Laurel y Hardy

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‘Laurel & Hardy: La Colección Completa de Cortos de 1928’
Divisa Home Video, 2025

Un año y medio después de la publicación en Blu-ray del volumen completo de cortometrajes de 1927 de Laurel & Hardy, Divisa Home Video presenta el correspondiente a la temporada siguiente. La edición, disponible desde finales de mayo, se organiza con la reunión de diez trabajos y un par de extras de incuestionable consideración histórica. El material recopilado se ofrece en una notable restauración en 2K, llevada a cabo bajo la dirección de la compañía Blackhawk Films durante cinco años.

¿Qué va a encontrar el aficionado en el nuevo Blu-ray? Ante todo, la enésima confirmación del genio de estos artistas. A diferencia de algunas de las películas reunidas en el disco anterior, las de este están protagonizadas en exclusiva por la popular pareja.

Las principales señas de identidad creativas, y las particulares relaciones entre los dos, ya se han fijado completamente, y los nuevos filmes, además de explorarlas, las desarrollan, colocando a los estrafalarios héroes en situaciones verdaderamente delirantes.

Stan Laurel y Oliver Hardy, contratados en el estudio de Hal Roach, y unidos a un equipo técnico y artístico estable –conducido por el cineasta Leo McCarey, el futuro autor de, entre otras, la marxista ‘Sopa de ganso’ (‘Duck Soup’, 1933) y ‘Tú y yo’ (‘An Affair to Remember’, 1957)–, inauguran, de manera oficial, la singladura profesional compartida en el corto de Fred Guiol ‘Los segundos cien años’ (‘The Second HundredYears’), incluido en la colección doméstica previa, donde dan vida a unos reos que tratan de fugarse de la cárcel.

Stan Laurel y Oliver Hardy, conocidos en España como el Gordo y el Flaco.

Antes, mientras desarrollan de manera desigual el recorrido individual frente a las cámaras, tropiezan en algunos filmes sin concretar de verdad hallazgos determinantes. En la fase previa a la formación del dúo, Ollie, tras desempeñar cometidos diferentes, se especializa en la asistencia a ciertas personalidades humorísticas, como Larry Semon o Billy West, y Stan, definiendo poco a poco las tonalidades patéticas/aniñadas de su personaje, disfruta, de 1923 a 1925, de una cierta celebridad propia gracias a sus actuaciones en una serie de divertidas obras breves.

En la colección de cortos de 1928, los protagonistas, efectivamente, ya han definido su estilo de humor. Personalizando las configuraciones artísticas y morales del payaso tradicional funcionan, ante todo, según el firme contraste de personalidades. Laurel representa una figura inocentona, torpe y bobalicona, y Hardy es un sabiondo y cruel metepatas.

De algún modo, la tradicional colisión del payaso tonto con el listo da paso a una suerte de lectura de clases con la persistente observación de la relación, afectiva y política, de un amo con su esclavo.

Esta evolución específica permite la materialización de una interesante interpretación de la sociedad norteamericana de su época, no por caricaturesca menos acertada, y también el despegue de una panorámica del futuro del nexo entre figuras antagónicas en una determinada visión moderna de la crueldad.

En las películas de Laurel & Hardy se habla de política sin cesar. Esto significa que proponen una singular leída crítica a la educación sentimental y sexual del hombre. Los dos, cada cual a su modo, se comportan como críos temerosos y ridículos con las mujeres, ya sean ligues eventuales o sus compañeras.

Hay un miedo muy profundo a la mujer manifestado en las imágenes que incluso roza la pura misoginia. El espanto, significativamente, procede de la desigual correspondencia con las esposas. En las secuencias compartidas con ellas los roles se alteran decisivamente.

Fotograma de ‘No sabemos mentir’ (‘We faw down’), de Leo McCarey.

