Román de la Calle

#MAKMAArte
Entrevista a Román de la Calle
Catedrático de Estética y Teoría del Arte de la Universitat de València y exdirector del MuVIM
MAKMA ISSUE #08 | Entornos Museográficos
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2025

Los museos han traspasado su clásica función contemplativa para convertirse en auténticos dinamizadores. Se habla de su sentido de comunidad cercana al ágora pública. La reciente actualización de su definición llevó, hábilmente, al ICOM a tratar de reunir, con esfuerzos coordinados, las complejidades del siglo XXI o los desafíos de futuro, no carente de polémica por ello.

Si tuviéramos que destacar una mirada revulsiva hacia el museo y el desarrollo coordinado de sus exposiciones en València, nos llegaría históricamente, de la mano del profesor Román de la Calle, una crónica consolidada, desde la investigación teórica y la práctica curatorial, que además nos revela su robusta y sistemática trayectoria como crítico de arte y educador.

Mediante esta fórmula, él mismo confiesa su intento de poner los pies en la tierra, evitando el riesgo de olvidar el pálpito de la realidad circundante, desde una dedicación primigenia y unidireccional hacia la estética y la filosofía del arte. De hecho, por ejemplo, la práctica expositiva le habría permitido crear un camino que, además de reunir y analizar, a fondo, las propuestas correspondientes, también requería estar directa y paralelamente vinculado con la vida.

Portada de ‘Entornos Museográficos’ | MAKMA ISSUE #08, diseñada por José Antonio Campoy.

¿Están actualmente los museos conectados con la sociedad? ¿Considera que la nueva definición del ICOM, que costó casi tres años de consensuar, ha aportado un sentido acorde a la situación actual?

Si los museos, en el complejo, inquieto y pluridimensional contexto actual, no estuvieran imbricados estrechamente con la sociedad, deberíamos, sin duda, redefinirlos y revisarlos, de inmediato y en profundidad. Como bien insinúas, tal fue la necesidad compartida, que el ICOM, en su constante reciclaje, experimentó, funcional y comprometidamente, durante años, para reconsensuar una definición englobante, interdisciplinar y operativa de la noción abierta y actualizada de museo. Un esfuerzo que, sin duda, hay que seguir teniendo muy presente y agradeciendo, de cara a este nuevo y preocupante siglo, del que ya estamos a punto de recorrer una cuarta parte, codo con codo.

Los talleres de artista como realidad transdisciplinar

Desde 1980 hasta 1996, Román de la Calle realiza una ardua labor periodística, que nos recuerda y ofrece, al reunir un completo dosier de una docena de varios volúmenes, con los artículos, reseñas y textos de reflexión aportados, en torno a diversos momentos culturales de la vida valenciana.

Editados en la prensa periódica y/o revistas especializadas, esta fórmula operativa integraba una especie de juego de realidades transdisciplinares, que combinó hábilmente el mundo académico, en el que se movía, con los talleres de artista, a los que se desplazaba, en una investigación sostenida e incansable. Algo que influyó, sin duda, en sus numerosos alumnos y lectores.

Maite Ibáñez (MI): ¿Sigue considerando la visita a los talleres de artista como parte de ese proceso, que la investigación debe trasladar, mutatis mutandis, al museo? ¿Es un tipo de formación complementaria que debe traducirse y emerger, de alguna manera, en la sala expositiva?

Román de la Calle (RC): Por supuesto y en alto grado. En mi actividad docente universitaria (que inicié en octubre del año 1968, en la UVEG, luego también en la UPV y, más tarde, en la Complutense, para regresar de forma definitiva a València, ya en 1978, hasta mi retirada en octubre de 2012), necesité experimentalmente, paso a paso, incorporar la visita discente a los talleres de artista, así como a las galerías de arte, a la vez que me ejercitaba, en paralelo, como crítico, institucionalmente (a nivel local, nacional e internacional: AVCA, AECA y AICA), en los diversos mass media disponibles.

No había otra manera, según mi parecer, de romper moldes y dar cabida directa al arte contemporáneo en las aulas.

