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Clase magistral de Robert Guédiguian, Palmera de Honor de la Mostra de València
Acompañado de Ariane Ascaride
Modera: Esteve Riambau
Mostra de València – Cinema del Mediterrani
La Filmoteca de València
Plaza del Ayuntamiento 17, València
Sábado 22 de octubre de 2022
No cabe duda -porque incluso el propio director lo subraya- que las películas de Robert Guédiguian cuentan siempre con un trasfondo social sobre el que perfilan sus itinerarios vitales los protagonistas de sus relatos. “Hay que crear momentos comunistas: el individuo y la comunidad funcionando juntos”, llegó a decir Guédiguian, durante la clase magistral que ofreció en la Filmoteca de València, acompañado de Ariane Ascaride -actriz principal de todas sus películas- y Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya encargado de moderar el encuentro, enmarcado en la Mostra de València.
Un trasfondo social mediante el cual -siguiendo en esto a Pier Paolo Pasolini, a quien citó como una de sus referencias, junto a Bertolt Brecht- el director de ‘Marius y Jeannette’ intenta “sacralizar al pueblo”, haciéndose eco de las pasiones de la gente corriente. De manera que los filmes de Guédiguian, efectivamente, supuran ese grano áspero de la cotidianeidad forjada trabajosamente, sin dejar de emerger, por contraposición, una tierna humanidad perpleja ante los temblores que, a duras penas, afloran tras la más firme ideología.
“El arte no consiste en contar cosas bonitas, sino en la bella representación de una cosa”, señaló el director, reconociendo que la frase era del filósofo Inmanuel Kant. Y es así, a base de compromisos con cierto comunismo inmutable y la hermosa representación de las cuitas existenciales de sus protagonistas -cuando ese comunismo se muestra quebradizo por el paso del tiempo- como avanza la filmografía de Robert Guédiguian.
El barrio de L’Estaque de Marsella, donde nació, es el lugar que suele tomar como referencia en todas sus películas. “El universal está en lo local”, subrayó el cineasta, para destacar cómo la fuerza de las historias -cuando son buenas- trasciende el espacio, en ese afán por vivir comunitariamente las experiencias más ajenas. Y es ahí, en ese barrio humilde, donde transcurren sus historias que tienen al pueblo como protagonista.
¿Al pueblo? Guédiguian lo subraya cada vez que puede: “Mi cine muestra las grandes pasiones del pueblo y el artista debe caminar por delante del pueblo, pero solo un paso”, aseguró durante la rueda de prensa que ofreció en València, con motivo de su Palmera de Honor de la Mostra de València. En la clase magistral, un día después, volvió a ello, apelando a esa sacralidad de lo popular de raigambre pasoliniana.
Pero el pueblo al que se dirige Guédiguian en su cine -el pueblo obrero- se halla atravesado por las mismas contradicciones que el comunismo al que toma como remedio contra las injusticias sociales. Vayamos a ‘Las nieves del Kilimanjaro’, película de 2011 en la que el sindicalista Michel (Jean-Pierre Darroussin) es atacado y robado en su casa por dos jóvenes enmascarados, mientras jugaba a las cartas con su mujer y una pareja amiga.
Luego descubrirá que quien le atacó y robó era uno de sus compañeros de trabajo despedidos. Tras denunciarlo a la policía y ser encarcelado, Michel -con cierto sentimiento de culpa- retira la denuncia y se lo hace saber a su agresor detenido, quien le reprocha ser un burgués que quiere limpiar su mala conciencia por los obreros despedidos. Michel no sabe qué responder y se queda mirándolo con nostálgica perplejidad.
Michel -al igual que Guédiguian- no entiende que siendo él un obrero de toda la vida, ahora sindicalista en defensa de los derechos de los trabajadores, alguien tan próximo en su escala social le recrimine ser un burgués capitalista. Como no se entiende -en la actualidad- que trabajadores de baja cualificación voten a la extrema derecha o profesionales de alta gradación lo hagan a la izquierda más allá del socialismo.
La perplejidad de Michel, como la de muchos otros personajes de sus películas, es la misma que siente el espectador de sus filmes, cuando ve aflorar sentimientos que escapan a los dictados de una ideología que sirve para explicar muchas cosas, menos la fundamental: la contradicción que nos habita. ¿Se puede ser burgués y trabajador al mismo tiempo? ¿Ser capitalista es, per se, la definición de quien explota al obrero? ¿Se puede ser capitalista teniendo conciencia de clase?
Robert Guédiguian -he ahí la verdad de su cine-, más allá de las consabidas apelaciones al compromiso social, revela en sus películas la vacilación de unos personajes atravesados por dudas existenciales que emergen a raíz de verse confrontados con sus más firmes ideales. Las relaciones familiares y de amistad constituyen la trama en la que se van urdiendo esas perplejidades, siendo, a su vez, el marco donde pueden ser elaboradas, para encontrar el sentido tambaleado tras abrirse una brecha en el muro ideológico.
“Los orígenes se yuxtaponen y eso es siempre riqueza”, dijo durante la clase magistral, refiriéndose a su triple condición de francés, hijo de un armenio y de una alemana. Quizás debido a esa amalgama de identidades, Guédiguian formula en su cine la perplejidad de quien se siente uno con el mundo -ese comunismo imaginario-, a pesar de constatar la dificultad de que tal cosa se realice en la vida real.
Como buen ‘zoon politikon’ (animal político, en términos aristotélicos), el director de ‘El cumpleaños de Ariane’ insiste en su búsqueda de ese “mundo mejor a través del arte”, nutriéndose de aquel pensamiento socialdemócrata que lindaba con la práctica revolucionaria, aunque el tiempo lo haya ido diluyendo al congeniar con un capitalismo de rostro más humano.
Los obreros de Guédiguian se han vuelto burgueses con el tiempo y el propio autor de ‘Lady Jane’ no sabe cómo afrontar ese cambio, sin mostrar su incertidumbre. Alejado de la superioridad moral que blanden algunos de sus correligionarios, Robert Guédiguian se limita a radiografiar el mundo obrero con todas las contradicciones que lo habitan, tras el ascenso de la clase media en la sociedad del bienestar. Un cine de verdad en medio de tanto buenismo revolucionario.
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