La trama fenicia

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‘La trama fenicia’, de Wes Anderson
Reparto: Benicio del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Tom Hanks, Scarlett Johansson y Benedict Cumberbatch
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Bruno Delbonnel
101′, Estados Unidos, 2025

Para el comentarista de la actualidad no es fácil enfrentarse a una película de Wes Anderson. Y la razón no radica en su dificultad ni en encontrar los puntos de anclaje a través de los cuales poder evaluar su trabajo. El problema con el cine de Anderson es que, desde hace ya muchos años, todas sus películas son exactamente la misma.

Si nos ponemos, podríamos sostener que sus películas divergen entre sí en los argumentos, pero esto tampoco satisface nuestras expectativas ni singulariza, en el fondo, nada en una obra condicionada por una estética y una puesta en escena tan marcadas que hacen de cada una de ellas una experiencia casi indistinguible.

Si bien buena parte de su cine anterior ya contiene abocetados muchos de estos elementos, será a partir de ‘Fantástico Sr. Fox’ (2009) cuando van a quedar definitivamente fijados en su forma de contar historias. En el plano formal, nos encontramos con unas composiciones radicalmente frontales en las que, como mucho, se usa algún movimiento de cámara que discurre en paralelo a un escenario en el que todos los elementos, personajes y utilería, se organizan de manera simétrica.

Con estas armas, Anderson compone relatos que, en realidad, se construyen en la unión de una serie de viñetas filmadas casi estáticas que beben de la tradición del cómic y que irán desarrollando el argumento. El empleo de la voz en off, un humor que se apoya en el contraste entre los diálogos y ese estatismo cómico, por absurdo, apuntalan la propuesta, todo ello animado por un montaje rápido y sincopado que no deja respiro al espectador. Y siempre es igual.

En este marco, la idea funcionará en tanto en cuanto aquello que nos cuente Anderson en cada película nos resulte más o menos divertido u ocurrente. Así, su obra ha transitado por varias fases, lo que queda certificado en la valoración crítica que ha recibido a lo largo de los años.

Un cine que ha pasado de la sorpresa inicial, caso de la mencionada ‘Fantástico Sr. Fox’, a un proceso paulatino de depuración y refinamiento de esta manera de narrar, todo ello envuelto, además, en un tono de aventura que despierta en el espectador su lado más ensoñador y, por qué no decirlo, infantil.

Fotograma de ‘La trama fenicia’, de Wes Anderson.

No olvidemos tampoco su particular querencia por una estética vintage de amplio calado posmoderno que explora las modas, el mobiliario y las vestimentas de la primera mitad del siglo XX, alternando, salvo en ‘Isla de Perros’ (2018) una mirada hacia los Estados Unidos de los años 50 y 60 o la Europa de entreguerras.

Ahora bien, a partir de esta ‘Isla de perros’, el cine de Anderson empezó a sufrir un cierto desgaste. La fórmula parecía que se revolvía contra sí misma y los elementos de escena empezaban a repetirse, así como su forma de contar las historias había perdido esa perspicacia primera, repitiendo motivos, trucos visuales, hasta caer en una cierta rutina.

Perdido o sobreexplotado ese elemento sorpresa, su cine ya no parecía encontrar otra forma de reciclarse. Quedaba esa aura de modernidad que todavía embauca a muchos de sus seguidores y, por supuesto, la curiosidad de disfrutar de ver convivir en la pantalla a un elenco de actores de primera fila, un juego de ‘Quién es quién’ que requiere de una cierta complicidad con el espectador.

Superada su primera etapa, adscrita a una cierta estética indie, por sus películas han pasado pesos pesados de la industria como George Clooney, Meryl Streep, Bil Murray, Adrien Brody, Bruce Willys, Edward Norton, Frances McDormand, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Ralph Finnes, Jeff Goldblum, Jude Law, Willem Dafoe, Mathieu Amalric, Brian Craston, Benicio del Toro, Tom Hanks, Scarlett Johanson y muchos más; y, casi siempre, a la vez.

Y así llegamos a su último trabajo, ‘La trama fenicia’. La cinta nos sitúa en algún lugar de Europa en el año 1950. Un enigmático empresario (o traficante, más bien) conocido por el nombre de Anatole Zsa-zsa Korda, es atacado por un sicario enviado por sus enemigos mientras realiza un viaje en avión.

Fotograma de ‘La trama fenicia’, de Wes Anderson.

A pesar del terrible accidente que va a sufrir, Zsa-zsa saldrá ileso, pero el recuento de los numerosos atentados sufridos a lo largo del tiempo, su edad y, a pesar de una inusual suerte que le acompaña en cada aventura que emprende, la cercana posibilidad de la muerte, le hace plantearse la posibilidad de confiar sus oscuros negocios a un heredero.

Para ello, hará llamar a su presencia a su hija Liesl, una joven de 20 años que, curiosamente, está a punto de cumplir con sus votos para convertirse en monja. Su devoción se opone, así, a los planes de Zsa-zsa, que tendrá que convencerla para que ceda y se convierta en su sucesora. Pero la fe de Liesl es más fuerte que la tentación de las riquezas que Zsa-zsa le ofrece.

