Maite Ibáñez

#MAKMAEntrevistas | Maite Ibáñez
Autora de ‘Escenarios para la exposición temporal. Cruzando el umbral del museo’
Col·lecció Formes Plàstiques
Institució Alfons el Magnànim
Diputació de València

Maite Ibáñez, en la dedicatoria que abre ‘Escenarios para la exposición temporal. Cruzando el umbral del museo’ (Institució Alfons el Magnànim), apunta claramente el horizonte temprano de su pertinaz deseo: “Este libro está dedicado a todas las personas con las que he compartido la experiencia de una exposición. Y especialmente a mis padres, porque siempre supieron que sería feliz recorriendo las salas de un museo”.

Esa misma felicidad, atravesando salas repletas de obras en diversos formatos, escenografías y espacios, es la que ahora transmite comunicando el fruto de su trabajo en torno a esas exposiciones cambiantes a lo largo del tiempo. Lo hace sabedora de la importancia del arte como lugar donde múltiples voces, a veces contradictorias, dialogan entre sí, pugnando por construir un relato siempre problemático de la existencia. Por eso ella defiende a los artistas que, con sus obras, crean historias en forma de fértiles exposiciones.

‘Covers (1951-1964). Cultura, juventud y rebeldía’, en el Centre Cultural La Nau en 2012. Imagen cortesía de MATRA Museografía, incluida en el libro ‘Escenarios para la exposición temporal’.

El escenario de las exposiciones temporales se ha convertido en un ejercicio cambiante a lo largo del tiempo, vinculado a una manera de pensar históricamente la obra de arte. ¿Cómo ha cambiado y en función a qué maneras de pensar?

Cuando expones, que significa decir ‘mira esto’, lo haces ya con una estrategia. En el siglo XVIII se utilizaban para ordenar las colecciones, también como estrategias políticas encaminadas a visibilizar los valores de un país e igualmente se utilizó, cuando empezaban las itinerancias, para hacer relaciones internacionales, incluso como medida de aprendizaje, abriéndolas al público para contar la historia del arte.

Lo que cuento en el libro es que el salto fundamental se da cuando las exposiciones se realizan en espacios que no han sido concebidos como museos: fábricas, talleres, iglesias desacralizadas. Y luego cambia también el propio formato de la obra, al utilizarse diferentes soportes y juegos de luz y sonido, de manera que ya el espacio forma parte de una experiencia. De ahí la consideración de la propia exposición como obra de arte.

En este sentido, Susan Vogel, a quien citas en tu libro, dice que la historia de los museos es la historia de cómo las diversas formas de instalación de las exposiciones han cambiado nuestra percepción de lo que vemos. ¿El cambio más sustancial se produjo con el surrealismo a principios del siglo XX?

Yo creo que sí, aunque también hay que señalar que la exposición, antes de los años 20 del pasado siglo, recreaba el espacio doméstico. Así, hemos podido ver en el Museo del Prado cómo se recrean las cortinas, los sofás… Pero yo creo que, lo que tiene que ver con la percepción del espacio, sí que el cambio primordial se produce entonces, sobre todo por el propio comportamiento de la pieza al tener soportes nuevos y la aparición de artistas que han trabajo escenografías.

También las ferias de arte influyen, porque tienen que dar un concepto atractivo, aunque tengan que compartimentar y hacerlo todo más cuadriculado. En definitiva, todo cambia cuando el espacio se considera un ingrediente más.

‘La voz del paisaje’, de Geles Mit, en Sala Almudín (Valencia, 2017). Imagen cortesía de la autora, incluida en el libro ‘Escenarios para la exposición temporal’.

¿El público ha evolucionado, se ha ido acostumbrando a todos estos cambios en la manera de exponer y de ver el arte?

El público, más que a ver o a reconocer el arte contemporáneo, lo que ha aprendido es a perder el miedo. El arte, sobre todo en los museos, requiere de cierta mediación artística para llevar al espectador a entender determinadas piezas; necesita de un complemento. Y, sin embargo, esa sensación de miedo de ponerte delante de una obra, te guste o no, se ha perdido.

¿Esa labor de mediación se complica cuando, como recoges en el libro, los autores de los textos de una exposición, los comisarios, se convierten en adictos al texto más que adictos al arte?

Hay diferentes niveles de lectura. El texto de un catálogo es importante, porque se trata de un texto teórico que remite a un contexto filosófico, cultural e histórico determinado, que está muy bien conocer, pero que resulta insuficiente puesto que ha de ir acompañado de otros textos en la sala, de la nota de prensa a los medios de comunicación para que lo divulguen o del trabajo didáctico.

Hay que generar diferentes niveles de lectura, porque montar una exposición es contar una historia y es realmente un ejercicio difícil de comunicar, para el que se hace necesario la utilización de todos ellos con el fin de no quedarte en un plano muy corto. 

