Mother!, de Darren Aronofsky
Intérpretes: Jennifer Lawrence (She, Mother) Javier Bardem (Him), Michelle Pfeiffer (Woman), Ed Harris (Man)
Terror. EEUU. 2017
‘Mother!’, la última película de Darren Aronofsky, es un grito, tal y como la exclamación del título expresa, de una emoción… desgarradora. El horror y el sufrimiento impregnan no sólo la historia -desde sus personajes hasta sus escenarios-, sino también las imágenes. Nada, ni nadie -incluyendo a los espectadores-, queda inmune a la devastadora locura que habita ‘Mother!’
Una devastadora locura que emana de forma sangrante de la casa familiar -único escenario de la película-, donde la mujer reina como una diosa. O porque la mujer reina como una diosa en la casa familiar, ésta se desangra hasta la destrucción más siniestra.
La casa paraíso
Los protagonistas de esta espeluznante historia no tienen nombres. Sólo son “ella, la madre” -Jennifer Lawrence- y “él” -Javier Bardem-. No necesitan ser nombrados, diferenciados como sujetos, para vivir en esa casa familiar que debe ser un paraíso para satisfacer el deseo de “ella”. Un paraíso sin diferencia, sin falta ni carencia -“yo soy yo. Y soy tú. Y tú eres yo”, palabras de “él” al final de la película-.
Una casa convertida en paraíso donde reina una diosa: “ella, la madre”. “Mi diosa”, tal y como “él” la nombra a “ella”. “Él” venera a esta diosa de la creación, de la tierra, de la vida. Todo renace con su presencia: la vida, al igual que la casa, resurge de las cenizas; la inspiración poética, el hijo. Todo el sentido de la vida está en ella. Toda ella es pulsión, energía interna, de vida.
El horror de la diosa
Una veneración extenuante, por enloquecida. Tan enloquecida que cegará la otra verdad que palpita en las entrañas de esta diosa: el horror de la violencia, de la pulsión de muerte.
Un horror que ella siente tanto en sus entrañas, como en las entrañas de esa casa que con tanto ahínco intenta reconstruir. Un horror que la desestabiliza hasta el desfallecimiento, hasta el delirio alucinatorio de ver una masa amorfa invadiendo su cuerpo, y grietas sangrantes en la pared y en el suelo de ese hogar. Un horror que intenta acallar con ansiolíticos y con la tenacidad obsesiva de cerrar esa casa a la penetración de cualquier intruso.
“Ella” la diosa de la vida, de la creación, se siente habitada por lo real de la muerte. Vida y muerte, eros y tánatos se fusionan, conviven en el cuerpo de esa diosa y en el interior de la casa. De ahí el apoteósico y apocalíptico final de la película. Darren Aronofsky presenta simultáneamente el nacimiento del hijo y la penetración invasiva y destructora de toda la barbarie humana en esa casa.
Nadie, y más concretamente “él”, el padre, es capaz de encauzar la pulsión de muerte que habita en “ella”. Impotente, queda abrasado por una loca veneración a una diosa que reclama total identificación -“Yo soy yo. Y soy tú”- y sacrificios para perpetuar el círculo centrípeto de la vida y de la muerte.
Begoña Siles
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