Llorenç Barber: Apoteosis de l’escolta(r)
Teatro principal
C/ Barcas, 15. Valencia
Sábado 17 de mayo a las 21 h.
NOTAS ANTE LA COMPOSICIÓN DE “LA APOTEOSIS DE L’ESCOLTA(r)”. Siete situaciones de escucha para Banda y Teatro Principal.
Andaba escribiendo una composición de concierto de ciudad para la muy teresiana Alba de Tormes cuando llegó la invitación de participar en el ENSEMS. A lo largo de la conversación telefónica, entre consideraciones de cariz poco halagüeñas sobre el presente de las músicas llamadas ‘contemporáneas’ ya consuetudinarias en Cerveró, éste me sugería escribir algo para piano de juguete, o hacer un pequeño taller para alumnos de composición. Por mi parte, yo daba rienda suelta a mi imaginación con la vieja idea de conformar una nueva versión ampliada de música del “género balcón”, iluminando toda una calle del viejo barrio de Velluters mediante el poblar con bien armados músicos algunos de sus balcones, mientras los escuchas/paseantes deambulan por el asfalto, eso sí, aurículas en ristre. Y fue aquí donde apareció la posibilidad de hacer algo para banda, pues el bueno de Joan andaba tramando algo para ‘los feos’ de Buñol que, en esta ocasión, estarían dirigidos por mi amigo y colaborador Andrés Valero. Para más inri, a estas dos suculentas circunstancias se sumaba una tercera que para mí añadía un plus inconmensurable: el estreno iba a tener lugar en nuestro Teatro Principal. Inmediatamente entré en entusiasmos y no hubo duda alguna a pesar de la cercanía de la fecha, y de la primavera tan repleta, en mi calendario de este año, de viajes y compromisos musicales otros.
Una banda es siempre algo más que un instrumento plurihumano, disciplinado y capaz de leer – marchando – una partitura. Sonar para ellos es algo más que soplar, golpear o rascar, es un presentar hasta sus más íntimos detalles un manifiesto constituido todo él de sonidos/gestos/pasos y/o silencios. Un lanzarnos fuera de nosotros mismos y un expandir expresivo que puede afectar y mover el universo mundo en su totalidad. Por otro lado un teatro como nuestro Principal es todo un galimatías de alturas, pasillos, recovecos, escaleras y hasta rincones y paraísos a ser desvelados mediante una suma de escuchas cada una de ellas con su aquel de singularidad y complementariedad a poner en acto. Todo un reto, en estos tiempos turbios en dónde no cabe molicie alguna.
Una de las primeras consideraciones que me invadieron hasta la obsesión en el arranque de este proyecto fue la evidencia de que a la banda hasta el día de hoy, se le escurren una enormidad de posibilidades simplemente porque nadie se detiene en proponerles situaciones interpretativas expansivas, laterales, accionales y/o gestuales tan sólo porque de bandas se trata. Para los que estamos cerca tan sólo, a veces, cuando la banda, se encuentra en situación de reposo, preparación, relax o broma se dan atisbos, fragmentos y hasta gavillas de situaciones fortuitas e impronunciables, que luego – uniformados – y ante un público se es incapaz de reproducir con la eficacia y contundencia como en esas (des)composiciones de suelto, desparramado, ensimismamiento. Y es por ahí por dónde yo quería comenzar: planteando una serie de situaciones bien concretas, pero a su aire, a su devenir, algo (o mucho) ajenas – hasta dónde posible fuere – a la situación ‘concierto’.
Para conseguir algo así habrá que entrar – con cuidada antelación – en consideraciones previas que nos preparen adecuadamente para zambullirnos en la ocupación de un teatro de anchos espacios, todos ellos habitados hoy, por un pasado todavía reverberante, condensado y hasta convertido en fantasmales esculturas de aires y memorias. Aceptando lo inevitable, trataremos de salirnos de lo aprendido planteándonos juntos todo un cúmulo de cuestiones como estas: ¿somos o no un ‘playground’ todavía útil y capaz de revolverse, disturbar y hasta reinventarse a partir del rol en que se nos encasilla?, ¿podemos desde ahí todavía apropiarnos de nuevos modos y materiales? Y si ello es posible ¿alcanzaremos a interrogar la actualidad de lo que todavía entendemos y practicamos como lo procesional y celebrativo, lo festivo, lo concertístico (sonoro, performativo, virtuoso y escénico)? ¿Estamos o no todavía a tiempo de reivindicar para nosotros el descubrir las posibilidades de un nuevo vivir, partiendo – eso sí – de la fragmentación y dispersión de los deshechos de lo que queda?
Por lo que a mí concierne queda claro que lo que entendemos todavía por banda tiene por delante mucho campo por ganar, mucho terreno que ocupar, muchas intensidades que practicar invadiendo campos expandidos y profundizando y repensándose a partir de ahí, esto es, explorando su grupal, disciplinado y muchas veces andariego sonar, ocupando el espacio público (sea este el cogollo de la ceremonia, el baile o el transeúnte ir de un lugar a otro, bien erguidos y sonantes, etc.), el espacio escénico, el educativo o el investigador, performativo y/o camerístico. Y todo ello en un constante inquirir: ¿reproducimos modelos de comportamiento jerárquicos, encorsetados y obsoletos, o somos todavía capaces de generar otra escucha y otra socialidad, más abierta, comprehensiva, sea sonando a solas – como banda y basta – sea en conjunción con otros estímulos y artes tales como las que proporcionan las imágenes proyectadas, los cuerpos en acción y danza, los instrumentos inusuales o de tecnología punta, o las situaciones para nosotros todavía inexploradas?
