Manu Blázquez

#MAKMAEntrevistas | Manu Blázquez
‘Pas de deux’, Premio Alfons Roig 2020 de la Diputación
de València
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museu 2, València
Hasta el 19 de septiembre de 2021

“Cuanto más sentimental es la situación, mayor frialdad se necesita a la hora de escribir; de ese modo el resultado es más conmovedor”, señaló en cierto momento Antón Chéjov. Si sustituimos la escritura por la pintura, estaríamos cerca de la obra de Manu Blázquez, para quien la estructura, lejos de impedir sumergirnos en el fondo de pasión que se intuye bajo su taxonomía gráfica, es el medio privilegiado para sentir lo que nos conmueve inscrito en la superficie de las cosas.

“Es como seguir la intuición de algo mágico que hay debajo de las imágenes”, dice el propio artista, quien ha desarrollado en ‘Pas de deux’ su proyecto ganador del Premio Alfons Roig 2020 de la Diputación de València, ahora expuesto en el Centre del Carme. La contención en su obra, ligada al sufrimiento y la satisfacción, marida también con la música (“siento un ritmo en todo lo que hago”) y, a pesar de su trabajo metódico, igualmente con la belleza, que dice estar buscando siempre por vías sistemáticas que lo guían.  

Vista parcial de la exposición ‘Pas de deux’, de Manu Blázquez, en el Centre del Carme.

Elena Asins, una de las grandes precursoras del arte conceptual en España, sentía una gran atracción por la estructura de las cosas, por alcanzar a descubrir su esencia. En tu caso, ¿de dónde procede ese mismo atractivo por las estructuras que se observa en tu obra, ahora mismo presente en la exposición ‘Pas de deux’?

Siempre me ha interesado ir al origen de lo que son las cosas, al origen de la imagen, y siempre he pensado que debajo de cada superficie hay algo que lo sostiene. Mi trabajo consiste en descubrirlo, analizarlo y mostrarlo como superficie. Y eso está no solo en mi trabajo visual, sino en mi manera de vivir las cosas. Es como seguir la intuición de algo mágico que hay debajo de las imágenes.

El filósofo Ludwig Wittgenstein decía que los límites de mi lenguaje son los límites del mundo. ¿Tú lo que haces es poner en cuestión esos límites, analizarlos, para agrandar la percepción de las cosas que componen el mundo?

Sí, por supuesto, no podría trabajar sin esos límites, en este caso los que me dan los medios con los que trabajo, como son la pintura, el dibujo o el grabado, sin los cuales no podría establecer unas líneas guía. Desde luego, comparto esa idea de Wittgenstein o, por lo menos, la he sentido en muchos momentos de mi vida y de mi trabajo. Creo que va por ahí la cosa.

Manu Blázquez, en su exposición ‘Pas de deux’. Fotografía: Juan R. Peiró.

¿Ampliar esos límites del lenguaje es una de las condiciones para todo aquél que se considera artista?

El arte debería ampliar el conocimiento de la realidad en la que vivimos. Tanto es así que, volviendo al tema del lenguaje, muchas veces pienso que entiendo la realidad por los sistemas que utilizo dentro del trabajo. No es la realidad que yo cojo, sino que es la abstracción la que hace que yo entienda la realidad. En este sentido, hay un cambio de dirección: hago lo que hago para entender la realidad.

El análisis es la fragmentación del todo en partes, en este caso, de tu exposición ‘Pas de deux’, las 513 combinaciones resultantes de los formatos estandarizados para lienzo. ¿Hasta qué punto el artista y, con él, el espectador que luego contempla su obra, requiere adentrarse en cierta obsesión neurótica ligada con el propio acto creativo?

No creo que sea necesario tener un alto grado de obsesión para entrar en mi trabajo. Lo que sí creo es que hay que tener una actitud muy abierta y una sensibilidad muy particular para poder absorberla. Es verdad que yo tengo un modo de trabajar muy metódico, muy analítico, muy de fragmentar un universo, para después generar un todo, pero al final lo que estoy buscando son estructuras muy mínimas que, sumadas, subliman un hecho.

Manu Blázquez, en su exopsición de ‘Pas de deux’. Fotografía: Juan R. Peiró.

En tu obra hay mucha contención, dijiste durante la presentación de ‘Pas de deux’. ¿Tiene ello que ver con la conciencia de quien opera con algo inabarcable que ha de sujetar para no caer en cierto caos?

Hay una contención en el proceso vital y de trabajo, ligada a mi propio carácter, que tiene que ver también con una cuestión de sufrimiento, el cual luego te va a dar por el contrario una cierta satisfacción, a su vez ligada con nuestra tradición judeocristiana. Por otro lado, hay igualmente una cuestión de, digamos, querer abarcar un todo para comprenderlo mejor y tenerlo ahí; de ofrecerlo en un contenedor, como es el cubo blanco de un museo. Eso es muy importante para mí, ya no tanto por el control, porque es la obra la que tiene que explotar, que abrumar casi, sino porque ante este mundo necesito generar esos dispositivos de mucha concentración, de mucha energía.

