Luisa Pastor Mirambell (Alicante,1977). Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Granada (2001), Diploma de Estudios Avanzados [DEA] por la Universidad Miguel Hernández de Elche (2010). Sus trabajos se ha asentado básicamente en dos grandes líneas de investigación: el género y la ciencia. Becada por diversas instituciones y laureada en diversos certámenes, actualmente reorganiza sus cuarteles en estos tiempos convulsos para las artes y la cultura, a la vez que prepara su tesis doctoral.
“Cosoypego”, tu alias, ¿es un poco signo de estos tiempos: arte, artesanía vs. practicidad, trabajo en serie, industrialización? Coser y pegar es una forma de “pintar sin pintura” y al mismo tiempo de investigar sobre el propio material y sus posibilidades plásticas. Evidentemente, el material también habla: si usas el óleo, hay unos referentes; si usas el hilo, hay otros y esto tiene unas connotaciones que pueden influir en la lectura final de una obra. Pero para mí, más allá de esta cuestión formal, “coser y pegar” se convierte en una herramienta de reflexión extraordinaria, que me permite plantear la construcción de una idea, que es lo que realmente me importa. Por eso, más allá de un fin en sí mismo, “coser y pegar” es un medio idóneo para la producción de una idea o un concepto. Es cierto que las herramientas de trabajo que utilizo se pueden encontrar en cualquier casa y soy consciente de que no son las de una sociedad industrial y mecanizada. Mi forma de trabajar implica un trabajo manual, más minucioso, de mimo con el objeto y el soporte y, por supuesto, se aleja de los procesos de reproducción en serie. En esta sociedad llena de prisa, donde el tiempo pasa rápido, detener la mirada implica una ruptura del tiempo “cotidiano”: es un acto subersivo –marcadamente político– que me parece realmente interesante. A veces, de manera (quizá) inconsciente, es el detalle de un objeto determinado el que consigue “detener” el tiempo, haciendo que el espectador abandone su día a día cotidiano y se adentre en el tiempo de la obra, en donde se inicia una especie de conversación íntima, hecha a base de miradas y silencios; otras veces soy yo, de manera consciente, la que busca objetos determinados, que considero que tienen posibilidades para crear ese juego de comunicación con el espectador. En cualquier caso, en ambas ocasiones, el material (hilo, botón, cerilla, cuerda, etc.) queda supeditado a un proceso de resignificación en función de la idea. Pienso en esos “chicos que bordan”: David Cata, Antonio Fernández Alvira y Francesco Vezzoli, por citar algunos, ¿coser es una labor de género o algo está cambiando? Durante siglos, el bordar y el zurcír siempre han estado ligados a la imagen femenina de la mujer en el hogar, al ámbito privado de la casa, a la eterna Penélope del «Home, sweet home», que hace y deshace sin descanso, mientras espera que Ulises vuelva a casa. Por suerte, todo está cambiando y hay muchos artistas que transgreden –con ese bordardo intencionado– los límites que impone el patriarcado. Pero también creo que no siempre que se trabaja con hilo hay una propuesta reivindicativa detrás. Para muchos artistas, el hilo es un material como cualquier otro, que permite alcanzar unos resultados concretos, para cubrir unas necesidades puramente plásticas: una línea puede estar hecha con un lápiz o con un hilo y eso implica la elección de un objeto en cuanto a sus posibilidades formales, hecho que –por supuesto- no supone obviar la capacidad política de la forma.
El bordado, la costura, también ha sido la marca de la casa de Helena Almeida o Ana de Matos, pero ninguna de las tres lo habéis realizado como delicada tarea femenina, como lorquiana faena femenina esterilizadora, sino más bien como combativa labor reivindicativa. ¿Hay que luchar desde dentro, desde el propio género? Muchas veces se realiza un trabajo que luego el espectador, el crítico, o un familiar, te dan una visión que nunca te hubieras planteado. Las interpretaciones pueden ser muchas y de muchas índoles y ese caldo de cultivo me parece muy positivo, porque enriquece el concepto de subjetividad frente a otras disciplinas más analíticas. En el arte contemporáneo, cada cuál se apropia de la obra en la medida de su conocimiento estético y también teórico. El grado de implicación dependerá de la capacidad del espectador de interactuar y reflexionar con la obra: cuanta mayor implicación, más profundidad discursiva para comprender (y comprehender) la obra. Por el contrario, otras veces, se tiene muy claro lo que se quiere decir y se direcciona la mirada del espectador, se cierra al máximo el abanico de las posibles interpretaciones, para intentar que la idea comunique de una forma clara y que llegue al espectador con un mayor acercamiento. En mi caso, a pesar de las múltiples interpretaciones que puedan hacerse, mi labor combativa –de manera quizá muy sutil– trabaja haciéndose cargo de las implicaciones del género, pero creo que tiene más que ver con un posicionamiento político desde la forma, el concepto, con el fin de invitar a la reflexión –desde el collage– de la relación que tenemos con todo lo que nos rodea. Por eso, respecto a la pregunta que me haces sobre mi posicionamiento frente al género, te responderé con una bonita frase de Basho, que siempre me ha parecido muy significativa y dice así: «antes de pintar un bambú, has de dejarlo crecer dentro de ti».
