Nina Llorens

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Entrevista a la artista valenciana Nina Llorens Peters

Alterar textos, dejarse seducir por imágenes que el tiempo arrinconó, devolver miradas, mecer sutilmente vaivenes del pasado y contemporaneidad. Encuadrar a tijeretazos trozos de vida, intervenir escenarios donde azar y destino enredan sus hilos. Pegar, recomponer roturas y cicatrices, colorear memorias desvaídas, relatos que ya amarillean.

En los collages de la artista Nina Llorens Peters (València, 1967) la melancolía se rasga, el olvido se desgasta y el aire se agujerea mostrando recovecos por donde asoman silencios, esperas y complicidades. También, el desconcierto, la provocación y el humor desafían recuerdos y retan al tiempo hasta disipar su rigor. En un juego sosegado e incesante, la infancia se recrea en la ingenuidad, en la magia, en los malabares del asombro y en las referencias artísticas que la acarician desde niña, anclando íntimas cartografías a férreas coordenadas que la guían al ritmo que marcan experiencia, sensibilidad y talento.

Nina Llorens Peters. Collage
Collage de Nina Llorens Peters (2018). Imagen cortesía de la artista.

Hablemos de tus inicios, Nina. Tu formación estuvo relacionada con el diseño gráfico.

Sí, estudié ilustración y diseño en Londres en el Chelsea College of Art and Design. Acabé en 1990 y mi trayectoria laboral ha estado siempre vinculada al mundo editorial.

¿Cuándo comienzas a trabajar más el collage?

Desde niña hago collage, lleno cajas, colecciono imágenes y cachitos de papeles u objetos, dándoles una importancia imaginaria que permite jugar.

A menudo, he utilizado el collage como recurso de ilustración y experimentación, pero empecé a hacerlo más libremente hacia 2016. Me había cansado un poco del diseño gráfico, de las pantallas, y empecé a manipular papeles, a disfrutar del tacto; fue una especie de desahogo después de muchos años de trabajar con ordenador.

Echaba de menos tocar el material y saber que no va a cambiar en el proceso –como ocurre a menudo con la impresión–. Recurrí al collage porque era algo que había hecho previamente, tenía material y es algo muy directo. En esa época, un cachorro que teníamos se comió un libro, una novela [risas]. Me supo muy mal e intenté recomponerla y, así, comencé a experimentar con páginas de texto corrido. Siempre he coleccionado cosas, todo tipo de material impreso: desde revistas, postales o libros hasta el papel plateado del chocolate. Tener material te predispone a hacer.

‘Movin Collage’ de Nina Llorens Peters. Imagen cortesía de la artista.

Tus collages analógicos se reinterpretan con el movimiento digital en tus ‘Moving Collage’. ¿Sigues trabajando en ellos?

Sí, de hecho, ¡hace poco se vendió uno como NFT!

Darle movimiento a los collages surgió por mi indecisión a la hora de pegar los elementos de la composición; en el proceso hago muchas fotos con diferentes composiciones y uniendo esas fotos a modo de stop motion se crean reinterpretaciones del collage analógico ya finalizado. No los hago siempre, pero las pequeñas animaciones acercan el mundo analógico y el digital, tanto para mostrar en plataformas tipo Instagram como para coleccionar en forma de NFT.

Cada vez que se ha vendido un collage que tuviera también una animación he querido que el comprador tuviera, igualmente, la animación correspondiente; y se las he enviado aunque fuese solo para mirar en el teléfono (supongo que ese es el objetivo que tienen los NFT).

Te interesa mucho alterar, distorsionar el sentido de textos, letras, tipografías…

Sí, no sé por qué, es como un juego visual, una búsqueda más allá de lo evidente. En el caso de los textos alterados, lo que me parece interesante es que a simple vista parecen páginas corrientes de una novela –cosa que siguen siendo–, pero si te acercas no se pueden leer; han perdido su sentido original. Quería manipular esa tipografía para crear patrones visuales con el mismo texto. Yo soy disléxica y estos patrones sobre las páginas de texto simulan bastante bien lo que ocurre con la vista cuando intentas centrarte en la lectura.

