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Sorolla y la visión de la infancia a través de su pintura | Sonia Martínez Requena
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023

La representación de los niños y niñas es un leitmotiv en la pintura de Joaquín Sorolla (València, 1863-Cercedilla, 1923). Desde el inicio de su carrera y hasta sus últimas obras, los temas y retratos infantiles están presentes de una manera clara y constante en su producción artística. Con el objetivo de poner esto en valor de forma monográfica, en 2022 se pudo ver la exposición temporal ‘La edad dichosa. La infancia en la pintura de Sorolla’ tanto en el Museo Sorolla de Madrid como en la Fundación Bancaja de València.

La muestra, comisariada por las conservadoras del museo Covadonga Pitarch y Sonia Martínez, pretendía ahondar en la pintura que ponía en el centro a los más pequeños, protagonistas indiscutibles de retratos y escenas costumbristas, en dibujo y pintura, desde los formatos más íntimos hasta los más espectaculares. 

A lo largo del siglo XIX, los temas cotidianos habían ganado interés en la pintura, y los artistas necesitaban cada vez menos excusas para recrear un cuadro de temática familiar. Así, comenzaron a ser más frecuentes las obras que retrataban a los niños, o que los captaban –posando de forma más o menos natural– realizando tareas propias de su edad como jugar o estudiar, empezando muchas veces, como no podía ser de otra manera, por sus propios hijos.

Sorolla Poliédrico
Portada de MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico. Diseño: Marta Negre.

Sorolla no fue ajeno a una tendencia que siguieron artistas por él conocidos y admirados, como John Singer Sargent, William Merritt Chase, Anders Zorn o Peder Severin Krøyer en el campo internacional e Ignacio Pinazo Camarlench, José Jiménez Aranda o Cecilio Pla en el nacional, entre otros. 

La infancia es ya, en el momento en el que vive y pinta Sorolla –finales del siglo XIX y principios del XX–, un tema válido para el arte. 

Sorolla, como buen pintor del natural, refleja lo que ve. Y en el mundo hay niños. Es más fácil empezar por los conocidos, por los que tiene a mano, como el retrato de ‘Pepita y Enriqueta García del Castillo’ (1884), hermanas de Clotilde y futuras cuñadas del artista, a las que representa aún de niñas, en un cuadro muy relamido y dibujado. Por supuesto, la llegada de su propia descendencia propiciará que esa cercanía se transforme en dibujos y cuadritos, al principio, y obras más pensadas y compuestas, después.

Así, conservamos esbozos de los tres hijos del pintor, María, Joaquín y Elena, durmiendo, mamando, comiendo helado, estudiando la lección o saltando a la comba; o cuadros de gran formato en los que vemos a los niños posando para el padre y pintor, ya sea de forma colectiva como en ‘Mis chicos’ (1897), ‘Mis hijos’ (1904) o ‘Mi familia’ (1901); o individual, como los majestuosos retratos que les realiza, ellos vestidos de blanco, sentados sosteniéndole la mirada, en distintos grados de seriedad o introspección reflejando así también la personalidad de cada uno de ellos.

Así posan en los retratos de ‘María Clotilde’ (1900), ‘Joaquín Sorolla García vestido de blanco’ (1896) o ‘El beso’ (1899), que es un curioso retrato de la traviesa Elena besando una escultura de Miguel Blay. Como no le vemos la cara y en principio no posa para el artista, más que un retrato se lo podría considerar un no retrato, basado en una anécdota infantil que, en este momento, puede representar un motivo por sí mismo.

En esa misma línea de sus hijos protagonizando escenas costumbristas, les vemos jugando con sus juguetes preferidos (‘Elenita y sus muñecas’, 1907), ejercitándose al aire libre (‘Saltando a la comba. La Granja’, 1907) o estudiando (‘Joaquín a la luz de una lámpara’, 1900; ‘Elenita en su pupitre’, 1898). Al ser los hijos de un pintor, incluso les sorprendemos dando sus primeros pasos en el mundo artístico, imitando al padre que los pinta orgulloso (‘Joaquín pintando’, 1896). 

Sorolla representa, además de a sus propios hijos, a los hijos de sus amigos o comitentes, quienes le encargan retratos para que sus descendientes pasen a la posteridad, ataviados con sus mejores galas y así justifiquen el estatus social privilegiado en el que se encuentran –tienen el dinero suficiente para pagar el retrato de un consumado artista y, además, aparecen en la plenitud de su poder, reflejada en su ostentosa apariencia–. Así, son especialmente llamativas las efigies que vemos en ‘Retrato de la señorita de Barrios con su gato’ (1895), ‘Retrato de las hijas de Rafael Errázuriz’ (1897), ‘Los hijos de los señores de Urcola’ (1907) o ‘Retrato de la niña Teresita Redo’ (1908). 

Algunos de esos encargos se producen para retratar a los hijos ya fallecidos, con el fin de que sus padres tengan un recuerdo, y ese es el contexto en el que Sorolla pinta a los más pequeños en su lecho de muerte desde bien temprano en su carrera. Prueba de ello es el que se considera el primer retrato de toda la producción artística del pintor, que, además de ser un retrato infantil, es el retrato de un niño fallecido (‘Cabeza de niño muerto’, 1879). Uno similar es el que pinta años después para Juan Peyró Urrea, ‘Cabeza de niño en el lecho’ (1883). 

Más allá de pintar a infantes con nombres y apellidos, conocidos para el pintor, Sorolla inmortalizará también con sus pinceles a chiquillos desconocidos que va encontrando por la vida. Algunos de ellos están trabajando, algo muy común en la España de entresiglos. Así ocurre en ‘Niña hilando en El Cabañal’ (ca. 1904), ‘La siesta, Asturias’ (1903) o ‘Cordeleros de Valencia’ (ca. 1897). De entre todos ellos, los pescadores y pescadoras que trabajan en las faenas del mar desde bien pequeños tendrán para él un valor especial y reflejará varias veces su esfuerzo en cuadros como ‘Llegada de la pesca’ (1899).

También son niños los indudables protagonistas de ‘¡Triste herencia!’ (1899), pequeños acosados por la enfermedad, despreciados por parte de la sociedad, que encuentran un ligero consuelo mientras se bañan a la orilla del mar.

Precisamente ese mar Mediterráneo será el telón de fondo de varios de los cuadros que más reconocible para el gran público harán el trabajo de Sorolla, ligado para siempre al imaginario de los chiquillos que trepan por las rocas, corren por la playa, descansan en una sombra, se secan al sol o se adentran en el mar con el disfrute y despreocupación que caracterizan a la primera etapa de la vida. Un tiempo efímero, ligado a las ideas de salubridad y alegría. Escenas que se desarrollan en el paisaje mediterráneo que tanto amaba el pintor, pues le permitía captar la impresión de un instante y plasmarlo para siempre. 

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.

‘Mis chicos’ (1897), de Joaquín Sorolla.

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