Luego vendrían, es cierto, otras investigaciones de mayor envergadura, como, por ejemplo, las tesis de licenciatura y las tesis doctorales dirigidas, de forma cada vez más numerosa, y también el salto sistemático a las colaboraciones con los museos más inquietos, que abrirían, asimismo, nuevos y fecundos caminos de interacción.

Recuerdo, estratégicamente, que mi necesidad periódica de escribir en la prensa sobre exposiciones de arte contemporáneo, ejercitando mis inquietudes pedagógicas y educativas, fueron, antes que nada, orientadas potencialmente hacia el contexto lector y con el seguimiento de mis alumnos. Investigar y educar eran, para mí, como joven profesor de Estética y de Teoría de las Artes en diversas facultades, las dos caras de la misma moneda docente. Incluso comentábamos los textos en clase.

Igualmente, tenía muy claro, que mis escritos debían articularse estrechamente con la vida artístico-cultural de la ciudad (periódicos, revistas, catálogos, convocatorias varias y participaciones colectivas). Tales eran mis particulares exigencias y aspiraciones de aquellas décadas cruciales. Por eso acabé recogiéndolos en una serie de volúmenes (en el Centro de Documentación de Arte Valenciano Contemporáneo) que aún consulto, como memoria compartida, cuando me refiero a la consolidación de aquellas décadas, en mis reflexiones, trabajos y publicaciones actuales.

Román de la Calle
Román de la Calle en su despecho. Foto: MD.P-Molina, cortesía del autor.
Museos por la educación

El tema de este año, propuesto por el ICOM, ‘Museos por la educación y la investigación’, identifica un sentido radical, cada vez más completo y participativo. Sin embargo, hace años era impensable incluir la educación artística en los museos, como tampoco las figuras de la mediación o de los gabinetes didácticos tenían fuerza explícita o desbordante. Había que sacudir el árbol, para esperar nuevos brotes y frutos. Román de la Calle inició, efectivamente, una labor para visibilizar y defender la importancia de esos perfiles, así como el estudio de la experiencia estética en las salas expositivas.

Cuatro fechas simbólicas atestiguan, a mi modo de ver, esta idea. Por un lado, el nacimiento de la Asociación Valenciana de Crítica de Arte (1980), con el respaldo eficaz de Aguilera Cerni y la minuciosa y decidida gestión de Román de la Calle, en el seno de un interesante equipo de universitarios y periodistas, incorporados al proyecto.

Por otra parte, no puedo olvidar su discurso de ingreso, como académico de la Real Academia de San Carlos, en junio del 2000, titulado ‘L’educació per l’art: valors pedagògics i estètics de la modernitat’, editado en PUF. Unos años después, nacía, asimismo, bajo su égida, el Postgrado de Educación Artística y Gestión de Museos de la Universitat de València, de larga trayectoria (se cumplen ahora 22 ediciones).

Y, más tarde, ya en junio de 2012, con la presencia de AVALEM, la Asociación Valenciana de Educadores en Museos y Patrimonios, se consolidaba un camino, que, junto a Ricard Huerta, iba desarrollando estrategias y se generaron nuevas actitudes y valores educativos, para poner, de hecho, en el mapa cultural a los profesionales de didáctica de los museos.

En definitiva, reivindicaron la figura del educador de museos y también impulsaron su formación continua.

(MI): ¿Cómo fue ese proceso?

(RC): En realidad, estamos refiriéndonos a una etapa plural y llena de actividades asociadas donde diversas personas, desde la universidad, fueron capaces de unir estrechamente objetivos académicos y educativos, junto con otros propios de gestión e investigación, referidos, todos ellos, al dominio de los museos, del patrimonio (material e inmaterial), del arte contemporáneo y de la responsabilidad sociocultural integradora.

Recuerdo perfectamente cómo, por ejemplo, desde la dirección del MuVIM (2004-2010), en cuanto miembro del ICOM que era, intenté, con mis directas sugerencias y proposiciones, orientar evidentemente la dedicación oficial del tema de alguno de aquellos años, en torno al día internacional de los museos, hacia las vertientes concretas de la investigación y la educación, desde y en el seno de los museos.

