‘La quinta del sordo’
Claude Lantier, Eli Domingo, Judd Woland Rafael Molina y Yo Romero
Comisario: Javier González
Tuesday to Friday
Denia 45, València
Hasta el 5 de marzo de 2021
«Sermo est fictus, veritatis imago. Aphthonius, Progymnasmata»
Cuenta Borges que fue Oscar Wilde quien atribuyó irónicamente al escocés Thomas Carlyle la idea de redactar “una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención a las obras de Miguel Ángel”. Que nadie se extrañe: subrayando la ironía, Carlyle entendía que la historia del mundo no es otra cosa que la biografía de los grandes hombres (ver ‘On Heroes, Hero-Worship, and The Heroic in History’, 1841) y que cada cual es lo que hace.
Borges reseña esta boutade al inicio de su comentario sobre la novela ‘Vathek’ (1786), de William Beckford, pero lo que nos interesa más aquí es otra obra de Beckford: sus ‘Biographical Memoirs of Extraordinary Painters’ (Londres, 1780, segunda edición, corregida y aumentada), que para mí se traduciría siempre mejor como ‘Biografías inventadas de pintores que no existen’.
Las Memoirs de Beckford juegan a la impostura a partir de ‘Las Vidas’, de Vasari, en una suerte de burla a propósito de la colección familiar de olvidados pintores flamencos reunida por su padre en la desaparecida Fonthill Abbey –también conocida como Beckford’s Folly–, en el condado inglés de Wiltshire. Fueron escritas por divertimento y, supuestamente, como método de aleccionamiento y para inspirar al ama de llaves familiar, encargada de explicar la curiosa pinacoteca paterna a los invitados durante su estancia en la mansión.
Se sabe que Beckford fue el responsable de estas visitas guiadas en su juventud, antes de convertirse en viajero y coleccionista impenitente, y que tal mujer se mordía los labios (y se moría de risa) mientras describía pormenorizadamente los temas representados en los cuadros y fantaseaba ella misma sobre las vidas de sus desconocidos autores.
Raros, fantásticos, satíricos, sutiles, exquisitos. Beckford escribre sobre el pintor viajero y coleccionista Aldrovandus Magnus, que lo pierde todo en un incendio, incluso la vida; sus aventajados discípulos y opuestos entre sí, Andrew Guelph y Og de Basan, de aventuras por Italia; el dulcificado y amabile Sucrewasser de Viena, adorador de sus maestros; Blunderbussiana, pintor algo estúpido que aprende diseccionando y dibujando los cadáveres de las víctimas de su padre, asesino a sueldo; y, por último, el enormemente cursi Watersouchy, que acabará sus días consagrado a lo insignificante y pintando una pulga.
Siguiendo el juego de espejos, en nuestra exposición –que lleva el mismo frontispicio que el librito de Beckford: la palabra falsa puede ser espejo de la verdad– se reúne una selección de obras de cinco artistas, igualmente extraordinarios, que se presentan bajo pseudónimo: Claude Lantier, Eli Domingo, Judd Woland, Rafael Molina y Yo Romero suenan a “pintores inventados” que en realidad muestran un giro inesperado, diferente, en la manera de pintar de otros tantos artistas conocidos: el secreto del paisaje, la historia natural del secreto, el bestiario freak, la manipulación y los devaneos del cráneo o el revival del gótico flamenco.
Pudieran ser una segunda versión, las vías alternativas, tan sólo divertimentos, pero sirva para enriquecer el misterio estas palabras de Jorge Ballester, entrevistado en El País, cuando decía: “si [Goya] muere antes de pintar la Quinta del Sordo, ‘Saturno devorando a sus hijos’, o aquel perro extraño, y se queda en el pintor de abanicos de la pradera de San Isidro, Goya es una mierda de pintor”.
Sólo por eso, por el intento antes del fin, la oportunidad de la diferencia y la rareza posible, quién sabe, merecía la pena hacerlo y reunir por sorpresa estas piezas de coleccionista.