Maite Ibáñez, durante la entrevista. Foto: MAKMA.

“La gente ya no visita el museo, sino que va a ver las exposiciones”, dice el historiador Ernst Gombrich en una cita de tu libro. Frase a la que se le puede dar la vuelta para decir que hay gente que, en lugar de ir a ver exposiciones, va a ver ciertos museos como parte del turismo basado en la espectacularidad de ciertos edificios.

Claro, depende, porque, efectivamente, ahora hay exposiciones y comisarios estrella que eclipsan el concepto clásico de mirar. Hay museos que han quitado parte de las salas de la colección permanente, para dárselas a las exposiciones temporales, que les pueden dar más juego a la hora de tener actividades complementarias y una programación más dinámica. En el caso de los museos contenedores más destacados, lo cierto es que sí que se va a ver la pieza en sí que es el museo y a lo mejor no se vuelve. La exposición temporal lo que implica es jugar y volver más veces.

En tu libro, también dedicas un apartado a los comisarios de arte. Y citas a Corinne Diserens, quien dice: “Creo que un curador en un intermediario”. La escritora Lucy Lippard asegura, por su parte, que nunca ha prestado demasiada atención a los comisarios. ¿En qué quedamos?

Me gusta lo que dice Sarah Cook, que la labor del comisario consiste en registrar y contar historias. Ahora bien, yo creo que tiene que haber una línea de respeto al artista y al concepto de la obra. Es verdad que, en muchas ocasiones, con respecto a una exposición colectiva que tú diseñas creando un relato, hay una parte de autoría sin, por ello, quitarle el sentido a la autoría de las piezas. Luego se dan también los casos de colecciones que han invitado a artistas a hacer su lectura de dicha colección, lo cual me parce muy interesante, o de artistas que comisarían su propia obra.

‘Mar-Mar’, exposición para Mostra Viva del Mediterrani, detalle de la escultura de Jaume Chornet, en el Octubre Centre del Cultura Contemporània (2015). Imagen cortesía de Amparo Carbonell, incluida en el libro ‘Escenarios para la exposición temporal’.

Y luego están comisarios como Harald Szeeman, igualmente citado en tu libro, al que se ha llegado a comparar con una estrella de rock.

A ver, muchos artistas terminan su trabajo cuando la obra se produce y no ejercen de comunicadores, porque su proyección creativa se concentra en hacer una obra. Es ahí donde creo que necesitan el complemento del comisario para que acabe de contar ese trabajo y darle visibilidad. Se trata de encontrar un equilibrio entre el artista y el comisario, desde esa línea de respeto al creador de la que te he hablado antes.

Carlos Granés, en ‘Salvajes de una nueva época’, subraya que el arte es la actividad libre por excelencia, que se ve amenazada por dos amantes peligrosos: la política, que quiere servirse del arte para sus fines ideológicos, y el capitalismo, que reduce el arte a pura mercancía. ¿Cómo lo ves?

Sí, creo que puede ser un instrumento político muy potente, tal y como hemos visto en determinadas circunstancias. Hay que dejar trabajar al artista y dejarle ser crítico, frente a la manipulación y modulación de su trabajo a partir de grandes presupuestos, con el fin de crear un escaparate muy dirigido. Ahí sí que es importante, de nuevo, el respeto, para que el creador tenga una cierta autonomía.

Portada del libro ‘Escenarios para la exposición temporal’, de Maite Ibáñez.

¿Es una exposición el formato adecuado para explicar cosas? Es una cuestión que recoges ya cerca del final del libro, retomando un microdebate generado a través de Twitter, y en la que un 62% contestó que “Sí y siempre lo será”, frente a un 38% que opinaba lo contrario: “No, está caduco”. ¿Cuál es, a tu juicio, el lugar de la exposición temporal, objeto de tu estudio, en estos tiempos de cada vez mayor realidad virtual?

Hay nuevos formatos de exposiciones, como esas cajas de luz que se proyectan, por oposición a esa obra original que ya no provoca el mismo efecto en nosotros. Yo creo que la exposición siempre va a tener su espacio, porque es un momento de experiencia que no se puede sustituir con nada. La exposición es un formato vivo que se desarrolla a lo largo de la historia y que se va adaptando a cada contexto social y diferentes modalidades de obras. De manera que, por tanto, va a seguir avanzando.

Ahora bien, sí que es importante que el contexto de la exposición esté conectado con la realidad y no volvamos a generar mausoleos aislados. Tiene que ser un formato vivo, que es lo que le hará sobrevivir, porque, si no, ese 38% irá cada vez a más.   

Maite Ibáñez, posando tras la entrevista. Foto: MAKMA.

 Salva Torres