#MAKMALibros
‘No había costumbre. Crónica de la muerte de Franco’ (Ed. Ladera Norte)
Miguel Ángel Aguilar
En conversación con Pablo Salazar y Luis Trigo
Casino de Agricultura
Comedias 12, València
Fue procesado por el Tribunal de Orden Público en febrero de 1967 y en otras ocho ocasiones por los tribunales penales y también por la Jurisdicción Militar al menos en otras dos: “Siempre por el empeño en la defensa de las libertades”, dice el propio Miguel Ángel Aguilar en la coda del libro ‘No había costumbre. Crónica de la muerte de Franco’ (editorial Ladera Norte), que presentó la semana pasada en el Casino de Agricultura de València, en conversación con el periodista Pablo Salazar y Luis Trigo, presidente de la Fundación El Secreto de la Filantropía, organizadora del acto.
Cuando murió Franco, Aguilar tenía causas judiciales abiertas que siguieron activas hasta bien entrados los años ochenta. “Estas páginas”, subraya el autor del ensayo, “son un intento de recordar a las nuevas generaciones de dónde venimos, para que no den por garantizado lo que costó tanto conseguir”. Es, claro está, de los que niegan que la Transición fuera un pacto de cobardes y una traición, cuando tantos pasaron por la cárcel y arriesgaron su vida por alcanzar la democracia.
Para quienes desprecian su logro, por entender que dicha Transición fue una simple transmisión de los mismos poderes franquistas disfrazados de piel de cordero demócrata, Aguilar lanzó una primera advertencia: “Las libertades están sometidas a la erosión. Son oxidables como los metales. Es necesario que estemos vigilando para que las libertades mantengan su plena vigencia, porque se están viniendo abajo permanentemente”.
“Pensemos –añadió– en esa gente que carece de vértigo y que empieza a pintar la Torre Eiffel desde arriba y, cuando llega abajo, tiene que volver otra vez arriba para pintarla de nuevo. Bueno, pues la corrosión ataca a la Torre Eiffel del mismo modo que ataca a las libertades. No se alcanzan de una vez para siempre, están sometidas a los agentes de la corrosión”.

Por eso cuando Pablo Salazar le recordó que hacía 30 años, Felipe González, Alfonso Guerra o un periodista como él, eran vistos por la gente, llamémosla conservadora, casi como unos demonios, y ahora, los llamémoslos progresistas, les recriminan haberse hecho de derechas, Aguilar se ajustó en su asiento para exclamar: “Sí, nos están arrojando a la fachosfera, pero no nos vamos a dejar”.
Y añadió: “Ha llegado el momento de decir: “Pero qué me estás contando, pero quién eres tú». Porque hay gente a la que le pregunto: ¿Dónde estabas cuando a mí me procesó el Tribunal de Orden Público en 1967? Todavía hay quien tiene la caradura de decir: «¿Te acuerdas cuando la asociación de la prensa pedíamos la amnistía?” “Sí, claro que me acuerdo, pero tú no estabas. Tú estabas del otro lado azuzando para que nos cerraran el periódico”. Por ejemplo. O sea, que no nos vamos a dejar arrinconar por estos antifranquistas póstumos”.
Para recordar a esos “antifranquistas póstumos” cómo fue el último tramo del franquismo y, de paso, a todos cuantos tienden a realizar una suerte de siniestra caricatura del régimen, Aguilar repasa en ‘No había costumbre’ algunos de los sucesos más notables de aquel momento histórico.
Y, así, comenzó diciendo que Franco en su testamento habló del famoso atado y bien atado, “pero no estaba todo atado y bien atado: el régimen tenía algunos tabús y, uno ellos, que Franco era inmortal. Por eso no se podía hablar de la muerte de Franco, y por eso el título del libro: ‘No había costumbre’. Pero hubo un momento en que aparecieron algunos signos de debilidad y entonces empezó a instalarse la idea de que tal vez Franco era hombre, dándose paso al silogismo: todo hombre es mortal, Franco es hombre, luego Franco es mortal”.
