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Entrevista a Oliver Laxe
Director de ‘Sirat’
Reparto: Sergi López, Bruno Núñez, Jade Oukid, Richard Bellamyun, Stefania Gadda, Tonin Javier y Joshua Liam Herderson
114′, España, 2025
La carrera del director franco-español Oliver Laxe ha estado marcada, desde su comienzo, por el respaldo de los grandes festivales. Su primer trabajo largo, el documental ‘Todos vós sodes capitáns’ (2010), ganaría el premio Fipresci concedido por la crítica en la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes.
Con su segundo largo, ‘Mimosas’ (2016), ganaría el premio del jurado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, y la tercera, ‘O que arde’(2019), obtendría el mismo galardón en la sección ‘Una cierta mirada’ en Cannes, además de dos sonoros premios Goya.
Será también el festival francés el que lo ha aupado este año al podio de la industria tras su nominación en una sección oficial que le dio otra vez el premio del jurado con ‘Sirat’, la última pieza de su filmografía, recién estrenada en salas comerciales. Nada mal.
Hablar del cine de Laxe es hacerlo de una obra considerada forzosamente como inclasificable. Laxe trata siempre de escapar de la ortodoxia ofreciendo narraciones que si bien suelen empezar con una premisa argumental clara, según se va desarrollando, esta se va diluyendo por distintos caminos a fin de provocar en el espectador una sensación de desconcierto. De ese desconcierto, el realizador espera que surja una serie de emociones que den sentido final a la propuesta, tal y como nos comenta en esta entrevista.
‘Sirat’ cuenta la historia de Luis, un hombre de mediana edad que llega hasta un lugar recóndito al sur de Marruecos, donde se celebra una multitudinaria rave de música tecno. Acompañado por Esteban, su hijo pequeño, Luis busca a Mar, su hija mayor, después de perderle la pista tras otra de estas fiestas desenfrenadas.
Sus pesquisas se verán, sin embargo, interrumpidas cuando el ejército se presenta para disolver la concentración. En un descuido, Luis y Esteban logran zafarse de los militares y marchan tras un grupo de raveros que se dirigen a otra fiesta secreta en algún otra parte del país. Empieza, así, para Luis un viaje lisérgico acompañando a una desarrapada troupe de marginados sociales que lo conducirá a través del desierto, un paisaje inhóspito que pondrá a prueba todo aquello en lo que creía.

De las cuatro películas que conforman hasta ahora tu filmografía, tres se desarrollan en Marruecos. ¿Qué te une a ese espacio para que haya ocupado el grueso de tu cine hasta el momento?
Pues la verdad es que no sabría qué contestar. Marruecos es un paisaje herido, sobre todo el de la montaña, en el sur. Yo he vivido diez años allí y, no sé, hay algo límite, algo que me habla y que me hace mirar hacia dentro. Y luego, obviamente, también hay una cultura que siento muy cercana.
Yo siempre digo que hay una continuidad de valores entre España y Marruecos. Yo allí me siento como en mi casa. Pero que haya hecho mis pelis allí me parece también anecdótico. No es tanto que me fuera a hacer mis películas como que ha coincidido con que estaba viviendo allí. De hecho, ‘Sirat’ la empecé a escribir mientras estaba viviendo en Marruecos. Eso ha hecho que mi imaginario también esté volcado allí, de alguna forma.
Sobre ‘Sirat’ se ha querido destacar esa aparente querencia por describir la cultura de las raves y la música tecno. Pero, cuando la he visto, me ha parecido que la película está por encima de eso y que, en realidad, de lo que nos habla es de un grupo de personas que viven en el margen del sistema, algo que, por cierto, está en todo tu cine. ¿Qué te atrajo de ese mundo particular para dedicarle una película?
Bueno, San Francisco de Asís decía que la gracia está en los marginados, en los excluidos. Y, bueno, es verdad que, al final, son los temas que más me conmueven. [El poeta persa] Rumi decía que los corazones rotos eran los más bonitos porque dejan pasar luz a través de sus fisuras.
Y, bueno, primero, como digo, porque me conmueven más, pero, al mismo tiempo, me he acabado dando cuenta de que, en el fondo, ahí hay un juego de espejos. Que, al final, a lo mejor yo también soy un poco marginado o hay en mí algo que me acerca a ellos.
Si no me equivoco, es la primera vez que trabajas con un actor de cierto renombre, como es el caso de Sergi López, que interpreta a Luis, tu protagonista. ¿A qué se ha debido esta decisión?
Fue algo que vino por la complejidad de la película. Yo no parto de una idea previa de trabajar o no con actores, sino que cada película me va pidiendo cosas diferentes. Y esta tenía un personaje difícil con un arco dramático muy complejo. Luego, técnicamente, era una película complicada, con muchos efectos visuales y muchos personajes (hay siete personajes protagonistas).
