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‘Sirat. Trance en el desierto’, de Oliver Laxe
Guion: Oliver Laxe y Santiago Fillol
Con Sergi López, Bruno Núñez, Richard Bellamyum y Stefania Gadda, entre otros
120′, España, 2025
Premio del Jurado del Festival de Cannes 2025
Es una fuerza indómita, una fuerza de la naturaleza que se expresa con la suavidad del balanceo de las ramas. Encuentra una duda en su alma, busca un paisaje donde extenderla y lo cuenta con narrativa propia en forma cinematográfica. Así es la obra y así es el personaje. Oliver Laxe y sus películas.
Sin aparentes grandes pretensiones, ha conseguido un récord en el competido mundo del cine: cuatro veces seleccionado en el festival de festivales, en el gran escaparate de Cannes, y cuatro veces premiado. En esta última, ya jugando en las grandes ligas, sección oficial y Premio del Jurado. El aura que rodea a este gallego francés, alto como un ciprés, brilla aún más.
Cuando le conocí, Oliver Laxe iba tocado con una kipa de punto, lucía barba y unos ojos inquisitivos de los que no podías escapar. Pero su habla era dulce como una flauta, cautivador en el tono y en las palabras. Sucedió en Sant Lluís, en Menorca, en los Encuentros Albert Camus, y Oliver estaba a punto de estrenar su tercera película, tras ‘Todos vosotros sois capitanes‘ (2010) y ‘Mimosas’ (2016). Pero lo importante en ese momento es que, después de largos viajes, había entrado de nuevo en la órbita de la familia y la naturaleza: el regreso a la tierra de sus ancestros en Galicia.
Tras crecer en Francia, educarse entre Barcelona y Londres, viajar a Tánger, establecerse en el sur desértico de Marruecos, recorrer mundo, desde Turquía a Irán…, por fin la llamada de la tierra había cautivado su alma. De ahí saldría ‘O que arde‘.
“Tengo ganas de fundirme en el paisaje, de ser paisaje”, decía entonces. Cuando he visto casi al completo su obra, se entiende el sentido de esa frase y su forma de hacer arte: lo primero, el escenario, el paisaje desplegado –el árido Marruecos o el verde lucense– y, a partir de ahí, se plantean y resuelven los conflictos humanos del alma: la soledad, la duda, la ambición y la pérdida, el cambio y lo estable, la supervivencia y la calma.
Se reconoce como un hombre de su tiempo, en el que la modernidad ha establecido unos parámetros que se han llevado por delante la espiritualidad y los mitos, y se ve en la necesidad de reconstruirse por dentro. Y eso es lo que nos ofrece en sus películas: una reflexión sobre la humanidad en tránsito que ha perdido la raíz y que busca encontrar sosiego en un espacio íntimo.
Siempre traza un camino a sus personajes. Los que atraviesan el Atlas marroquí con un cadáver a lomos de una mula para darle sagrada sepultura; los que llevan de vuelta a casa por la ondulada tierra gallega tras probar la oscuridad de la prisión; los que se abren sin límite en el desierto para encontrar esa aguja perdida que oprime el corazón.
Cuando Oliver se dio cuenta de que ya lo había estudiado (casi) todo y entendió que no sabía (casi) nada, dejó Europa, se instaló en el norte de África y se rodeó de chavales para ver la vida con los mejores ojos: los de la infancia desprejuiciada.
Con el lenguaje aprendido del cine, se puso delante y detrás de la cámara con ese grupo de capitanes y rodaron una película que encontraría el camino del Festival de Cannes para colarse en el hueco habilitado para los nuevos y más experimentadores, y obtuvo el primer reconocimiento. Un cine fresco, inspirador, útil, renovador. Se abrió para Oliver Laxe una puerta que resultaría crucial para entrar en el camino del cine con mayúsculas.
La danza del sufismo
Si le miras a los ojos y le oyes con tranquilidad, entenderás que este muchacho de larga melena, desafeitado y con mirada infinita está transitando los caminos del sufí.
“No cristiano, o judío, o musulmán; ni hindú, budista, sufista o zen. Ni una religión o sistema cultural. No soy del Este o del Oeste, no provengo del océano o arriba de la tierra, no natural, o etéreo, no compuesto de ningún elemento. No existo, no soy una entidad de este mundo o el otro, no descendí de Adán o Eva o ningún origen de la historia. Mi lugar es sin lugar, un rastro sin rastro. Ni alma ni cuerpo. Pertenezco al amado, he visto los dos mundos como uno mismo. Uno conozco, uno veo, uno busco, uno llamo, primero, último, externo, interno, solo ese ser humano que toma aliento para respirar”.