Las respuestas o no se dieron o fueron simplemente de remisión y desvío, de tales indicaciones, hacia el contexto global de las universidades. Es decir, que la madurez transformadora de tales cuestiones debía esperar aún, al menos, un par de décadas, como menos, para ser asumidas, digeridas y, al fin, compartidas. Sin duda, estábamos en el camino acertado, pero maniobrando, de forma resistente, como estrictos rompehielos.

No olvidemos, testimonialmente, que, si nos atrevemos a echar una mirada inquisitiva hacia los planes de estudio de nuestras facultades de Humanidades, de ese concreto contexto histórico del siglo XX (por ejemplo, de los estudios de Psicología, Pedagogía, Historia del Arte, Literatura o Filosofía) no encontraremos disciplinas centradas en la bisagra concreta ‘educación y arte’ ni tampoco en psicología del arte ni en la investigación de la potente y sobrevenida creatividad del arte contemporáneo.

De hecho, desapareció, incluso de los estudios reglados de Bellas Artes, al poco de pasar de ser escuela a facultad en la UPV, para pasar a dotar, estratégica e interesadamente, una segunda cátedra de Historia del Arte. Solo se mantuvo en los estudios de Magisterio de la UPV, tanto siendo escuela universitaria como, luego, facultad. Todo un síntoma elocuente.

Concretamente, hubo, pues, que ir conquistando todos esos dominios interdisciplinares paso a paso, esforzadamente y a contracorriente, a lo largo de nuestra Transición política, en el seno de cada marco proyectual específico. Y en ello nos curtimos, esforzadamente, reivindicando la figura del educador de museos y articulando las bases de su formación continua, en la propia brecha museística.

Sin duda, en esas tareas innovadoras significó una experiencia decisiva la creación del Instituto Universitario de Creatividad, con la ayuda directa del profesor Ricardo Marín y un grupo de colaboradores, en el que me encontré directamente implicado en la UPV, primero, y en la UVEG, después. Acaban de cumplirse sus primeros 45 años de existencia. Fue creado por Orden Ministerial de fecha 26 de octubre de 1978 (BOE de 24 de noviembre). Es uno de los Institutos más antiguos de la Universitat de València y consta de dos secciones: la de Innovaciones Educativas y la de Innovaciones Estéticas.

Otro tanto cabe apuntar del nacimiento del IVAM (18 febrero 1989), a cuyo patronato estuve adscrito durante décadas, participando de las diversas experiencias que, desde su abierta estructura, nos permitió ejercitar interfacultativamente, de forma novedosa y efectiva. Sobre todo, en el dominio de las exposiciones, he de reconocer que mis colaboraciones con dicha institución fueron auténticos bancos de prueba, reflexión y contraste, sumamente enriquecedores para los equipos participantes.

Las galerías de arte y su relación con los públicos

Por otra parte, en años siguientes, en esa misma línea de experimentación, existen resultados claros, como la colaboración de AVALEM en el certamen Abierto València, potenciando la apertura simultánea de las galerías de arte contemporáneo en la ciudad.

(MI): ¿Podemos afirmar que hubo un antes y un después en su relación con los públicos? ¿Cómo afectó a las galerías de arte contemporáneo?

(RC): Ese enlace fue un fenómeno sociocultural que se extendió por diversas ciudades, casi en paralelo, afectando a las conexiones experimentadas entre las galerías de arte y los públicos, en torno a determinadas fechas, de carácter sobre todo celebrativo. De hecho, se trataba de ensayar el establecimiento simultáneo, en el seno de una red de instituciones, de citas colectivas, simultáneas y festivas. A ello colaboraron, paralelamente, centros culturales, institutos universitarios, departamentos y áreas docentes, postgrados y asociaciones, junto con la red de galerías, los talleres de artistas y los museos implicados.

Se trataba de solidificar y dar sentido crítico y reflexivo a la propia noción de público, de cara a las galerías de arte y centros expositivos de alcance museístico, para lo cual se alteraban los horarios de visitas, incrementándose, además, actividades paralelas, incluso de carácter transdisciplinar y abierto. Tal desbordamiento generalizado nos hizo constatar, al conjunto de organizadores, que, en realidad, se podía apostar en favor de reconocer la existencia de un antes y un después, en el sector. Algo estaba, efectivamente, cambiando… y con determinada fuerza reiterativa.

