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Sean Baker
Premio Luna de València
Cinema Jove
38ª edición del Festival Internacional de Cine de València
Sean Baker, Premio Luna de València en la 38ª edición de Cinema Jove, tuvo un encuentro con el público y los periodistas en la Sala 7 de la Filmoteca valenciana. A cada una de las preguntas, el director de ‘Take Out’, ‘Tangerine’, ‘The Florida Project’ y ‘Red Rocket’ (por citar las incluidas en el festival) respondía larga y pausadamente, con repentinos desajustes paliados con una sonrisa: “Sorry, it’s the jet lag”.
Según la RAE, jet lag vendría a ser un “trastorno o malestar producido por un viaje en avión con cambios horarios considerables”. El cineasta estadounidense acababa de aterrizar, como quien dice, en València para recibir el galardón del festival y andaba, por tanto, ajustando su mente al desfase horario.
La risa de Sean Baker, cada vez que algo venía a cortocircuitar sus explicaciones, rimaría a la perfección, no obstante, con los contrastes que se observan en su cine, donde hay personajes desfasados socialmente. Es decir, personajes que no se ajustan a la realidad imperante y cuyo malestar revela el director de New Jersey con la risa y el humor que vienen a aliviar el drama.
El drama de un inmigrante ilegal chino que ha de hacer frente a una deuda, teniendo un solo día para conseguir el dinero (‘Take Out’, 2004). El de una prostituta transgénero que se enfurece al descubrir cómo su novio, a su vez su proxeneta, le ha engañado con una mujer cisgénero, a la que busca para rendir cuentas (‘Tangerine’, 2015).
El drama igualmente de una niña de seis años que vive junto a su madre en un motel cerca de Disney World, cuyo alquiler deberá pagar prostituyéndose sin que su hija se entere (‘The Florida Project’, 2017). O el de un ex actor de cine porno que regresa a su ciudad natal, iniciando una controvertida relación con una adolescente (‘Red Rocket’, 2021).
En todos esos dramas se sumerge Sean Baker, como quien sufre de jet lag por el desfase entre la sociedad biempensante y la cruda realidad existencial de quienes viven en los márgenes de aquella. De manera que el cineasta estadounidense parece aferrarse a la máxima nietzscheana para amortiguar con el humor tanto drama: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, dirá el filósofo alemán.
“Intento hacer películas de manera responsable y, para ello, la autenticidad es clave”, apunta Baker. De ahí que para meterse en la piel ya sea de un ex actor porno o de la comunidad transgénero lo primero que haga sea dejar a un lado los prejuicios, para que el espectador perciba la autenticidad de lo narrado.
“Trato de abordar al sujeto de manera respetuosa. Soy externo a las comunidades de las que hablo, de forma que procura entrar en ellas como les gustaría que lo hiciera”. En ‘Tangerine’, por ejemplo, se van mezclando las disputas del universo transgénero con el conflicto de un taxista armenio que, viviendo en el seno de una familia tradicional, se siente atraído por las prostitutas trans, desdibujándose los límites fronterizos y provocando en el espectador una misma empatía “de piedad y de temor” señalada por Aristóteles como el fundamento catártico del mejor drama.
“Aunque hable de comunidades y personas concretas, intento hacerlo con una perspectiva universal”, subraya Baker, para señalar, al hilo de lo que acontece en ‘Tangerine’, extensible a su filmografía: “Quiero hablar de la amistad, de la sororidad y de la infidelidad con las que todos empatizamos”.
John Waters, director, entre otras, de ‘Hairspray’ o ‘Pink Flamingos’, destacó ‘Red Rocket’ por devolver al cine de autor “los polvos, las peleas y los desnudos frontales”, algo que agradeció Sean Baker por venir de alguien con “sensibilidad revolucionaria”. De hecho, Waters ya resaltó esta misma sensibilidad como propia del acto creativo: “Me gusta el arte. Es otra forma de rebelarse”.
Y, ya puestos, Baker se acordó igualmente de Pedro Almodóvar: “Fue muy amable con ‘The Florida Project’”. En esa línea rebelde, que habría que decir está asociada al desvelamiento de las contradicciones humanas, más que a cualquier otra veleidad postural, el cineasta estadounidense asegura detectar cierta “tendencia a la imitación” por parte de los jóvenes, cuando lo que a él le motiva es “querer ver algo que no aparece lo suficiente en el cine y, si no lo veo, me lanzo a por ello”.
De nuevo, John Waters, quien dijera: “Sin la obsesión, la vida no es nada”. Por eso Baker insiste en la importancia de buscar las historias que no termina de encontrar en el cine más comercial: “Soy muy afortunado por hacer el cine que quiero y por la libertad a la hora de elegir el reparto, lo cual tiene que ver con la perseverancia”.
De las redes sociales y de la supuesta crisis del cine en pantalla grande, Sean Baker se manifiesta más crítico, aunque sin perder su tendencia a encontrar rayos de luz allí donde la oscuridad lo aplana todo.
“En las redes sociales todo el mundo quiere gritar más alto, lo cual es un peligro porque puede llevarte a la censura”, poniendo como ejemplo el hecho de que pueda no verse con buenos ojos la relación entre un adulto y una joven adolescente, tal y como sucede en ‘Red Rocket’.
“Puede que el siglo XXI no sea el del cine tal y como lo concibo: como una experiencia colectiva en analógico y con una duración entre los 90 minutos y las tres horas”, apostillando: “En el futuro, seremos menos e iremos a ver películas a un museo o a un cine especializado”.
Entretanto, ahí están las películas de Sean Baker, cuyo cine indie tiene su lado positivo, una vez subrayadas las dificultades para hacerse un hueco en el más competitivo mercado generalista: “Hay quienes transitan a la televisión, de manera que se reduce la competencia. En el cine independiente hay menos gente haciéndolo y eso ayuda también a quienes lo realizamos”, concluye el Premio Luna de València, cuyo jet lag forma ya parte indisoluble de sus singulares viajes cinematográficos.
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