A partir de la constatación de su ser mortal, es cuando empezó a surgir la pregunta: ¿Y después de Franco qué? La respuesta de franquistas moderados como Jesús Fueyo, director del Instituto de Estudios Políticos, citado por Aguilar, fue: «Después de Franco, las instituciones».
Lo único que pasaba, señaló el autor del libro, “es que el primero que no creía en las instituciones era Franco, quien sentenció: «Después, todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro ejército». O sea, que Franco, para después, había elegido a las fuerzas armadas, a lo que él llamaba nuestro ejército como garante de la perennidad del régimen”.
Y, en esa situación, el 20 de noviembre de 1975 muere Franco, produciéndose dos días después la proclamación del rey Juan Carlos. “A la proclamación del rey, en la que yo estuve presente en la tribuna de prensa en el Congreso de las Cortes, ¿quién acudió? Gente relevante que viniera, digamos, a auspiciar el futuro de España y a apoyar al nuevo jefe del estado, había poca y, entre ella, Pinochet. Y luego había alguno de Arabia Saudí, de Mauritania. Todo aquello era muy lúgubre. ¿Por qué no vienen otras personalidades? Porque eso apestaba a franquismo”.
Entonces, Aguilar lanzó la pregunta de qué quería el rey: “Pues que la monarquía fuera una monarquía como las de alrededor, pero las del norte del Mediterráneo, no las del sur. No quería una monarquía como la de Mohamed VI”.
Y prosiguió en su cuestionamiento: “¿De quién es entonces el mérito de que las Cortes franquistas en el año 76 voten la ley de reforma política, que es lo que se considera el principio de la Transición y lo que abre las puertas a la legalización de partidos, como el Partido Comunista, entre otros, y a las primeras elecciones democráticas? Es un mérito del rey Juan Carlos y de los actores políticos, aunque hay, sin duda, una suma de causas”.
En este sentido, Aguilar atribuye “mérito decisivo” a Juan Carlos, “aunque luego podemos abrir un turno para denostarle, pero una cosa que para mí es indudable es que el rey Juan Carlos consigue, y no era nada fácil, el cambio de lealtad de las Fuerzas Armadas del franquismo hacia la democracia”.
“Los militares, los oficiales de las Fuerzas Armadas, habían sido educados durante 40 años, desde el 39 en adelante, en la adhesión inquebrantable al jefe del Estado que era Franco. Por eso digo que no era nada sencillo dar la vuelta a la situación y que toda esta gente acabe prestando su lealtad a la democracia”, apostilló.

También puso en contexto ese tramo final del franquismo con nuestra vecina Portugal. “La “revolución de los claveles” produjo pánico, porque en Portugal teníamos una dictadura anterior a la española: la dictadura salazarista del año 33. Los militares portugueses, como los españoles, habían sido educados y formados en la lección inquebrantable al salazarismo”.
Esa revolución, al otro lado de la raya portuguesa, genera miedo en el seno del régimen franquista: “¿Qué va a pasar aquí? ¿Y si los militares nuestros hacen lo mismo? Un movimiento incipiente es el de la Unión Militar Democrática (UMD), que, si hubiera triunfado, la democracia española hubiera contraído una deuda con las fuerzas armadas, como la que contrajo Portugal con las suyas y que la pagó muy cara”, explicó Aguilar.
En nuestro caso, apunta el periodista, la deuda es al revés: “Son las fuerzas armadas las que tienen una deuda con la democracia española. La UMD produjo una escisión en el franquismo. A partir de ahí, están los que se encierran en el búnker para defenderse como sea y a costa de lo que sea, y otro sector, un poco más evolucionado e inteligente, que lo que intenta y lo que promueve es la democracia. Entonces, los sectores más evolucionados hacen ese movimiento de entenderse con la gente de la oposición y por ahí vino ese consenso del 75”.
Otro factor de la época se sitúa en el Sáhara y la ‘Marcha Verde’: “Ahí, es evidente que Hassan II se aprovechó de la debilidad del régimen, montando una operación, es decir, una ocupación civil, con 350.000 militares marroquíes que llegan a entrar en el territorio español del Sáhara, aprovechándose de esa agonía del régimen. Operación que, con los años, se está viendo que le ha salido muy rentable”.