Oliver descubrió al poeta místico persa Rumi (1207-1273) y en su estela luminosa pretende caminar buscado con sus películas crear mensajes que nos hagan ver otra forma de transitar este mundo tan organizado, tan moderno, tan regulado, tan vistoso…y, generalmente, tan hueco, “secuestrado por un logos que ha secuestrado el mito”.
Sus cuatro años en el sur de Marruecos y el posterior peregrinaje por fronteras lejanas le sirvieron para limpiarse de los lugares comunes y empezar a abrazar otras formas de espiritualidad y de humanidad. De ahí nacerán, primero, ‘Mimosas‘ y, ahora, ‘Sirat‘, ambas ambientadas en ese mundo mineral, montañoso o desértico que despoja a quien lo transita de la memoria y le confronta con su propio ser. Así lo entendía también Paul Bowles.
Coloca Laxe a sus protagonistas siempre en marcha, siempre buscando una meta inasible por caminos donde la nada está cada vez más presente y donde la personalidad no puede utilizar sus coartadas para esconderse de los otros y de los sentimientos propios. El sufismo que le embriaga le convierte en un observador de la vida distante y tranquilo que, finalmente, nos ofrece una historia en imágenes para que, en su contemplación, vivamos la experiencia como algo interno y propio.
Sirat significa, como comentó profusamente el director en su estreno, “camino” o “sendero”. En el contexto del islam y según el Corán, también se refiere al “’puente sobre el infierno’ por el que las personas cruzarán en el Día del Juicio Final. Este puente es estrecho y peligroso, y solo los que siguen el camino de la verdad pueden cruzarlo con éxito”.
Tierra y fuego
Para llegar a esta gran producción, colmada por el éxito en Cannes, que le consagra ya como uno de los grandes de la historia del cine español, Oliver pisó primero tierra propia, la de sus ancestros. Buscó la raíz, la cuidó y batalló contra aquello que la acechaba, el peligro de las llamas. Desde el primer plano, su película ‘O que arde’ (2019) demuestra la capacidad del director para crear imágenes poderosas y enigmáticas, al tiempo que dotadas de un profundo significado. Una mano invisible nos arrebata lo más nuestro, la naturaleza, árboles cayendo a plomo víctimas de una fuerza invisible.
Asimiló Oliver, el gallego nacido en Francia, un concepto complejo que le venía de la sangre familiar, de los que se quedaron y de los que emigraron, del regreso a lo propio. El concepto extraño y complejo de “soberana sumisión”. En sus palabras: “A veces la esclavitud es el camino a la libertad”. Su mensaje, escrito y rodado en su Galicia, en su Lugo, el del hijo prodigo marcado que regresa a casa, no cayó en saco roto. Tuvo público, y el reconocimiento de los Premios Goya.
“El ser humano está esculpido por la naturaleza”, cree Oliver Laxe. La naturaleza inunda su cine, con la humanidad como protagonista secundaria en tránsito sobre un escenario que no le es propio, que no puede usar a su antojo. Así, aprenderemos que nuestra verdadera casa está dentro de nosotros, en nuestra alma. El cine de Oliver Laxe es el espejo mágico donde nos vemos, el que nos abre los ojos a la realidad que este mundo abigarrado y racional nos impide ver de verdad.
Danzad, danzad… e iluminaros

Incluido también en la práctica del sumi, el baile está muy presente en esta última película, y reconoce Laxe que “es una técnica que utilizamos para quitarnos las angustias”. Estamos ante un cine liberador, en el que la actual sociedad sin rumbo puede reconocerse, perderse y encontrarse. Oliver Laxe se busca –no hay duda– a sí mismo en esta road movie salpicada de reflexiones íntimas; y de paso marca un camino por donde transitar a los que quieren calmar su alma inquieta.
“Danzad, danzad, malditos” titularon, al traducirla, la película de Sydney Pollack del 69 (‘They Shoot Horses, Don’t They?‘, titulo original). “Bailad, bailad… y encontraros”, parece proponer este relato visualmente tan potente y espiritualmente conmovedor que nos ofrece ahora Oliver Laxe.
Resulta alentador que, entre tanta propuesta de entretenimiento comercial, aparezcan producciones de alto nivel, como esta ‘Sirat’, que hagan pensar y que conmuevan dando respuestas a los grandes dilemas de la humanidad tras la muerte de los dioses y a la búsqueda de un nuevo rumbo.
Si algunos ven en ‘Sirat ‘algo a lo ‘Mad Max’, otros verán pensamientos mayores como los encontrados en el nietzscheano ‘El caballo de Turín’ (2011), de Béla Tarr. Lo importante es que estamos ante un cineasta reflexivo con propuestas cinematográficas potentes que, de paso, han colocado de nuevo al cine producido en España en el camino de la excelencia. Oliver Laxe abre, pues, nuevos caminos en muchas direcciones. Sus geografías del alma nos revelan nuevos horizontes.

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