En el caso de las fotos, tiene también algo que ver con lo que me transmite la imagen original, pero también busco intervenir visualmente. En el caso de los ‘Dantescos’, por ejemplo, busco incorporar elementos de ilustración (sacadas de una edición de ‘La divina comedia’ de Dante) totalmente inverosímil, pero que se integran tanto en la foto original que, a simple vista, parecen fotos inalteradas. Es un poco el mismo recurso visual que en los textos alterados. A primera vista, parecen una cosa algo aburrida, pero si te acercas y te fijas, hay sorpresa.

Sin embargo, en las que agrupo como ‘Conversaciones’ incorporo tipografía rasgadas e ilegibles a fotos –que carecen de interés estético–, interviniendo, así, con un elemento que cobra protagonismo como elemento principal tapando a medias la imagen original.

Uno de los textos alterados de Nina Llorens Peters. Imagen cortesía de la artista.

¿Recuerdas cuándo comienza en ti la conciencia, la percepción, de ejercer un trabajo artístico?

No lo sé, cuando te sumerges en un trabajo siempre es difícil saber su porvenir porque, en ese momento, estás tan metido que no lo puedes medir con perspectiva. Con los textos alterados no sabía a dónde iba a llegar, pero sentí que lo que hacía tenía interés visual o estético y muchas vías de experimentación.

¿Y desde entonces no has dejado de expresarte a través de tus obras?

No, no he dejado de trabajar. Intento siempre buscar un rato para el collage. Tengo mucho material y es una constante tentación.

Tus padres, Tomás Llorens y Ana Peters, han sido dos referencias en el mundo del arte. ¿Cómo marca convivir con esas influencias tan potentes?

El arte nos ha acompañado en casa toda la vida, nos criamos entre catálogos de arte, libros y cuadros. Mi madre siempre tuvo un estudio en casa y, cuando empecé a interesarme por el arte, me hizo un hueco. En esos momentos, ella también hacía collage. Por supuesto que marca mucho, ambos eran exigentes a nivel estético. Es inevitable.

¿Conoció tu madre tus collages?

Sí, en mi época de estudiante hice muchos, con monocromos propios como materia prima, que a ella le gustaban. Siempre me animó a hacer collage o cualquier otra actividad creativa. Me hubiera gustado que pudiera conocer lo que hago ahora, compartirlo con ella e, incluso, hacer collage juntas.

Vives y trabajas en Dénia. Háblanos de cómo ves la escena cultural allí y de cómo es tu relación con el mundo de las galerías de arte.

En La Marina hay mucho movimiento de artistas, muchos esfuerzos personales y buenas iniciativas por parte de escuelas, colectivos y festivales, pero lo cierto es que, si ya el arte es complicado, en las grandes ciudades, en lugares más pequeños –y enfocados al turismo de veraneo y playa– es mucho más difícil.

En el ámbito institucional existen buenos espacios, con buenos expertos a su cargo, aunque imagino que se ven sujetos a los cambios políticos. Pocas galerías permanecen. Personalmente, he expuesto en la Galería Isabel Bilbao –una de las históricas, situada en Jávea, dentro del marco del Festival Ojos Rojos–. No he tenido más experiencias con galerías.

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¿Qué exposiciones destacarías de todas las que has realizado?

Destacaría la de Dénia en el centro L’Estació, en mayo de 2021, porque la visitó mucha gente. En el espacio pude hacer una distribución coherente de la obra mezclando diferentes series con otros elementos como cajas de cerillas con collage, libros intervenidos y cuadernos.

Es una sala municipal, se pide turno con dos años de antelación. Para cuando programaron mi exposición, yo tenía mucha obra acumulada e hice una selección a modo de miniretrospectiva de los últimos cuatro años.

Empezaba por los textos alterados, luego colgué los retratos de marco viejo, agrupé algunas de las piezas de figuras circenses y, por último, las fotos intervenidas sin dueño. Además, coloqué algunos códigos QR junto a los collage que tienen una animación para que el visitante tuviera acceso a la animación a través de su teléfono móvil. Se editó un catálogo en PDF e hice también un montón de visitas guiadas para gente de diversos grupos.

