Las buenas compañías, Vicente Talens
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Marisa Giménez Soler | Las buenas compañías
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2019

Siempre me llamaron la atención esos artistas cuya memoria supera las barreras del tiempo y el olvido y son recordados en los libros de historia del arte no solo por su talento, por su trabajo y sus obras más personales, sino por la capacidad que tuvieron de influir, de agitar, de provocar, hasta llegar a alterar el acontecer cultural de su entorno, su ciudad y hasta de su época. Fueron capaces de levantar pasiones, unir voluntades, provocar encuentros, impulsar corrientes, movimientos, quebrantar comportamientos establecidos y dar la vuelta a conceptos aparentemente inmutables.

Existen algunos ejemplos muy claros de esas personas que dejaron constancia de ese carácter carismático, arrollador, que ansiaba acuñar ideas rompedoras, a veces subversivas, libertadoras… Firmaron manifiestos, gritaron consignas, se enfrentaron al poder, a leyes férreas y a mentes censoras. Muchas de sus acciones supusieron pasos de gigante en pro de la modernidad ansiada.

Páginas iniciales del artículo publicado en MAKMA ISSUE #02.

Hay también otros arrullos, otros vientos, que incitan uniones, pactos y encuentros, que hacen mecer complicidades. Se constatan con el paso de los años, son sutiles, pero el tiempo los hace fuertes y duraderos. El artista Vicente Talens (València, 1962-2017) sería uno de esos alentadores de proyectos compartidos, apoyo de causas imposibles y sueños por cumplir que hizo posible que cantidad de iniciativas nacieran o llegaran a ser realidad. Algunas perduran aún hoy, otras ya no están porque agotaron su andadura o porque nacieron ya bajo el concepto de lo efímero.

A su alrededor, gracias a esa generosidad infinita, a esa manera altruista, plagada de color, humor y surrealismo que tenía de ver y vivir la vida, se fueron tejiendo hilos de afinidad, de pasiones y querencias compartidas. Amistad, buen rollo, “quedadas “, viajes, cruces casuales, conversaciones cortas y largas, risas…. entre artistas, gestores, profesionales, coleccionistas, amantes y no amantes del arte, público en general.

A él le encantaba compartir amigos, conocer a los amigos de sus amigos, incidir en las casualidades, las coincidencias, destacar lo que une, lo que seduce, lo mejor del otro, valorar caracteres, exagerar aptitudes y encantos. Esa suerte de energía fue creando durante décadas una red en la que nos movíamos confiados y que, hoy en día, sentimos todavía cómo permanece mágica, firme y protectora.

Sin su impulso no habrían salido muchísimos proyectos culturales, infinidad de colaboraciones entre artistas plásticos, músicos, diseñadores y escritores. La Esfera Azul, la galería Mr. Pink, el Podenco, el Museo del Ruso… no hubiesen abierto las puertas sin su apoyo. Fue el incitador, el acelerador, el perseguidor incansable de utopías.

Tengo claro que yo me dedico a este mundo del arte contemporáneo, en gran parte, por él. Que ya en sus fiestas tan concurridas y divertidas que montaba desde finales de los años 80 –y donde lo conocí– se percibía de lejos que era desprendido, ocurrente y genial, que compartir y disfrutar de los momentos buenos estaba impreso en sus genes, y que en la gente que quería estaba parte de su fuerza.

Portada de MAKMA ISSUE #02, a partir de una de las obras del proyecto ‘Autocines’ (2019), de la fotógrafa Gala Font de Mora.

Trabajador inagotable, de su cabeza brotaban ideas sin tregua. Desde su estudio salieron sus obras a museos, galerías, espacios culturales y a lejanos y cercanos lugares de lo más ecléctico. El Distrito 8 (como le gustaba nombrar a su barrio) está cargado de referencias. Allí trabajaba y allí dejó parte de su talento en la decoración de locales míticos de la noche como La Habana o Carioca, cuyas paredes, techos y suelos mostraban sus figuras fetiche, sugerentes, provocadoras, guardianas de sus secretas iconografías –que más tarde morarían, también, en otros rincones de València, como On the Rocks o Radio City–.

En una de sus últimas entrevistas a la revista Cool Valencia contestaba así a la pregunta:

“Como buen amante de la ciudad, si viniera un amigo a visitarla por primera vez, ¿qué recomendaciones le harías? ¿Cuál sería tu ruta perfecta? Lo primero, llevarlo a las 9:30 al Bar Alhambra… a partir de ahí estará gratamente inoculado para disfrutar del resto de la ciudad”.

POSDATA. Por si el alcalde de València o alguien influyente del Ayuntamiento lee este artículo: ¡Una calle con el nombre de Vicente Talens! Se lo merece. Si es posible, por favor, en el Distrito 8.

Las buenas compañías, Vicente Talens
El artista Vicente Talens.

Marisa Giménez Soler