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‘Frankenstein’
Mary Shelley & Sandra Hernández
Bang Ediciones (Barcelona, 2023)
96 páginas
25 euros
La belleza responde a unos cánones fijos, aunque puedan evolucionar con el tiempo. Lo monstruoso, sin embargo, posee infinidad de variantes. La naturaleza genera sus propios monstruos estudiados por la ciencia teratológica debido a mutaciones genéticas en la fase embrionaria que dan lugar a anomalías y malformaciones más o menos graves y visibles. Antaño, muchos de quienes las padecían estaban condenados a un destino cruel, ser explotados en siniestros circos y ferias para satisfacer la morbosa curiosidad del público que los consideraba engendros, abominaciones, adefesios. Castigo divino. El hombre elefante, la mujer barbuda….
En realidad, los monstruos más temibles son los que engendran los sueños de la razón, como bien sabía Goya, y los forjados en el crisol de la maldad por la perversidad de ciertos individuos capaces de las peores atrocidades. Seres dañinos que si detentan el poder devienen en genocidas, asesinos de masas con el pretexto de un bien mayor.
A distinta categoría pertenecen los monstruos imaginarios, aterradores pero en el fondo inofensivos y adorables. Monstruos que quieren amar, creados por el hombre a lo largo de los siglos para representar sus miedos y obsesiones e intentar conjurarlas. Desde Leviathan a King Kong o Godzilla, la lista es interminable.
En esa comunidad monstruosa de ficción reina una criatura hecha de retazos a la que insufló vida un genio perturbado desafiando las leyes humanas y divinas. El doctor Víctor Frankenstein surgió en la mente de una jovencísima Mary Shelley, en el llamado ‘verano boreal’ de 1816 durante unas vacaciones que disfrutaba con su esposo Percy, en la residencia que lord Byron poseía en Suiza.
Inspirado en los primeros experimentos con electricidad llamados galvánicos, el relato nació como un divertimento, una especie de duelo creativo entre los amigos presentes incluido el médico John Polidori. Poco podría imaginar Shelley la huella que iba a dejar su obra, objeto de numerosas versiones y adaptaciones. Ni tampoco que su significado cobrara tal vigencia. ¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, del Frankenstein chino, un científico conocido por sus osados experimentos genéticos?
‘Frankenstein’. Así se llama la última versión en cómic del gran clásico, una novela gráfica de Sandra Hernandez (Barcelona, 1977), editada por Bang en su colección Clasicomix, en la que esta autora publicó anteriormente ‘El hombre que plantaba árboles’ sobre un cuento de Jean Giono publicado en 1953, manifiesto literario del movimiento ecologista, pues cuenta los esfuerzos de un pastor para repoblar de árboles un valle cercano a Provenza. ‘Jekyll & Hyde’, de Tyto Alba, y ‘El libro de las bestias’, de Pep Brocal, son otros títulos de esta colección dedicada a adaptar los monumentos literarios al formato cómic.
El perfil del rostro de una mujer pelirroja de ojos azules que exhala su último aliento parece flotar sobre una oscura masa informe: el rostro del monstruo, su criatura. Es la portada de la obra en gran formato, con fuertes contrastes cromáticos que plasma fielmente la tragedia del doctor suizo que concibió Shelley, con una salvedad: el doctor es doctora.
En ambas guardas del volumen la autora sorprende con una potente imagen alegórica, en la primera, la del rayo destructor que también insufla vida enmarcado por dos manos abiertas que tienden a acercarse, la divina y la humana, símbolo de la creación. En la segunda, un puño te golpea entre los ojos.
El cambio de género del protagonista no es caprichoso ni una concesión a las modas imperantes. Permite a Hernández abordar temas feministas, como la dificultad de las mujeres para acceder a la educación superior, sobre todo en el ámbito científico, y acentuar el tono de terror trágico, pues nuestra cultura da por supuesto que el vínculo maternofilial es más potente e inquebrantable que el paterno. Y suscita una reflexión aterradora sobre lo que ocurre en la mente de una mujer cuando se ve obligada a reconocer que ha engendrado, alumbrado y criado a un monstruo. ¿Cómo sobrellevar el estigma de ser la madre de un violador, de un asesino…?