Otra exposición de la que guardo muy buen recuerdo fue la primera que hice en Madrid, en 2018, en la que solo mostré los textos alterados. Fue en un espacio de arte que está en Lavapiés llamado Habitar la línea: hacen exposiciones en el mismo taller cada equis tiempo. El espacio es muy bonito y el ambiente de gente con interés y sensibilidad artística. Fue una experiencia muy buena en todos los sentidos y, además, ¡se vendieron 5 obras!

En estos momentos, elaboras tus collages a partir de estas fotos antiguas compradas en rastros y mercadillos.

Sí, bueno, el collage siempre está sujeto al material disponible, ya sean periódicos, revistas, fotos, cartas… Cualquier imagen o texto impreso es susceptible de ser intervenido o incorporado a una obra [risas]. Las fotos viejas –encontradas o sin dueño– me atraen como testigo de una vida que nadie conoce, y me gusta mucho la calidad de los papeles y de la impresión, sus brillos, sus reflejos… El revelado analógico añade ciertos matices que la impresión digital nunca puede ofrecer.

Hacer una intervención coherente a nivel estético, sin que el objeto intervenido se vea alterado hasta el punto de perder su espiritualidad, es para mí un reto.

De alguna manera, devuelves la vida a esas fotos anónimas, olvidadas. ¿Cómo suele ser tu método de trabajo? ¿Eres ordenada o reina el caos en tu estudio?

Suelo trabajar en varias piezas a la vez. Cada una me pide intervenirla de forma distinta, voy buscando los materiales teniendo en cuenta lo que me resulta interesante en cada foto. Las tengo por ahí, las manipulo todo el rato, toco sin parar los materiales. Como buena collagista, creo que mantengo el material bastante ordenado.

Clasificar y ordenar es parte de la labor, por supuesto; coleccionar, ordenar y archivar el material y saber dónde lo tienes, porque, si no, es un poco desesperante [risas]. Pero la realidad es que el orden es algo que aparece y desaparece según el momento de creación.

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¿Qué referencias reconoces que te han marcado a la hora de abordar tu trabajo?

Primero y fundamental es William Morris y su forma de valorar la belleza. Tuve un deslumbramiento adolescente con los vanguardistas rusos y la actividad de la Bauhaus, sus experimentos tipográficos y con el collage, por supuesto. He estado enamorada de la obra de Calder desde muy pequeña; admiro a Chillida tanto en escultura como en sus papeles; Sonia Dalaunay; Paul Klee; y no puedo dejar de mencionar a Julio González, cuya obra me deja casi sin aliento.

Pero también he descubierto que hay unos grandes círculos de collage, asociaciones, incluso redes de collage postal, por el mundo, a los que sigo en redes y me parece que hacen cosas muy interesantes, como pueden ser @cutout.festival –un festival dedicado al collage (celebrado en Ucrania)– o los colectivos @edinburghcollagecollective, @pariscollagecollective y @contemporarycollagemagazine, por mencionar algunos.

¿Llevas a tu terreno profesional de diseñadora gráfica tu fascinación por el mundo del collage?

No directamente, es otra forma de trabajar. Sin embargo, recientemente hice una portada de CD ‘Color de flores’; en este caso sí que partir de un collage analógico, hecho a propósito, que luego manipulé con Photoshop para aplicarlo a la portada. Pero tal vez aquello que sí que traspasa la técnica, la manera de mirar, eso siempre asoma en mis diseños, claro, y hasta en mi expresión lingüística, por supuesto [risas].

Tu vinculación con el Festival Ojos Rojos es muy estrecha. En la pasada edición se programó una exposición tuya en la Galería Isabel Bilbao y se celebró también una mesa redonda alrededor de tu obra. Háblanos de estas experiencias.

A Mili [Sánchez] y a Cristina [de María Tomé], responsables del Festival Ojos Rojos [junto a Mike Steel], las conocí hace años como artistas, en el colectivo de artistas de La Marina Alta que he comentado anteriormente; colaboramos en muchas iniciativas juntas. Me invitaron a participar como artista que trabaja con la fotografía intervenida, realicé una exposición e intervine en una mesa redonda programada para abordar este tema.

En la Galería Isabel Bilbao expuse varias series de lo último que había hecho con fotos. Se llamó ‘Biblioteca de almas’. El título está inspirado en Ramón Gómez de la Serna: cuando lo leí me pareció que estaba hablando de mi pequeña colección de fotos alteradas.