Los hombres se convierten en víctimas aplastadas por unas señoras mandamases de carácter despótico, tal cual puede verse en ‘No sabemos mentir’ (‘We Faw Down’, Leo McCarey) y en su complemento (o remake) ‘¿Los hombres casados deberían irse a casa?’ (‘Should Married Men Go Home’, James Parrot y McCarey).

Todo esto es muy esclarecedor, puesto que descubre, sin demasiadas ambigüedades, las auténticas relaciones íntimas de los individuos, más allá de la broma sexista o la ojeada social. Justo bajo la gracia surge la imagen ilustrativa. Solo hace falta recordar, por ejemplo, la secuencia de arranque de ‘Sácales una carcajada’ (‘Leave’Em Laughing’, Clyde Bruckman), donde los vemos, de noche, acostados, con pijama, en la misma cama, en un set en el que se reproduce un… ¿domicilio conyugal?

Las aventuras de Laurel & Hardy suponen la enérgica negación de las estructuras y las emociones tradicionales del heteropatriarcado. La excepcionalidad de todo esto proviene de la persistente brutalidad y rivalidad de la relación. Casi de la paranoica necesidad de destruir al otro, de alguna manera.

Cuando Ollie recibe una cuantiosa herencia en ‘A quien madruga…’ (‘Early to Bed’, Emmett J. Flynn), convierte enseguida a Stan en su esclavo. En ningún caso se plantea compartir el dinero con el amigo. La naturaleza del enlace de los dos es tan compleja, retorcida y tóxica, que resulta, sin duda, fascinante.

¿Y si el Roman Polanski de ‘Dos hombres y un armario’ (‘Dwaj ludzie z szafa’, 1958) o ‘El baile de los vampiros’ (‘Dance of the Vampires’, 1967) se hubiera aproximado, viajando con una máquina del tiempo, a las tomas silentes de 1928 para relatar una de las andanzas de la pareja? Probablemente, hablaríamos de un zambombazo considerable.

Los diez cortometrajes de 1928 todavía resisten en la expresión silente. Esto significa que son fundamentalmente físicos. Dicha configuración favorece una ininterrumpida suma de gags que, por lo general, acaba desencadenando extraordinarias avalanchas destructivas.

La película que mejor muestra esto es una de las obras más sobresalientes del dúo, ‘La batalla del siglo’ (‘The Battle of the Century’, Clyde Bruckman), adjuntada en la serie de 1927. Acá nos muestran en el enloquecido segundo acto una descontrolada batalla de tartas en la calle.

Fotograma de ‘Two Tars’, de James Parrot.

En realidad, muchos de los desenlaces de los filmes son obvias variaciones de este largo cuadro de lucha y refutación de rango social. La permanencia en el lenguaje silente no solo permite el desarrollo de sofisticados números cómicos, asimismo anima a los realizadores, supervisados siempre por McCarey, a forzar los formatos del cine de risa.

Así, a veces, entran fenómenos inesperados, tal y como tomas de seguimiento, a la vez armoniosas y bruscas, o ese fantástico cuadro general de cierre de ‘No sabemos mentir’, donde vemos la huida apresurada de un montón de hombres casados anónimos del hogar de sus amantes.

La nueva colección reúne, seguramente, las mejores películas de los humoristas, aunque, en verdad, no aflore, me parece, una pieza maestra como ‘La batalla del siglo’. La edición incorpora también un par de pequeños tesoros ocultos en los extras: unos fragmentos supervivientes de una cinta desaparecida, ‘Fantasmas desbocados’ (‘Galloping Ghosts’, James Parrott), actuada solo por un Hardy caracterizado de cobarde policía… ¡afroamericano!, y ‘Un par de agarrados’ (‘A Pair of Tights’, Hal Yates, 1929), un cortometraje que no pudieron rodar y que fue interpretado por Anita Garvin y Marion Byron.

Por encima del cambio de sexo, si es que en origen los personajes de Laurel & Hardy eran, en efecto, los representados luego por las actrices, el atractivo de esta caricatura de ligues deriva, esencialmente, de un frenético combate con cucuruchos de helado.