Solo hay una cosa que puede hacerle cambiar de opinión: que la ayude a vengar la muerte de su madre a manos del hermanastro de su padre, el peligroso Nubar. Además, hay otro desafío, pues Zsa-zsa tiene entre manos un ambicioso negocio de construcción que le llevará por todo el mundo recogiendo la financiación necesaria, lo que incluye al propio Nubar, un proyecto que ha bautizado como ‘la trama fenicia’ del título.

Hasta aquí el argumento. Lo que queda, ya lo hemos dicho. Anderson repite de nuevo todas sus artimañas en una pieza que no depara sorpresas para el espectador. Se agradece, sin embargo, que el realizador de Texas se tome esta vez algo de tiempo para presentar las situaciones permitiéndose el lujo de dilatarlas, bajando un poco el ritmo de cambios de plano y transiciones entre secuencias, lo que da a toda la pieza un tempo algo más sosegado, facilitando que nos sumerjamos en la historia de forma algo más íntima, más cercana.

Fotograma de ‘La trama fenicia’, de Wes Anderson.

Funciona muy bien, en este caso, un trabajo algo más elaborado en la construcción de sus personajes. Destaca especialmente, en este aspecto, la relación entre Benicio del Toro y Mia Threapleton en los papeles de Zsa-zsa y Liesl, un punto de apoyo esencial para centrar el relato, en vez de dispersarlo en múltiples tramas paralelas que acaban creando esa sensación de batiburrillo propio de los últimos títulos de su filmografía. Una complicidad que ayuda a elevar en la trama a un cierto subtexto que quizá se había perdido en su cine.

En este sentido, mientras Zsa-zsa, un hombre ya de vuelta de todo, un sujeto adaptado a la crueldad y mezquindad que ensucia el mundo, trata de atraer a su hija a fin de preservar su imperio, Liesl intentará por su parte arrastrar a su padre el lado luminoso de la vida. Se produce, así, una confrontación entre el universo codicioso, materialista de Zsa-zsa y otro, digamos, más espiritual de Liesl. Será divertido presenciar la sutil evolución de los personajes.

Según avanza la historia y se van sucediendo las distintas peripecias que ambos van a tener que superar, veremos cómo se acercan el uno al otro. De esta forma, cada vez que Zsa-zsa se encuentra al borde la muerte (y le va a ocurrir varias veces a lo largo de la película), tiene una visión que lo irá acercando a las mismas puertas del cielo. Allí se encontrará con personajes de su pasado, como su madre, que no lo reconoce, o consigo mismo como representación de la inevitable finitud de la existencia. Este juego de simbolismos, siempre paródicos, será una novedad en el cine de Anderson.

Por su lado, Liesl irá desempolvándose de parte de ese carácter intransigente que muestra al principio de la cinta para revelarse como la digna hija de su padre. Sin llegar a claudicar del todo, Liesl saboreará los placeres de esa vida azarosa, llena de riesgos de Zsa-zsa (ingenioso el uso de Liesl de esa pequeña pipa que lucirá en los labios como muestra de esa complicidad con ese lado oscuro que representa la afición de Zsa-zsa por los puros habanos; aquí todo el mundo fuma).

Sin pretender darle una trascendencia que no tiene y a la que no aspira, de una manera sutil, divertida, Anderson nos sumerge en la complejidad de las relaciones paternofiliales para ofrecernos un relato que es, en el fondo, una celebración de la vida. Y lo hace sin mojigaterías, asumiendo con naturalidad, habitando cómodamente, gracias a ese tono desenfadado que imprime a la película, los espacios de grises, una llamada a la conciliación, a la comprensión mutua, arma necesaria para poder enfrentarnos al verdadero mal que asola el mundo, representado, en este caso, por el villano Nubar.

Esa voluntad, claramente intencionada, por ensanchar las costuras de la narración, permite esta vez que lo cómico funcione mucho mejor frente al abigarramiento algo gratuito y hasta impostado de piezas como ‘Asteroids City’ o ‘La crónica francesa’, en los que la acumulación de situaciones no permitía su natural digestión por parte del espectador (cabe recordar a Billy Wilder).

También la música de Alexandre Desplat, su colaborador habitual, se verá beneficiada, en este caso, con una partitura que funciona mejor a nivel metafórico y narrativo, y no solo como un mero colchón para marcar el ritmo, pero sin la mayor trascendencia emocional de otras ocasiones.

Gracias a este espacio abierto, la aventura cobra de nuevo su protagonismo. El propio Wes Anderson reconoce que, tras las imágenes de ‘La trama fenicia’, se esconde un homenaje al cine clásico con títulos como ‘Mr. Arkadin’, de Orson Wells. Un cine lleno de personajes enigmáticos y aventureros propios del periodo de posguerra. Y, si bien la distancia entre estos cines es enorme, algo de todo esto permea esta propuesta, una impresión.

Anderson no ofrece nada nuevo. Tampoco estamos ante su cine más brillante. O quizá sea que, como espectadores, ya nos coge sobre aviso. Pero al menos nos invita a pasar un rato entretenido. Not bad at all.