Ninguna exposición sin reflexión”

Algunas de las líneas que definen su modo de hacer a través de la crítica de arte, el trabajo junto a los artistas, la educación artística y el comisariado, nos llevan, obligadamente, a su paso por el museo, esta vez como director del MuVIM. Recuerdo una frase que repetía con frecuencia animadora y de clara normalización: “Ninguna exposición sin reflexión”.

(MI): ¿De qué manera los ingredientes de la exposición (selección de piezas, diseño, textos, actividades complementarias…) actuaron como ejes de esa reflexión y palancas ejercitantes, en un museo sin colección?

(RC): Aunque parezca paradójico, en un museo centrado, básicamente, en el patrimonio inmaterial, nunca faltaron, tampoco, grandes muestras expositivas, que funcionaban como imanes de concentración y validación, a sabiendas de que aquello que se mostraba exigía, siempre, un estudio fundamental en el modo, paralelo, de su mostración, es decir en la aplicación rigurosa, propia de los recursos de los diseñadores especializados.

De ahí nuestra colaboración intensa y pormenorizada entre los dominios paralelos del arte, el patrimonio y el diseño. En realidad, a menudo pasó por mi mente el proyecto de convertirnos en el Museo Valenciano del Diseño… Pero hubo interesados /as, en el mundo especializado y en la política local, en que no cayéramos en la tentación, a pesar de los numerosos ejercicios/metas expositivas que allí se sustentaron sobre tal enfoque.

Lo mismo exigíamos, asimismo, en relación al estudio e investigación del hecho artístico y en torno al arte contemporáneo, aportados en las numerosas publicaciones correspondientes (las colecciones bibliográficas, editadas en el museo, fueron sumamente relevantes entonces y siguen siendo, aún, un material apreciable y disponible).

Precisamente, Anna Reig, la directora de la Biblioteca del MuVIM y estrecha colaboradora mía, supo entender perfectamente la idea interrogativa, con la que yo mismo jugaba constantemente: ¿era el MuVIM un museo dotado de excelente biblioteca o una histórica biblioteca respaldada por un impactante museo? Tal era la cuestión abierta y revulsiva.

Quiero recordar, también, las exigencias que perseguíamos en relación a las actividades (seminarios, congresos, ciclos de conferencias) que necesariamente arropaban, en simultaneidad, las muestras integradas en las programaciones cíclicas de aquellos años. Y, además, en este contexto integrador, deseo dejar bien claro que el grupo de educadores del museo participaban, desde el inicio de cada propuesta, directamente y al unísono, con los equipos que estudiaban, seleccionaban, preparaban y diseñaban siempre los complejos y ejemplares montajes. Nunca se incorporaban al final, como solía plantearse habitualmente, cuando ya todo estaba hecho, para informarse y comunicarlo luego, de forma explícita, en su tarea educativa.

De hecho, la reflexión activa y abiertamente participativa y crítica, a la que me refería en aquel eslogan reiterado que has citado, implicaba, pues, sin excepción alguna, a todos los participantes institucionales del museo.

Fragmentos d’un any en el MuVIM

Ciertamente, el museo es participación, investigación y también impulsa el pensamiento crítico. En 2010, cuando cumplía seis exitosos años como responsable del MuVIM, sufría directamente un ataque a la libertad de expresión, a través de la censura de algunas imágenes de la exposición ‘Fragments d’un any’, referida al desarrollo del año 2009, organizada por de la Unió de Periodistes. Ese capítulo terminó con su dimisión y una movilización masiva, que tuvo como lema la frase “Nulla aesthetica sine ethica”.

(MI): ¿Cómo se mira a ese episodio, desde la perspectiva actual, cuando ya se han cumplido tres lustros de aquel suceso?