«El libro visita lugares muy oscuros y desoladores de la mente humana y la historia es tremebunda y terrorífica», dice Hernández. «Plantea el tema de la ambición desmesurada y cómo el hecho de no asumir las consecuencias de nuestros actos abre una especie de agujero negro en el alma. También habla del rechazo del hijo por parte de la madre y del proceso que, en ocasiones transforma a las víctimas en victimarios. Pero sobre todo trata de la venganza obsesiva, la más cruel, la que se ejerce de forma indirecta a través de las personas queridas».
Hernández desconocía la obra de Shelley y se mostró reticente cuando los editores de Bang le hicieron el encargo de versionarla, prefería contar sus propias historias, pero una vez leyó el libro quedó cautivada y durante un año se empleó a fondo para plasmarlo en imágenes en las que el cabello rojo de la protagonista contrasta con la oscuridad que emana su criatura o el blanco de la nieve del Ártico donde sucumbe.
¿No es un recurso fácil y muy previsible en estos tiempos cambiar el sexo del protagonista? «Al principio me parecía algo facilón pero decidí que me permitía abordar cuestiones muy profundas como el rechazo de algunas madres a sus hijos. Con este cambio renuncio a unas cosas pero introduzco otras», añade Hernández.
Desde el inicio del proyecto tuvo claro que iba a ser fiel al relato de Shelley maltratado por muchos versionadores «salvo las honrosas excepciones de Georges Bess o de Guido Crepax, curiosamente ambas en el ámbito del cómic», comenta. «¿Cómo es posible que nos haya llegado a través del cine una idea tan distorsionada y pobre de esta novela? Decidí cambiarle el sexo al protagonista, porque la metáfora de una maternidad rechazada ya estaba servida, y esa es una cuestión que añade aún más horror a la historia por lo que tiene, supuestamente, de antinatural y aberrante algo tan humano».
«Mucha gente ha hecho hincapié en que al hacerlo así introduzco el tema de las malas madres; ahora, en lugar de ser un creador el que rechaza a su criatura y lo abandona cruelmente a su suerte, es una creadora… y, claro, eso es aún más problemático. Comparto esta lectura, de hecho, fue un motivo principal para este cambio, pero por encima de todo, estoy convencida de que todos los atributos del protagonista de la novela, los podemos encontrar también en una mujer igual de extraordinaria», añade la autora.
«¿Por qué no podría contarse esta historia, hoy día, desde la visión y experiencia de una mujer?», se pregunta Hernández. «Quería contarla desde la piel de una de ellas, porque ahonda en temas universales y porque esas cuestiones también nos explican a nosotras. Si yo puedo identificarme con el protagonista leyendo la novela de Shelley, no veo por qué no podría un hombre identificarse con la protagonista de este cómic».
Otro aspecto que Hernández tuvo claro desde el principio fue cómo representar el monstruo. «Debía ser una masa oscura e informe, como salida de la tierra. Así lo describe su creador, “una criatura hecha de barro y vísceras”. Es algo novedoso que creo que ha sorprendido gratamente a los lectores y críticos. Cambiar el sexo al protagonista y esta visión del monstruo era arriesgado, pero ha gustado, y estoy muy contenta con la recepción del libro».
Convertir un texto literario de gran enjundia en una serie de viñetas no es fácil. Hernández lo ha hecho ya en dos ocasiones ayudada por su capacidad de síntesis. «Para traducir en imágenes un relato hay que tener muy claro las ideas que contiene, requiere un ejercicio de abstracción intelectual antes del desarrollo artístico. Un proceso muy laborioso».
Un proceso que Hernández disfruta al máximo -acaricia una idea propia inspirada en ‘La letra escarlata’ de Nathaniel Hawthorne-, pero sobrevivir del cómic, es imposible y debe alternar sus proyectos puramente artísticos con trabajos alimenticios como ilustradora. Igual que otros muchos autores en nuestro país que funden textos e imágenes en el llamado noveno arte. La ilustradora catalana realizó también una adaptación del relato de ‘El hombre que plantaba árboles’, libro de cabecera del ecologismo.
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