Tus primeras obras, delicadas piezas, collages sobre hojas de libro de contabilidad, primer estandarte de tus quehaceres artísticos, ¿obedecen a que hay un debe y un haber? ¿Hay una contrapartida hacia la igualdad? El “Debe” y el “Haber” están seguidos de la palabra “Saldo” en los libros de contabilidad. Cuando empecé a utilizar este soporte de hojas de facturas que compraba en anticuarios, estaba aún estudiando en Granada. Para mí, una estudiante con pocos medios económicos, esta frase fue toda una contradicción reveladora. Esas hojas -en donde no hacía falta ni una gota de pintura, porque entendía que ya estaban pintadas por el paso del tiempo-, se convertían –para mí– en un escenario extraordinario, que me permitían contar historias que quedaban amparadas bajo la cortina de lluvia del “Debe-Haber-Saldo”. Los materiales que utilizaba eran la mínima expresión, como puede ser la aguja, el botón, algún recorte del semanal del periódico o, a veces incluso, alguna minucia oxidada que encontraba por la calle. Todo ese micromundo iba tomando forma en esas hojas regladas por un capitalismo agresivo, que se manifestaba hoja tras hoja bajo la imposición económica del “Debe-Haber-Saldo”. Y era ahí donde yo encontraba un punto de tensión sustancial, para comenzar a hablar con elementos encontrados o de muy poco valor económico. Los trabajos fueron evolucionando en su complejidad hacia el concepto de mercancía y de industrialización, que materialicé en una serie de collages sobre el engranaje – el corazón de la máquina- y, posteriomente, la máquina. En tu serie «Neuronal System» vemos unos dibujos, y unos collages (con una cotidianas alubias), que nos recuerdan aquellos que Santiago Ramón y Cajal hiciera en sus investigaciones, esas anatomías del sistema neuronal que lo llevaran hacia el Nobel. ¿Por qué crees que desde lo cultural, lo artístico, se vive tan alejado de lo científico? Y eso que, a veces, el arte se anticipa a la ciencia. El plan de estudios está diseñado para formar a personas muy especializadas en un ámbito muy concreto, ya sea en nanotecnología, bioquímica o restauración de pergamino. Con la especialización se consigue un avance estratégico hacia la investigación e innovación de un producto puesto al servicio del mercado. De ahí que la especialización interese tanto para el crecimiento de un país. Tanto la ciencia como el arte, parten de planteamientos muy parecidos en cuanto a la observación, la reflexión, la valoración por parte del otro, la imaginación, la necesidad de llegar a algo nuevo, etc., pero la ciencia juega con la ventaja de que tiene un impacto socioeconómico más inmediato y eso provoca un distanciamiento respecto a las carreras llamadas de letras.
En cambio, para mí, el artista y el científico no están tan alejados. De hecho, entiendo al artista como un científico. Matisse decía: «el artista es un explorador» y yo comparto esta opinión. El arte se nutre de todo, no tiene ningún reparo en servirse de la herramienta que necesite, ya sea científica, tecnológica o totalmente rudimentaria, si para ello consigue la finalidad que busca. En cuanto a si el arte se adelanta a la ciencia, me viene a la cabeza la figura de Leonardo da Vinci y su «Códice Atlántico» de más de mil hojas, donde hay anotaciones de sus estudios sobre urbanismo, arquitectura, física, astronomía, botánica, óptica, matemáticas e incluso bocetos de máquinas textiles, máquinas para volar o máquinas para excavar canales, entre otras tantas cosas. En la actualidad, el potencial que ofrecen las nuevas tecnologías está modificando a pasos vertiginosos los procesos creativos de los artistas, el taller se ha convertido en -muchos casos- en un espacio con una altura de 2,41 cm, por un ancho de 32,5 cm, de profundidad 22,7 cm y con un peso de 2,06 kg con una interfaz a modo de soporte. ¿No es curioso que en latín ars, artis se designara para la palabra arte y este mismo calco para los griegos fuera techné?
¿Qué proyecto llevas ahora entre manos? Tu próxima serie o interés. Para este año tengo varios proyectos, pero realmente el proyecto que más me interesa es el de sumergirme de lleno en mi tesis doctoral. Creo que después de tantas lecturas y reflexiones podré abordar algunos proyectos que tengo en mente, con una visión más amplia y más precisa –en su desarrollo plástico y conceptual- y ese crecimiento personal con la obra creo que me vendrá muy bien, para ahondar en la profundidad de los micro mundos dentro de la instalación. Un tema que me apasiona y que llevo pensando algún tiempo. José Luis Martínez Meseguer
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