#MAKMAArte
‘Anhelo de luz del sur’, de Otobong Nkanga
Comisariado: Nuria Enguita
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 13 de julio de 2023 al 7 de enero de 2024
Decía el sociólogo Jesús Ibáñez, que hemos pasado del continente al archipiélago: del “progreso continuo en las versiones liberales” a la “cascada discontinua de revoluciones en las versiones socialistas”. De manera que, llegados a este punto, proponía: “Habría que transformar la colección de islas -archipiélago inconexo- en conjunto -archipiélago conexo-. Para lo que hay que restablecer conexiones entre las islas». E insinuaba: “Quizá haya que volver a Penélope”.
Penélope, personaje de la Odisea de Homero, no se cansa de tejer una alfombra para mantener a raya a sus pretendientes, por la ausencia de Ulises. Y el orden social -recuerda Ibáñez- “ha sido figurado siempre por la metáfora del tejido”, porque el tejido “conecta los espacios desconectados”.
Otobong Nkanga, cual Penélope, muestra en el IVAM su ‘Anhelo de luz del sur’. Un anhelo emparentado con esa misma necesidad de conectar las grietas o archipiélagos abiertos por el mundo, dadas las diversas pasiones que, como artefactos mecánicos movidos por hilos, nos habitan, según cuenta Platón en su ‘Leyes’.
“La función de un artista es la de traducir lo que siente o percibe para darlo a conocer al mundo. Hay tanto ruido que es difícil discernir o extraer significados de lo fragmentario de la fractura social”, subrayó la artista nigeriana afincada en Amberes. “Hay que cavar y profundizar en los significados”, agregó.
Y es así, a base de poner el acento en las grietas o heridas abiertas en la Tierra -de las que Nkanga se sirve para manejar los materiales con los que trabaja su obra-, y en la conectividad de todos esos fragmentos o archipiélagos aislados, como la artista muestra su anhelo –craving, en inglés- por iluminar el mundo con esa luz del sur (southern light) que ella parece llevar dentro, a pesar de frecuentar los grises de Amberes.
“Transmite una energía increíble”, dijo Nuria Enguita, directora del IVAM y comisaria de una muestra dividida en tres salas. En la primera, se recogen diversos dibujos y un tapiz de grandes dimensiones, ‘Doble trama’, mediante el cual se pueden observar ya las conexiones telúrico estelares que activan su visión del mundo.
Nkanga habló en cierto momento de la “polinización cruzada de ideas que viajan”. Una polinización que, al igual que sucede con el tejido de Penélope, también representa metafóricamente su trabajo diagramático, en tanto conjunto de grafos y líneas que conectan visual y hasta olfativamente los sentimientos de una artista igualmente conectada con el mundo que traduce en su obra plástica y sus instalaciones.
“Quiero dar las gracias al universo, a las aves, a las plantas, al aire, al sol, por haberme permitido crear estas obras”. Y tirando del hilo del sol -asociado a la luz del sur anhelada-, señaló que la luz “crea sombra, pero dura poco tiempo, porque la línea cambia”. Ese carácter efímero de la acción de la naturaleza es el que motiva su deseo creativo. De ahí que las performances –en esencia igualmente efímeras- formen igualmente parte de su trabajo.
La realizada estos días en El Saler, junto al mar Mediterráneo, le permitió ahondar en su anhelo vital: “En el mar donde muchos seres han desaparecido, sientes a su vez tranquilidad y calma; la solidez y la fragilidad se interrelacionan”. Luego se hizo eco de los paisajes cálidos y calcinados por el fuego, recordando los de Fuerteventura o Lanzarote, en medio de cuyas tierras volcánicas surgía la vida.
“En medio de toda esa tierra calcinada, emerge de pronto una hierba o una planta”, resaltó, como si estuviera resumiendo su propia obra. “Les invito a que perciban los olores que emanan de los objetos. ¡Huélanlos, porque olerán el quemado de los materiales!”.
Y, efectivamente, en la sala central hay diversas alfombras, piezas fabricadas con jabón y esculturas de maderas calcinadas que emiten fragancias aromáticas junto a otras más próximas al quemado o la combustión. “Hay activismo y reparación”, señaló Enguita, mientras la artista seguía conectando en su mente explicaciones en torno a su obra, con respecto, ahora, a la última sala.
“Son obras realizadas entre 2018 y 2020”, que la artista muestra sobre un suelo compuesto por “260 minerales y cristales de una mina que explotaron [en Namibia] hasta agotarla”. El paisaje negro contrasta con el colorido de los tapices adyacentes, en otra vuelta de tuerca de esa fusión entre opuestos que caracteriza su trabajo: fragilidad y solidez; descoyuntamiento y conectividad; aislamiento y unión; muerte y vida.
Otobong Nkanga muestra las cicatrices del planeta, ligadas a las del propio ser humano -ya sea como agente o paciente-, para invocar, a partir de lo real de la existencia, la necesidad de conectar los diferentes archipiélagos. Y lo hace tirando del “hilo de oro” que, según Platón, permitía reconducir las pasiones que, como cuerdas, tiran al sujeto en direcciones opuestas. Tarea ardua la de una artista que cuenta a su favor con el anhelo de esa luz, por fin, encontrada en el sur.
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