En ese sentido, trabajar con actores sin experiencia implica una tensión extra y necesitaba tener a un aliado dentro de la imagen. Y Sergi es un buen actor, pero también es una gran artista, en general. Es alguien que me ha ayudado mucho desde dentro de la imagen, desde dentro de la puesta en escena. Ha sido muy generoso y he aprendido mucho con él. Estoy muy contento.
La otra parte del casting entiendo que no son actores profesionales. ¿Cómo ha sido ese maridaje? ¿Ha sido complicado combinar ambos tonos de interpretación?
No, ha sido muy natural porque Sergi es un actor que trabaja desde cierto naturalismo, es siempre él. Es un actor de quitarse máscaras y no de ponérselas, y en ese quitarse máscaras aparece una cierta vulnerabilidad que es similar a la de los otros actores. Detrás de la cámara hubo una complicidad muy fuerte. Sergi me hablaba todo el tiempo de lo mucho que ha aprendido con ellos, tanto como actor, como personalmente.

Si no me equivoco, esa parte del elenco pertenece a ese mismo mundo que describes en la película. En ese sentido, ¿qué aportaron, desde su experiencia, a sus personajes?
Yo siempre que conozco a los actores hago una especie de reescritura del guion en la que intento adaptar el personaje a la persona y poner también algo de ellos en la película. Luego, al mismo tiempo, intento ser riguroso con ese universo, con ese mundo.
Afortunadamente, después de las primeras lecturas de guion que hicimos con ellos me quedé bastante tranquilo porque vi que entendieron la intención con la que trabajé, con la que lo había escrito. Vieron rápidamente que conocía su mundo y que mi mirada era, sobre todo, de respeto.
Hay algo en la película que creo que está en todo tu cine y que tiene que ver con la aparición del azar. De repente, se producen una serie de situaciones dramáticas, disruptivas, inesperadas, que a veces rozan, incluso, lo absurdo. ¿Cuál es tu relación con el azar? ¿Por qué es tan importante en tu cine?
Bueno, mi relación con el azar es que no creo en el azar [risas]. Creo en el azaroso destino, que es muy distinto. Para mí no hay una hoja de ningún árbol que no se mueva sin una razón perfecta, milimétrica e inteligente. Al contrario, lo que creo que evoca mi cine es que las cosas tienen que ser porque tienen que ser, de alguna manera. Serán duras, pero también son benéficas.
Creo que es de eso de lo que va mi peli, de que la vida no te da lo que buscas, te da lo que necesitas y, a veces, lo que necesitas aparece bajo la forma de un bofetón que te agita la vida. Se expresa a través de la crisis, pero la crisis siempre es benéfica y, como decía, te hace mirar hacia dentro.
Esos momentos de crisis aparecen en la película como elementos fuertemente traumáticos, diría que desconcertantes. ¿Cómo te planteas, a la hora de trabajar tus guiones, la relación con el espectador? ¿No temías que, ante estas situaciones, se saliera de la película?
Sí, sí. Desde luego, me daba miedo. Mi intención es cuidar al espectador. Y he creído que, para cuidarle, tenía que hacerle vivir una experiencia fuerte, una experiencia existencial límite. Pero, efectivamente, también tenía miedo de que desconectara de la película.
Y creo que por eso estoy tan feliz, porque veo que el espectador siente que mi intención era de cuidados; que siente, a través del cine, a través de cómo retrato esos personajes, a través de los valores que están en la película, valores de cuidados, valores de familia. Esa fragilidad y ese amor que creo que está en las decisiones que yo tomo como cineasta y que están, tanto en la narrativa, como en la elección de las imágenes, de la música, etcétera.
Todo eso hace que, al final, el espectador salga removido, pero sabiendo que hay algo positivo en ello. El espectador no será muy consciente de esto, pero al final habrá un equilibrio.

Me has hablado de la importancia del paisaje, un elemento clave en tu cine. Tanto es así que siento que, en realidad, más que las propias tramas o los personajes, es ese paisaje el que justifica tus películas.
Sí, por eso te decía que no creo en el azar, porque en mi cine es la propia naturaleza la que se manifiesta. Para mí, la naturaleza está viva, no es solo un sitio o un marco bonito donde hago mis pelis, un decorado. Es un ser vivo que se expresa y que te pone pruebas, te reta y te hace crecer. La naturaleza te da quitando.
Es lo que pasa en el desierto: su manera de darte es quitándote, es exigiéndote. En un desierto, tú no te puedes esconder de nadie ni, sobre todo, te puedes esconder de ti mismo. Tienes que mirar al cielo, tienes que mirar dentro de ti, no te puedes escapar. Y eso es bueno. De hecho, por eso está tan ligado al desarrollo personal. El propio Jesús estuvo errando y creciendo en el desierto.
