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‘La habitación de al lado’, de Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar, a partir de la novela ‘Cuál es tu tormento’, de Sigrid Nunez
Reparto: Tilda Swinton, Julianne Moore, John Turturro, Alessandro Nivola, Juan Diego Botto, Raúl Arévalo, Victoria Luengo
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Eduard Grau
106′, España, 2024
El problema al que nos enfrentamos al escribir una crónica-crítica sobre cualquier película de Pedro Almodóvar es que, de una manera o de otra, en su cine siempre encontramos los mismos defectos o virtudes, algo que, salvo excepciones, convierte el ejercicio en una reiteración de ciertos argumentos.
Y es que, para el que suscribe este texto, la obra de Almodóvar no ha evolucionado mucho a lo largo de los años. Cambian las líneas argumentales, pero la forma es la misma, si acaso la diferencia viene dada en tanto en cuanto el director manchego es capaz de controlar ciertos elementos de su escritura, tanto literaria como cinematográfica.
Nos cuenta ‘La habitación de al lado’ el reencuentro de dos viejas amigas, Ingrid y Martha. Un día, mientras se encuentra en una librería de Nueva York en un acto de firmas de su última novela, Ingrid tiene noticias de Martha, a la que hace muchos años que no ve.
Según le cuenta otra amiga común, Martha está hospitalizada a causa de un cáncer. Impresionada ante la noticia, Ingrid visita a Martha, a la que encuentra, sobre todo, muy sola. Distanciada de su única hija, no tiene quien la asista en este trance, lo que hace que Ingrid, movida por el deseo de recuperar el tiempo perdido entre ellas, se ofrezca a ayudarla. Recuperada así su relación, repasan juntas recuerdos del pasado y confidencias de sus vidas.
El problema surge cuando Martha recibe la noticia de que el tratamiento experimental al que estaba sometida no ha funcionado, lo que hace que el cáncer continúe su avance destructor. Ante la idea de someterse a nuevos y dolorosos procedimientos médicos, frente la perspectiva de una muerte lenta y agónica, Martha tomará la decisión de aplicarse a sí misma un protocolo de eutanasia, algo ilegal en su país, y le pide a Ingrid que la acompañe.
Creo que el primer escollo al que se enfrenta una película como ‘La habitación de al lado’ se encuentra en un argumento tan leve y tan forzadamente planteado que deja poco espacio para un verdadero desarrollo dramático.
Por un lado, tenemos a una mujer que, ante la posibilidad de una muerte insoportable, decide quitarse la vida. Por otro, tenemos a su amiga que, si bien demuestra tener algunas dudas al respecto, acepta de buen grado asistirla en ese viaje.
Entonces, si todo el mundo está de acuerdo y nadie se interpone a los objetivos de las dos protagonistas, uno se pregunta: ¿dónde está el conflicto? Ahora bien, viendo la película de Almodóvar, uno querría pensar que esa premisa es una mera excusa para contarnos alguna otra cosa y, si nos esforzamos, nos diremos que así es.
Podríamos decir que ‘La habitación de al lado’ quiere hablarnos de cómo nos enfrentamos a los últimos momentos de la vida, del valor de la amistad, del hecho mismo de repasar aquello que hemos sido, lo que hemos conseguido o en qué hemos fracasado. Y, dicho así, parece muy interesante. Pero el planteamiento de todas estas cuestiones tiene algunas fisuras.
La primera de esas fisuras es que, para meternos en este pequeño submundo, Almodóvar se ve en la obligación de ponernos en antecedentes. Cuando arranca la película no nos es difícil asumir el planteamiento inicial de esas dos mujeres que, nos cuentan, se conocen de toda la vida.
Ahora bien, para llegar a comprender el estado real de esa intimidad que dicen compartir, para entender sobre qué hechos fundamentales se asentará ese juicio existencial que nos proponen, necesitamos conocer cómo han sido esas vidas. Es decir, debemos saber aquello que saben los personajes y que nosotros desconocemos.
Eso obliga a Almodóvar a plantear una larguísima serie de escenas en las que los personajes nos cuentan literalmente su pasado y que exploran las razones por las que Martha se ha distanciado de su hija, por ejemplo, o su trabajo como corresponsal de guerra.
Esto hace de ‘La habitación de al lado’ una película fundamentalmente hablada. Aquí no hay gente a la que les pasen cosas (les pasan cosas, pero pocas), lo que hay es gente que se cuenta cosas que o bien nos dicen que sienten o que les han ocurrido.
Varias consideraciones sobre esta cuestión. La primera de ellas es que la prosa de Almodóvar, por muy inspirada que se encuentre en una pieza literaria, no soporta el examen al que el propio director somete su capacidad como escritor de diálogos. Falta chispa, ingenio, falta poesía y falta, sobre todo, carga filosófica de verdadera hondura. Almodóvar no es Ingmar Bergman, aunque lo imite.
La segunda consideración nos sitúa ante aquello que nos relata. Desconozco hasta qué punto algunos de los pasajes que cuenta la película están inspirados en la novela en la que basa su libreto. Sea cual sea el origen, lo que es evidente es que Almodóvar se mueve en un espacio geográfico, político y cultural que le es radicalmente extraño, lo que le hace recurrir a situaciones arquetipo demasiado explotadas en el cine.
