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‘Ánima. Pintar el rostro y el alma’
Comisariado: Pablo González Tornel
Museo de Bellas Artes de València
San Pío V 9, València
Del 20 de octubre de 2022 al 5 de febrero de 2023
A los emperadores que entraban en Roma se les advertía que, a pesar de su grandeza, no dejaban de ser sujetos de carne y hueso, de ahí la exclamación: ¡Memento mori! (recuerda que eres mortal). El Museo de Bellas Artes de València reúne 90 obras -entre pinturas y esculturas- en la exposición ‘Ánima. Pintar el rostro y el alma’, con la que pretende, precisamente, recordarnos ese tempus fugit de la vida reflejada en los retratos que conforman la muestra comisariada por Pablo González Tornel.
“Casi todos creemos que tendremos una segunda vida a través de las imágenes”, subrayó el igualmente director de la pinacoteca valenciana, para quien el retrato es “un acto de la voluntad humana por intentar ser recordado más allá de la muerte”. Dividida en seis secciones, la exposición se hace eco de esa cualidad del retrato para dejar constancia de vidas pasadas, que el tiempo “resignifica” (Tornel dixit) bajo la contemplación del presente.
Hay, por seguir en esto al Roland Barthes de ‘La cámara lúcida’, algo de studium -parte documental de la imagen- y de punctum -lo punzante que nos asalta al ver determinadas imágenes- en esas “ánimas” aludidas en el título de la muestra que el Bellas Artes mantendrá hasta el 5 de febrero de 2023. Pongamos, por ejemplo, el retrato de Francisco Franco, realizado por José Segrelles en 1957 y que figura entre las obras seleccionadas.
Antes de nada, González Tornel quiso dejar claro que por “controvertida” que fuera la presencia del retrato del dictador, junto a los de Alfonso XIII (obra de Pedro Ferrer Calatayud en 1914) y de Ramón María de Narváez (Vicente López Portaña, 1849), comparecía en la exposición como “obra de arte”, dejando que fuera el espectador quien lo descubriera por sí mismo, más allá de “ningún tipo de ideología”.
El studium de la pieza nos presenta la figura de Franco en ligero contrapicado, para ensalzar un poder subrayado por la bandera de España que aparece a sus espaldas, depositada como si fuera un manto que lo arropa descuidadamente, y un crucifijo en sombras fruto de su fervor nacionalcatólico igualmente subrayado de forma tenue, pero evidente. Un general, sin más, inmortalizado de por vida.
Sin embargo, el punctum, para quienes sepan contextualizar su figura, invadirá al espectador que contemple el óleo de Segrelles evocándole tristes pasajes de aquella larga dictadura o bien provocándole una sonrisa de superioridad, ahora que los tiempos democráticos diríase que colocan su figura en un altar histriónico derivado de un relato más progresista.
Lo mismo sucede con la Santa Teresa de Jesús que José de Ribera pintara en 1645. Desde el punto de vista estrictamente documental, vemos a la santa, pluma en mano, inspirada por “la gracia de Dios” -como apunta González Tornel, refiriéndose a la paloma que sobrevuela su rostro-, mientras una calavera parece simbolizar ese “memento mori” de la que la escritora -antes que santa- parece tomar buena nota.
El punctum, no obstante, levantará una efusiva admiración entre quienes vean a esa mujer elevarse por encima de su condición de santa y de mujer constreñida por las tradiciones de la época, convirtiéndose en un icono del feminismo, aunque González Tornel advirtiera que no se pueden aplicar “criterios de feminismo” a la hora de interpretar ese pasado. “Que nadie se la apropie como símbolo, porque eso sí que sería un anacronismo”, añadió.
‘Ánima. Pintar el rostro y el alma’ muestra, a través de diferentes binomios, esa misma dialéctica entre el studium y el punctum, para que el espectador sienta la tensión entre la física y la metafísica, entre el “tiempo estático creado y el tiempo dinámico en el que se percibe”, destacó el comisario. Así, van desplegándose en diferentes salas, el ‘cuerpo y el alma’; ‘pasado y futuro’; ‘comunidad e individuo’; ‘nosotras y el recuerdo’; ‘muerte y olvido’, ‘fama y memoria’.
Seis apartados nutridos con obras de Francisco Ribalta, Bartolomé Esteban Murillo, José Vergara, Mariano Benlliure, Joaquín Agrasot, Ignacio Pinazo, Manuela Ballester, Francisco Pons Arnau, Joaquín Sorolla, Raimundo de Madrazo, Antonio Stella -sobre los restaurados óleos de la familia Vich, dañados durante la riada de 1957- o el más próximo Joaquín Bérchez. Todos ellos dando cuenta de la fisicidad del retratado, así como de los espíritus que animan sus rostros y figuras.
Los linajes y estirpes de algunos más sobrios se van mezclando con otras galerías de hombres ilustres, hasta llegar a las mujeres que, como Santa Teresa, ofrecen la posibilidad de mostrar cierta “perspectiva de género”, a la que se refirió González Tornel, para no perder el hilo de la actualidad. También hay personajes anónimos, cuya ánima resumió así de elocuente el comisario: “Vais a morir todos y nadie se va a acordar de vosotros”, aunque ese anonimato quedara igualmente inmortalizado a través de su pintura.
“Hay un punto de esperanza para finalizar la exposición”, aludiendo Tornel a los retratados que figuran en la última sección por haber hecho “cosas memorables”, como Carlomagno, David o Josué -pintados por Pedro Orrente- o el Cristo yacente, de Carmelo Vicent Suria. “La victoria del ser humano sobre la muerte”, tal y como se recuerda en este último apartado, está de sobra justificada en el Museo de Bellas Artes de València con todos esos rostros y almas desplegados en seis salas.
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