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‘Nueve nombres’, de María Huertas
Editorial Temporal

En marzo de 1974, llegaron al Hospital Psiquiátrico de Bétera más de doscientas mujeres procedentes del Manicomio de Jesús de Valencia, donde muchas de ellas habían padecido durante décadas un infierno manicomial. Casi medio siglo después, la psiquiatra María Huertas, una de los profesionales que trataron a parte de ellas, relata en  ‘Nueve nombres’ (Temporal) la transformación que experimentaron tras escapar de los métodos oscurantistas y crueles de la psiquiatría imperante aquellos años.

Con nombres supuestos, Huertas cuenta la historia de una monja ingresada por tener delirios místico eróticos,  la de una viuda que sufrió una depresión y fue ingresada por su familia, la de una prostituta acusada de pedofilia por explotar a sus hijas y nieta…, y así hasta nueve relatos muy diversos.

Son la punta del icéberg. Pequeñas muestras de un inmenso horror sumergido, invisible, causado por terapias erróneas y abusivas, junto a una misoginia inherente al sistema. Muchas de esas pacientes no sufrían realmente trastornos mentales graves, sin embargo, habían sido apartadas de la sociedad por  circunstancias relacionadas con un concepto estereotipado y retrógado de su género.

En solo 132 páginas, ‘Nueve nombres’ reúne los testimonios de un puñado de mujeres despojadas de su identidad, de su pasado y de sus derechos básicos, que gracias a la antipsiquiatría pudieron retomar el rumbo y el control de sus vidas.

María Huertas

¿Por qué nueve historias en concreto?

Escribí trece o catorce pero cuando surgió la publicación del libro, elegí las que consideraba más completas. Curiosamente, el nueve es mi número. Mi objetivo era visibilizar a estas mujeres estigmatizadas y encerradas por la institución y por la historia. Con ellas intento dar voz a otras muchas que me hicieron admirar y aprender de su capacidad de resiliencia y empoderamiento.

¿Esa selección de casos refleja la serie de patrones más comunes?

Pienso que refleja gran parte de los motivos de internamiento. Algunas sí tenían una enfermedad mental, pero otras no. Fueron circunstancias como la pobreza, la transgresión de los patrones estereotipados de genero, o el ser victimas de malos tratos, las que les llevaron al encierro. Desde luego, en ninguno de los casos estaba justificada una reclusión manicomial de décadas y el aislamiento social que sufrieron.

La recuperación de gran parte de las mujeres pone en evidencia la capacidad del cerebro para reciclarse o resetearse como se diría ahora.

La naturaleza es sabia e incluso en condiciones extremas de maltrato o de crisis encuentra resquicios de supervivencia y de recuperación. La escucha empatica, la validación de su palabra, de sus historias, sus deseos y necesidades fueron cuestiones básicas para que estas mujeres volvieran a confiar en los demás, en la sociedad a través de sus terapeutas, y avanzar para recuperar sus proyectos de vida.

Háblanos del equipo que hizo posible esa revolución psiquiátrica desde dentro.

Era un equipo joven. Profesionales recién licenciadas o graduadas, inconformes con la sociedad represora de entonces, que nos encontramos con una realidad terrible que poco tenía que ver con la psiquiatría que habíamos estudiado. Nos adherimos a la filosofía antipsiquiátrica, en plena eclosión en los países europeos, que nos aportaba saberes y recursos para cambiar el tratamiento represor y carcelario de la institución manicomial.

Contraportada del libro ‘Nueve nombres’, de María Huertas.

¿Tuvistéis apoyo institucional para llevar a cabo vuestra tarea?

No, pero nos aprovechamos de la política de ‘dejar hacer’ que mantuvo al principio la Diputación de Valencia. Cuando el cambio se hizo patente, se plantearon medidas coercitivas, se expedientaron a algunos profesionales, se ordenó el cierre del muro de Betera y situaron guardianes en las puertas, entre otras medidas. Curiosamente, a la sazón, las protestas tenían fruto inmediato y las nuestras, a base de manifestaciones, marchas y encierros en la Diputación cosecharon resultados positivos.

Ha pasado casi medio siglo desde el momento que describes. ¿Qué ha mejorado y empeorado en el tema de la Salud Mental?

Ha cambiado totalmente en cuanto a estructura de atención. Existen en todas las comarcas equipos de salud mental comunitarios, y cuando una persona está en situación critica se la ingresa durante un corto periodo de tiempo. En teoría los equipos de salud son multidisciplinares pero en la realidad nunca se implementaron y siempre han sido deficitarios. Las salas de hospitales no reúnen las condiciones de infraestructura y personal adecuados, se abusa de la medicación y todavía se usan medidas de sujección. Además, de manera subrepticia, continúan existiendo centros de internamiento prolongado, los CEEM (Centros específicos de enfermos mentales), de gestión privada, en los que son ingresadas personas durante muchos años, incluso de por vida aislándolas de sus relaciones y de su comunidad.

¿Cuál es tu diagnóstico para esta sociedad a la que  parece que se le ha arrebatado la esperanza de aspirar a un mundo mejor?

No tengo diagnóstico. Pero pienso que las personas y sobre todo los colectivos deberían recuperar la ilusión y la esperanza de cambio, ya que solo los movimientos sociales razonables y entusiastas pueden hacer crítica de las condiciones estructurales opresivas y cambiar las cosas. Los avances no son algo que se logra y se mantiene solo, la participación y la presión de los ciudadanos, debe ser continua. Actualmente, existen movimientos ‘en primera persona’ de usuarios de salud mental que se pronuncian respecto a la falta de recursos, o a los tratamientos represivos e inadecuados que reciben, y plantean una mejor forma de asistencia.

La autora María Huertas.