Aguilar destacó la diferencia entre Marruecos y España a la hora de valorar el momento por el que atravesaban ambos países y la estrategia a seguir. “Hassan II sabía al minuto cómo evolucionaba la enfermedad de Franco y cuál era el momento de lanzar esa ‘Marcha Verde’, y cómo nosotros, al revés, no sabíamos nada de la enfermedad de Mohamed VI; estábamos en Belén con los pastores. No nos enteramos de nada y esta gente, de un país más pobre, lo sabían todo en ese preciso instante”.

Fue entonces cuando el director del periódico en el que trabajaba le dijo: «Vete a Marbella que es donde veranea el régimen», y donde, por tanto, podía enterarse de las cosas que pasaban. “Y me fui a Marbella, donde escribí una crónica que se tituló ‘Nadie quiere morir por el Sáhara’, y que empezaba diciendo, en palabras, de Kissinger: “El Sáhara para Marruecos”. Y lo que pasa es que primero la hicimos provincia española y luego les hemos abandonado como perros”.
Preguntado por la censura contra el periodismo durante el régimen franquista, Aguilar apuntó diversos ejemplos: “Cuando teníamos una noticia que considerábamos valiosa procurábamos publicarla de la manera más escondida posible, porque si la publicábamos de manera destacada, lo más probable es que se la cargara la censura”.
“Segundo –prosiguió–, si considerábamos que la noticia había que salvarla, renunciábamos a una cosa que los periodistas no suelen renunciar nunca, que es a tener la exclusiva: preferíamos dársela a otros colegas, porque cuantos más periódicos la publicaran, menor era el riesgo que se corría. Cuando de todas maneras eso no salía, entonces acudíamos a la prensa extranjera para que lo publicara y así, luego, intentar recoger la noticia de la prensa extranjera”.
Aguilar incidió luego en el último parte de guerra del 1 de abril de 1939, “que todos tenemos memorizado”, en el que se dice: “Cautivo y desarmado el ejército rojo…” “Bueno, pues el ejército rojo yo no lo vi por aquí. Yo vi al ejército popular de la República y vi al ejército sublevado de Franco, pero al ejército rojo no lo vi”.

Después recordó cómo terminaba ese mismo parte de guerra, con una frase adicional que proclamaba: «La guerra ha terminado», que para Aguilar encierra esta otra lectura: “La guerra había terminado, pero no empezaría la paz, sino la victoria de los nacionales. Para que empiece la paz, hay que esperar a la Constitución de 1978”.
Trayendo a colación una frase de su amigo Arturo Soria –promotor cultural y editor– Franco vivió de dos cosas: “Del prestigio del terror, que luego se va modulando porque no se fusila con tanto frenesí en los años 50 o 60, que en los 40, y del motor de explosión, que fue un gran invento y que tiene que ver con el desarrollo técnico, del cual se enorgulleció Franco, que al llegar en cierta ocasión a Ciudad Real proclamó: «El número de tractores se ha multiplicado”. ¡Nos ha jorobado! ¡Y si se remonta usted un poquito más atrás, se ha multiplicado por infinito porque no había tractores, porque no se había descubierto el motor de explosión!”, ironizó el autor de ‘No había costumbre’.
Por otro lado, también vivió Franco de su arrogancia y deseo de poder: “Él establece la victoria, que se cuenta por años triunfales. Y la victoria consiste en que Franco es el de la España una, grande y libre; el de Menéndez Pelayo; el de Covadonga; el de Roncesvalles; el de las Navas de Tolosa. Ese es Franco”.
“Y en el otro lado –añade Aguilar–, ¿quiénes son los vencidos? Este es el problema, que los vencidos no eran senegaleses, nigerianos, saudíes, mauritanos: los vencidos eran españoles a los que se privaba de tal condición. Los vencidos eran la anti España”.
Y concluye Miguel Ángel Aguilar: “Entonces, entre España y la anti España, el muro. Eso me parece absolutamente letal. Y el intento de volver a establecer un muro que separe a los españoles, me parece realmente peligroso y nos puede conducir una vez más al desastre”.
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