Ahora que me hablas de Jesús, con respecto a ‘Mimosas’, tu segundo largo, uno de los comentarios generales fue que, entre sus imágenes, parecía haber una especie de búsqueda de un algo trascendente o reflexivo, incluso religioso. ¿Encontramos algo de esa búsqueda en ‘Sirat’?
Sí. A ver, yo creo que, de alguna manera, lo que evoca esta película es que vivimos en un mundo mágico y encantado, que el ser humano y el planeta Tierra no es una roca perdida flotando en el universo. O sea, que este mundo o esta vida no se han creado de manera azarosa. No es un accidente, al contrario: detrás hay una inteligencia creativa que rige todo, así como hay normas que nos hacen bien y que nos hacen crecer.
Cuando se habla de religión, hay que tener en cuenta que la etimología de la palabra viene de religar, de unir. En ese sentido, creo que mi cine lo que recuerda es que lo que aparentemente está separado no lo está. Incluso en un padre que no tiene nada que ver con unos raveros, un padre anodino y mundano, cuando vamos al nivel de la herida, de la inocencia del niño herido, no encontramos tantas diferencias.
Es decir, que la humanidad somos una gran familia de niños heridos y que darnos cuenta de ello es el primer paso para trascendernos y ser libres, asumir nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad.
Has colaborado con el director de fotografía Mauro Herce en casi todas tus películas. Mauro tiene una película muy potente, ‘Dead slow ahead’, que, particularmente, me gustó mucho, con una gran fuerza visual. Me preguntaba cómo es trabajar con alguien con esa capacidad para construir imágenes tan poderosas. ¿Quién decide qué? ¿Cómo se fragua esa colaboración?
Bueno, él entra en el proyecto a pocos meses de rodar, así que el imaginario ya está ahí. Es decir, los paisajes, las localizaciones, etcétera, ya están decididos. Él, obviamente, opina sobre las localizaciones, pero los dos tenemos una sensibilidad bastante cercana. Es decir, que mis búsquedas y las suyas, nuestras ideas, suelen gustarnos a ambos; hablamos la misma lengua.
En ese sentido, yo estoy muy tranquilo. Además, los dos tenemos ya la suficiente madurez para querer siempre lo mejor para la película, con independencia de dónde surjan las ideas. No sé, somos un poco yonquis de la imagen, él y yo; como que las buscamos con fuerza.
‘Sirat’ es una película que mezcla muchos estilos. Algunas crónicas se han referido a ella recordando la saga de ‘Mad Max’, y es verdad que tiene algunos elementos, sobre todo en el planteamiento de ciertas secuencias de acción. Pero, mientras veía la película, pensaba también en el cine de aventuras clásico, incluso en el cine documental. Está todo mezclado, como si estuvieras constantemente buscando, haciendo chocar a veces distintas formas entre sí. ¿Cómo te planteaste esa mezcla visual?
Bueno, ese es otro de los riesgos que tiene mi película. A mí me gustan que las pelis sean un viaje que te agite, como decía, como una montaña rusa de emociones. Es otra de las cosas que las hacen arriesgadas. Tú, al espectador, le estás diciendo que lo vas a agarrar de la mano y lo vas a llevar por una dirección, como si lo tuvieras atado con un sedal, con un anzuelo.
Pero, luego, se trataría de cortar el sedal y pedirle al espectador que se abandone, que se deje llevar por el flujo de la película; y eso es un riesgo porque, a veces, el espectador está acostumbrado a que le lleven por un sitio más definido y claro. Ahí estaría el desafío.
‘Sirat’ es una película que no siempre cierra las tramas que plantea o que no las cierra muy claramente. Además, tu cine tiene un cierto gusto también por los finales abiertos y enigmáticos. Intentando no desvelar nada, ¿a dónde va ese tren final en el que se sube el personaje de Sergi?
Lo que yo creo es que el espectador puede sentir cosas. Lo que pasa es que tiene que tener seguridad en sí, en lo que ha sentido. Lo que él siente es la película. Para mí, la película tiene que trascender al autor. Obviamente, yo tengo mis intenciones, yo quiero decir cosas, lo que pasa es que confío en las imágenes y en el poder polisémico del cine.
Si yo pusiera mucho sentido, si pusiera mucha intención y lo hiciera todo muy claro, el efecto de las imágenes sería menor. Se quedaría en la cabeza, la gente entendería, pero ya está. Lo que yo quiero es que sientan cosas profundas y por eso el autor tiene que pararse a tiempo. Por eso yo prefiero no revelar mis intenciones para el final, sobre todo porque el espectador que haya sentido otra cosa se frustraría y diría: “Ah, no lo entendí bien”; y eso es erróneo.
Las películas no se entienden bien o mal, se sienten. Y ahí es donde hacen efecto, donde remueven. Ese tren final nos lleva a todos, a la humanidad, y que cada uno lo sienta a su manera. Lo que se nota es que los personajes están transformados, que no son los mismos, que todo lo que ha pasado tuvo que ser así.
