tensión se manifiesta en la propia concepción que de sí misma tiene Julie, que comparte con el espectador en una suerte de rap musical: “Soy una zorra, no me pises. Lo notarás en los ojos cuando me mires…Suelta el cuchillo, tengo una espada. Te degollaré al estilo medieval como una prima donna…Estoy pirada. No llevo retrovisores, solo uno hacia arriba”.

Habitada por esa violencia de una elocuencia palmaria, la arquitecta -sin duda empoderada- logrará su objetivo. ¿El sueño que perseguía o la pesadilla que, por otro lado, alumbra su comportamiento funcional? Esto es lo que escucha Julie -por voz de una máquina- al entrar en esa casa que ansiaba: “¿Es esta la casa de tus sueños? Si quieres hacer una oferta responde sí. Si este apartamento no encaja con tus necesidades responde no”. Sí o no: de nuevo la máxima operatividad, en contraste con las dudas e incertidumbres de Julie.

He ahí, concentrado en cuatro capítulos de 20 minutos, lo que caracteriza nuestra contemporaneidad: la disociación entre la racionalidad extrema y una emocionalidad que fluctúa entre la necesidad de afecto y la interiorización de la violencia que comporta la imposibilidad de encontrar un cauce simbólico a tan contenida energía. Y es así como Julie alcanza su sueño de ser arquitecta, al precio de vivir ese sueño como si fuera una triste pesadilla.