(RC): Fue, ciertamente, muy duro, tanto para mí como para el equipo del centro. Nunca entendí ni me pareció normalizable (como se quiso interpretar/explicar, desvergonzadamente, desde el poder vigente) aquel intento de intervencionismo drástico de la política sobre la cultura, delimitando la libertad de expresión de un museo. Más aún cuando las fotos de la muestra, incluidas, asimismo, en la publicación/ documento (periódico-catálogo) del museo, habían sido seleccionadas por el equipo especializado de la Unión de Periodistas de entre las imágenes publicadas previamente en la prensa local, nacional o internacional de aquel año.

Eran, por tanto, conocidas y se quería presentar, con ellas, como ya se había hecho, en una serie de años precedentes, una especie de resumen histórico de los momentos vividos, por capítulos, en los diferentes dominios sociales, desde la mirada periodística, con su capacidad informativa, crítica y ejemplarizante.

El intento de silenciar la muestra y alterarla provocó, justamente, un salto a la inversa: por el efecto Streisand, recorrieron el mundo, al tratarse de un fenómeno en el que un intento de censura o encubrimiento de cierta información fracasa o es contraproducente, ya que acaba siendo ampliamente divulgada y/o reconducida, de manera que recibe mucha mayor visibilidad de la que hubiera tenido, si no se hubiese pretendido acallar. Aquella muestra fotográfica del MuVIM, de la primavera de 2010, pasó a ser un ejemplo paradigmático y de manual de tal concreto efecto de sociología de la comunicación.

De hecho, nunca pasó por mi mente aceptar la censura cuando se dio orden irreversible, desde la Presidencia de la Diputación (6 de marzo 2010) de retirar aquellas diez imágenes concretas de los espacios expositivos del MuVIM, que hoy nos pueden parecer escuetamente anecdóticas y hasta ridículas, en sus significados sociopolíticos sobrevenidos. Por eso decidí, dejar la dirección del museo inmediatamente (con aquella larga carta de dimisión, sumamente reflexiva y explícita), justo en un momento en el que era el espacio más visitado y seguido de nuestro contexto cultural valenciano. Volví, pues, a mi cátedra de Estética y Teoría de las Artes de la Universitat. No podía hacer otra cosa. Se trataba de mi obligación e imperativo ético personal.

Román de la Calle
Román de la Calle, en su biblioteca. Imagen cortesía del autor.
Los retos de los museos

Estamos viendo cómo el museo trata de consolidar un sentido más completo y participativo, para descubrirnos nuevas formas de mirar el mundo. Pero el mundo cada vez cambia con mayor rapidez.

(MI): ¿Qué retos le esperan al museo? Y, concretando esa cuestión, para dirigirla a nuestro espacio cultural, ¿qué retos esperan a los museos valencianos?

(RC): La progresiva puesta al día está siendo ya, hoy por hoy, y será siempre, imparable en el marco histórico y vital del desarrollo de los museos, como lo es, igualmente, en el complejo panorama global e institucional de los retos asumidos socialmente, en nuestra existencia compartida. Lo sabemos bien: hemos ido más allá de las fuentes y requerimientos clásicos (movere, docere et delectare), pero también se mantienen aquellos potentes compromisos diacrónicos, de forma acumulativa y eficaz.

Pero quiero salir al paso, concretamente en nuestro propio espacio cultural, dadas mis experiencias personales, para defender resolutivamente, ante todo, la necesaria correlación sociopolítica de la cultura en el desarrollo de la comunidad, mostrable y defendible ética y profesionalmente, siempre y especialmente, reforzada a través de la libertad de expresión. Por eso es, precisamente, la cultura cada vez más accesible e inclusiva, pero, asimismo, también es exigida como diversa y sostenible.

Paralelamente, quiero insistir en el hecho de que los museos, en nuestras visitas e intercambios socioculturales, deben devenir, siempre, en auténticas cajas de sorpresas, abiertas a nuestras experiencias vitales, es decir, directamente relacionadas con la educación y con el descubrimiento simultáneo de un personal hedonismo, respaldado en el disfrute, la reflexión, los juegos hermenéuticos, el ejercicio crítico y los plurales intercambios de conocimiento e investigación. De hecho, un reto de primer orden que es necesario poner a prueba cada día.