Porque, no lo olvidemos, vivimos ya en un mundo sonoro en el que quienes crean, más que dedicarse a componer partituras que demandan ser escuchadas pasiva y contemplativamente, se esfuerzan por crear o ‘componer’ y presentar al oidor unas situaciones de escucha, singulares y hasta inusitadas. Por ello es por lo que postulamos otra escucha, un atender in extenso el entorno sónico y/o silencioso, deviniendo oidores implicados, vivos y movilizados.
Pero las cosas no acaban ahí porque al igual que el instrumentista del sonar del hoy está implicado en el son, (todo él puro ‘drama’ emancipado ya del ‘auctor’ de repertorio y formatos cerrados), el oidor que el llamado Arte Sonoro (ya no com/puesto) postula, ha de ser sustraído a toda actitud distante y pasiva. Ha de ser arrastrado al círculo mágico del escuchante en posesión de sus plenas energías vitales.
Unos y otros, han de afinar su escucha – con el tono y avatares del no tan frágil son – deviniendo así cuerpo activo concurrente, que pone en acto su principio vital. Todos constituyen – cada quién a su modo – asamblea ceremonial que conforma situaciones diversas en posesión de sus propias energías.
Una situación de escucha es, pues, un dispositivo que convirtiendo al escucha en agente de una práctica colectiva, desvela matices singulares del sonar. Y en esto consistirá esta ‘Apoteósis’, en proveer a estos agentes/oidores de un remolino de acciones sónicas (y a veces accionales o cinéticas), que les haga salir de su posición de meros espectadores (recordad a Guy Debord y su crítica del desposeimiento que el espectáculo conlleva) hasta arrastrarles a la acción. Posición a posición.
Cada situación propuesta exigirá una posición específica al ‘interprete’, y una disposición igualmente distinta y mutante al agente/oidor. Es por ello que el Teatro Principal devendrá para cada quién un aeropuerto de recorridos y estancias bien comunicadas y franqueadas en direcciones y velocidades distintas que muchas veces generan ecolalias, emisiones y hasta roces o lejanías de distancias bien singulares.
Igual que la escucha no es algo ni continuo ni estático, tampoco lo es la emisión/recepción. Y esa diversidad/y/hasta/desencuentro posible de a) y de b), genera situaciones bien mixtas y mestizas. Y todas ellas entran aquí en amable consideración, discusión, contraste, continuación y hasta superposición. Se acabó pues con la escucha pasiva, inmóvil, frontal, rectilínea, sucesiva y escanciada de modo regular. Todas las irregularidades, acumules o vacíos, movilidades o escarceos son aquí – en esta selva/aeropuerto – bienvenidos. También todas las suspicacias, todas las sospechas, pues todo oír es un pasearse por un mundo de bordes y roces, un oír-que-construye instituyendo, no aceptando adormiladamente, pues certeza, tradición y hasta estilo dejaron de ser incuestionables. Nos queda el tropezón, el pescar al vuelo, el devenir, el avatar. El gran místico/músico que fue Giacinto Scelsi decía: “si oyes el ahora, oyes la eternidad”. Una eternidad descolocada, con caminos inesperados, moteada toda ella de variaciones y repeticiones que nos pueden o no, adentrar en el corazón del misterio, un enigma, que siempre anida en los bordes, ahí donde la nota deja de serlo para devenir apoyo del infinito. Es por ello que a veces, la banda sonará con sus ejercitados dedos entre guantes de fino latex, para alterar cuidadosamente su sensibilidad táctil, o acudirá a la respiración canina o grupal cribando así cotidianidades y virtuosismos que conducen mil veces al lugar común. O se saldrá a la calle, (ahí dónde la vida arrasa las convenciones todas, ridiculiza las estancias y sus sillones) para mostrar su urgencia imposible por agarrase a una Euridice ausente.
Los espectadores, convertidos aquí en agentes/oidores, de seguro que en cada transición, desdibuje o corte, sabrán qué postura, actitud, y hasta recorrido hay que tomar sin que nadie se lo diga. En efecto, un Teatro como este, tan Principal, es como una ciudad: un complejo entramado de calles, plazas, paredes, escaleras, vacíos y salidas en bifurcación posible que pueden y deben ser recorridos en cualquier dirección, sentido, velocidad y transcurso temporal. Constituye todo él un complejo galimatías que posibilitan lo que mi amigo, el musicólogo Daniel Charles, llamaba “la escucha aeropuerto”. Para ello, para ejercitar esta escucha omnidireccional, tan sólo se les pide (o sugiere) una cosa: franquear el abismo que separa la actividad de la pasividad.
Hay pues en esta aclamación de la escucha extendida un postulado implícito: cada quien tiene la escucha que se merece, o que merece su intuición, su reparto del tiempo/espacio en esa móvil actividad, y/o su suerte. A la postre, tras la apoteosis, cada quién se llevará consigo ‘su’ ración, una ración tan solo en parte coincidente con la escucha de su vecino quien tuvo iniciativas e incidencias y disfrutes divergentes en cuanto a lugar y tiempo a las de un tercer o un cuarto agente equis. Es a ese desigual repartirse lo escuchado a lo que el filosofo francés Jacques Rancière, (en el ensayo “El espectador emancipado”) llama “reparto de lo sensible”, o “partage du sensible”. Un reparto que no viene aquí descendiendo desde un hipotético compositor y que un disciplinado intérprete transmite inspirando así a un oidor pasivo, sino que, por el contrario, aquí todo, todo, es ida y vuelta, pues todo enriquecimiento nace de un roce, una decisión, un toque, muy de cada quien, y todo en esta “Apoteosis” se quiere agente alternador y hasta trastorne de sentidos múltiples que generan de por sí todo tipo de aventuras y asignaciones nunca ni siquiera previstas o intuidas en guión o partitura alguna.
Suerte, oído y al toro, pues.
Llorenç Barber
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