‘Por mi gran culpa’, de Raúl Ariza
Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe
Editorial Edaf, 2020
Adán y Eva del siglo XXI también habitan un paraíso. Pero no se trata de un lugar salvaje y mucho menos virgen, sino de una urbanización de lujo acotada por estrictas normas de convivencia. Mientras celebran las liturgias de una mañana de sábado una llamada irrumpe como un cataclismo y ella debe emprender la huida.
Y el destino le brinda un guía divino bajo la anodina apariencia de un taxista que intenta ayudarla a eludir las consecuencias de un pasado turbio. Adán y Eva, aunque ella se haga llamar Lidia para evitar el chiste fácil son los protagonistas de ‘Por mi gran culpa‘ (Edaf, 2020), de Raúl Ariza, que se alzó el pasado mes de octubre con el Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe 2020. Un noir que rompe esquemas y bebe en las fuentes del ‘Génesis’ y ‘El paraíso perdido’, de Milton.
En su relato, Dios aparece minimizado, demasiado compasivo y humano, más impotente que omnipotente. ¿Cree usted en Él?
Lo que queda claro es que, si creo o no en él, en cualquier caso resulto un creyente poco convencido, escéptico y crítico. El Dios protagonista de mi novela es, efectivamente y ante todo, un tipo atormentado, alguien superado por su responsabilidad y que parece que acepta con mucha dificultad el papel que le ha correspondido jugar. En realidad, esta vertiente fallida de Dios, este lado humano, no es una invención mía, sino que en mayor o menor medida forma parte incluso de la más antigua tradición teológica.
En la eterna lucha entre el Bien y el Mal. ¿Por qué el mal resulta más seductor e interesante?
Porque no está sujeto a ninguna norma. Mientras que el mal es libre, y hace y deshace a su antojo, sin complejos, sin mesura, sin formalidad alguna; la propia naturaleza del bien obliga a este a cumplir con unas reglas. Es decir, mientras el mal carece de formalidad, no solo hay que hacer el bien, sino que hay que hacerlo de la manera correcta. Y eso, al mismo tiempo, hace que el bien sea más previsible y aburrido.
Acusa al Supremo Hacedor de ser culpable de la violencia que sufren las mujeres por ser su género preferido. Explíquenos esa peculiar visión suya.
Yo no acuso a Dios de ser el culpable de la violencia que se ejerce sobre las mujeres por parte del hombre, es él mismo quien, de alguna manera, asume esa culpabilidad al admitir abiertamente su falta de capacidad para corregirla, limitarla o detenerla. ¿Es el hombre libre a la hora de ejercer violencia sobre las mujeres o, de existir Dios, es él quien ha de responsabilizarse por los actos que lleven a cabo sus creaciones? Esa es la pregunta que planteo en la novela.
En la pareja protagonista, Eva y Adán ha invertido los roles tradicionales. Ella es una mujer intrépida y emprendedora y él un tipo más bien pasivo y pusilánime. ¿Es un reflejo de hacia dónde se encamina la sociedad?
De ser así tendríamos que estar de enhorabuena, porque los hombres llevamos siglos demostrando nuestra incapacidad para gestionar esos roles que tradicionalmente se nos han adjudicado. Los cierto es que mis protagonistas femeninos —y esto es otra constante en mi obra— suelen representar algunas de las virtudes que a mí me gustaría poseer, mientras que mis protagonistas masculinos representan los defectos que probablemente tenga.
El thriller y el noir impregnan hoy la literatura. ¿A qué cree que se debe ese fenómeno? ¿No existe un peligro de saturación?
Creo que sí. Estoy convencido. Creo que el género vive en una pequeña burbuja que imposibilita que se lean otras cosas que no lleven el marchamo o la etiqueta noir, lo que limita y, al mismo tiempo, satura el mercado. De ahí que yo, tal y como admití en el discurso de aceptación del premio Getafe Negro, no me considere un escritor de novela negra. De hecho, soy algo escéptico con todos los géneros literarios, no solo con el negro. En consonancia con lo que decía el cineasta Andréi Tarkovski, los géneros, en sí mismos, me parecen algo tan frío como un sepulcro.
La violencia de género y el proceso de creación literaria son temas recurrentes en su obra. ¿Podría darnos algunas claves al respecto?
Es cierto, la violencia machista es un tema recurrente en mi obra. Pero cada vez que me acerco a ella no es para tratar de resolver las causas de su existencia, sino, a lo sumo, para denunciarla y para lanzar preguntas acerca de sus posibles razones y su posible origen.
En esta novela, por ejemplo, exploro la posibilidad de que esa violencia machista provenga de la visión que la religión (o las religiones) tienen y han tenido sobre la mujer; siempre subyugada a la figura del hombre. Y lo mismo me ocurre con el proceso de creación, es verdad. Recurro muchas veces a tramas literarias y a personajes escritores. Quizá es que me inquieta saber por qué escribo, que es lo que me mueve a escribir cuando soy consciente de que todo lo que merece la pena ya ha sido escrito antes por otros.
¿Qué cree que supondrá el Premio Getafe en su carrera?
No soy un escritor de concursos. A lo largo de mi vida como escritor me he presentado a muy pocos, y siempre ha sido de forma anecdótica. De hecho, mi presentación al Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe fue fruto de las limitaciones inherentes al confinamiento provocado por la pandemia de la covid-19. Tenía una novela terminada que no podía enviar a las editoriales porque durante ese periodo todo estaba atorado, detenido. Así que, a siete días del cierre de recepción de originales, vi el anuncio del premio y, ante mejores opciones, la presenté.
De entrada, la obtención de este prestigioso premio ha supuesto un estímulo importante. Un reconocimiento que viene bien a alguien que no se dedica profesionalmente a la literatura. Lo ideal, claro, sería que en un futuro también significara una forma de lanzamiento, una posibilidad real de alcanzar un mayor número de lectores.
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