Los espacios, los silencios, obsesionaban mucho al compositor y teórico musical John Cage, una de tus referencias. En tu exposición, hay ocho mesas, una serie de obras en carácter ascendente (12+1), otra serie de tres y otra obra aislada. ¿Esa cadencia rítmica, que está también en la base de tu trabajo, aparece conscientemente, la provocas o simplemente surge y te sorprende a ti mismo?

En la instalación, ahí sí funciona de una manera muy lógica. Yo lo que hago es medir las dimensiones, ver la distancia de la sala y, en función a eso, adapto la pieza o los módulos que van a sostener la pieza. Es verdad que hay números que no me gustan o distancias que no me agradan y trato de modularlos para generar un ambiente lo más agradable o neutro posible, con el fin de que sostenga todo lo que está ahí volando, porque mi obra no admite ningún tipo de ruido extraño.

Vista de la exposición ‘Pas de deux’, de Manu Blázquez, en el Centre del Carme.

Pero es verdad que cuando estoy trabajando las series, ahí sí que hay un discurso numérico más mágico, que adapto a ciertas estructuras geométricas, dando lugar a que sucedan muchas cosas que todavía no logro comprender y que por eso las sigo haciendo. No pertenezco a ese otro campo de la numerología, pero sí es cierto que las matemáticas, tal y como yo las utilizo de forma muy gráfica y lineal, intuyo que son algo muy precioso, muy exacto, y que, en correspondencia con la geometría, provoca que sucedan cosas que me interesan y que interesan hoy en día.

Por el proyecto que ha dado lugar a ‘Pas de deux’ te han concedido el Premio Alfons Roig 2020, a quien el MuVIM dedicó hace cosa de cuatro años una exposición que lo relacionaba con la generación del 27 y en la que María Zambrano, en una cita recogida en la muestra, decía que Alfons Roig “no amaba la soledad, sino que la compadecía desde el fondo de su alma”. ¿Cómo te llevas tú con esa soledad del artista sumergido en el trabajo de su estudio?

Para mí es algo casi natural, aunque no podemos comparar la soledad de quien la busca para desarrollar su trabajo, con esa otra soledad forzada. En mi caso es algo consustancial, también una necesidad relacionada con mi proceso de trabajo, no digo con el proceso de trabajo artístico en general, sino con el mío en particular.

Manu Blázquez, apuntando hacia el fondo de su exposición ‘Pas de deux’. Fotografía: Juan R. Peiró.

El diputado de Cultura, Xavier Rius, dijo en la presentación de ‘Pas de deux’ que en tu obra se conjuga la matemática y la influencia del pensamiento oriental. ¿Estás de acuerdo?

Creo que con la concepción del vacío y del silencio seguramente hay muchas correspondencias que desconozco relacionadas con esa filosofía oriental. Fue una frase de Rius y la verdad es que me gustó que estableciera esa relación, porque no es descabellada, sino todo lo contrario. Por otro lado, mi trabajo es muy occidental, con una base ortogonal muy griega, con una luz muy de aquí y con una forma, como tú has dicho antes, casi obsesiva de proceder, muy vinculada con lo que tenemos en Europa, aunque creo que me haría mucha más falta y sería mejor mi trabajo si cogiera preceptos del oriente lejano.

El título de la exposición ‘Pas de deux’ tiene que ver con el ballet y la música, algo que es característico de tu trabajo por aquello del ritmo, la pausa, el silencio y la estructura, asociada con la partitura.

Creo que, en realidad, siento que cuando trabajo estoy componiendo música. Siento un ritmo en todo lo que hago, no solo en el trabajo, sino incluso cuando camino. Está muy presente. Es como un sueño frustrado. Tengo la sensación de estar continuamente escribiendo partituras, de una forma gráfica, pero que no es muy lejana a ciertos textos experimentales de autores contemporáneos. De hecho, he tenido alguna experiencia también de musicalizar alguna de mis gráficas.

Tú mismo has establecido una relación en tu trabajo entre sistema y belleza. ¿Cómo la explicarías, teniendo en cuenta que esa sistematicidad parece ir ligada a la frialdad y la asepsia consustancial al análisis, frente a la belleza que evoca cierta explosión de los sentidos?

En realidad, la belleza la estoy buscando siempre, lo que pasa es que, no sé si por limitaciones mías o por intereses, no puedo buscarla de una forma directa y visual, como haría cualquier otro artista. No puedo. Siempre me debo a un sistema que me indica por dónde tirar.

Muchas veces, ese sistema me da un camino que no es bello y entonces tengo muchas contradicciones a la hora de seguirlo o no, pero si no lo sigo me siento mal y si lo sigo, y no está ese punto que yo encuentro armónico, pues tampoco me convence. Aunque a veces hay encuentros, en cuya base siempre hay algo muy estructural y arquetípico, que se puede compartir con un número de personas más grandes. Está ese duelo siempre entre sistema y belleza, que no son contrarios, pero no siempre van de la mano.

Manu Blázquez, en su exposición ‘Pas de deux’. Fotografía: Juan R. Peiró.

Salva Torres