Se ha insistido en promocionar ‘La habitación de al lado’ como la primera película de Almodóvar rodada en inglés sobre una historia que sucede en Estados Unidos. Pues digamos que esa distancia lo perjudica claramente al no lograr crear un contexto que le sea propio y verosímil, cayendo con frecuencia en el cliché, cuando no describe situaciones radicalmente extravagantes, absurdas y gratuitas que aportan poco o nada a la trama principal (caso de la relación que se da entre el fotógrafo que acompaña a Martha cuando trabajaba como corresponsal en Irak y que tiene una relación con ¡un fraile Carmelita!, dos de las escenas más insostenibles de la película).
Pero es que es tan poca la confianza que tiene Almodóvar en su propio texto que, además, se ve en el impulso de mostrar lo relatado por los personajes en unas secuencias en flashback que no solo no suman nada a la palabra, sino que, plasmados en imágenes, todavía redundan más en su arbitrariedad.
En uno de los momentos más disruptivos de la cinta, Almodóvar se ve en la necesidad de que asistamos a la muerte del padre de la única hija de Martha, fallecido cuando intenta rescatar a una familia que, dice, ha quedado atrapada en un incendio. No es solo que el recurso parece innecesario (ya nos lo han contado), es poco original en su planteamiento, cuando no toca lo risible.
Todas estas cuestiones afectan claramente a las interpretaciones de sus dos actrices principales. No es que Julianne Moore y Tilda Swinton hagan mal su trabajo. Lo que pasa es que, con frecuencia, se encuentran en la compleja coyuntura de tener que estar planeando la psicología de sus personajes en cada paso que dan, lo que resta fuerza dramática a un conflicto que, durante la larga primera mitad de la película, se está definiendo, buscándose a sí mismo.
Sabemos, por su expresión, que los personajes sufren mucho, pero, como no los conocemos aún, no sabemos por qué, a qué se debe ese gesto, esa mirada, lo que hace que, en buena parte de la película, caigan en el vacío o un cierto agarrotamiento, como si estuvieran a la espera de la indicación adecuada que les diera alguna pista, haciendo que las interpretaciones divaguen o no se sienten seguras, bien fijadas, especialmente en el caso de Moore.
Más dramático es el caso de John Turturro, que interpreta a Dammian, un abogado con el que ambas mujeres tuvieron una relación en el pasado. Un personaje que, salvo por ciertas cuestiones políticas que comentaremos, apenas sirve de excusa para resolver algunos cabos sueltos del argumento. Turturro tiene tan pocos anclajes sobre los que fijar a su personaje que no sabe cómo darle un matiz propio.
Esa situación de extranjería afecta también a la narrativa de la película. El cine de Almodóvar se sostiene en la búsqueda de esos momentos icónicos que lo han hecho famoso entre sus seguidores (pensemos en Carmen Maura en aquella escena de la manguera en ‘La ley del deseo’ o el cuerpo de Gael García Bernal lanzándose a la piscina en ‘La mala educación’). Y aquí es obvio que, durante buena parte del metraje, Almodóvar se encuentra a la caza de ese momento.
Hay algunos planos bonitos en ‘La habitación de al lado’. De nuevo, los juegos de simetrías, sus composiciones planas, el apoyo de escenarios y vestuarios juegan a su favor. Pero lejos de su cultura, su puesta en escena pierde muchos enteros. Julianne Moore no es Marisa Paredes. Es una actriz de Hoollywood en un entorno hollywoodiense al que Almodóvar no consigue darle un cariz personal.
Entonces es cuando descubrimos que un primer plano o un plano medio no es más que eso, un plano medio o corto, sin mayor poesía que su valor descriptivo. La escritura cinematográfica de Almodóvar no es que sea clásica, como suele decir, es que es profundamente conservadora, rígida, lo que se revela más que nunca al exponerse fuera de su ambiente, de aquello que le ha dado siempre a su cine una aparente peculiaridad: lo español.
Pero si Almodóvar no es un filósofo ni un poeta, denota aún más dificultades para colocarse como analista de la realidad política del momento. Basta recordar la escena de las fosas franquistas en ‘Madres paralelas’, un añadido tosco que no aportaba nada a la película más allá de hacer una “denuncia” de trazo grueso sobre una cuestión sobre la que no aportaba un punto de vista personal o diferente.
Algo parecido sucede en esta ocasión. Almodóvar toca esta vez todos los palos, desde la guerra de Irak hasta el cambio climático, temas metidos en la trama de una manera más bien aleatoria cuando no oportunista. Almodóvar aborda estos temas como diciendo “yo también estoy en esto”, pero ni perturban ni se suman al drama de estas dos mujeres.
Impagable la escena en la que Dammian hace un alegato sobre el próximo fin del planeta mientras come con su amante en un restaurante de lujo al lado de un gran lago. Uno ve esta escena y se acuerda de ‘Libertad’, la novela de Jonathan Franzen.
Suple Almodóvar la falta de trama de su película con la música de su fiel colaborador Alberto Iglesias. El compositor vasco nos regala un hermoso leitmotiv, pero la omnipresencia de su partitura a lo largo de todo el metraje hace que su trabajo pierda intensidad y fuerza expresiva por saturación. Creo que no hay un solo momento de la película que no esté acompañado por ese apoyo musical.
‘La habitación de al lado’ es, cómo no, un melodrama. Un melodrama almodovariano, si es que se puede decir así. Y eso quiere decir que tiene todos sus ingredientes. Por momentos, uno logra entrar en ese mundo y empatizar con la vida de esas dos mujeres, pero cuando la cinta toma, por fin, algo de carrerilla, es el propio Almodóvar el que te expulsa de la pantalla, forzando un argumento al que le faltan sucesos, lo que cubre con situaciones que no solo no hacen avanzar el artefacto, sino que muchas lo retienen o lo ponen marcha atrás. Y eso no favorece a la película.
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