#MAKMALibros
‘La mujer fugitiva’
Alicia Giménez Bartlett
Editorial Destino, 2024
Mucho antes de que la novela negra se pusiera de moda, hubo una mujer que, a mediados de los 90, renovó el género con dos ingredientes que le eran muy necesarios: una buena dosis de feminismo y otra de humor. Alicia Giménez Bartlett nació, en 1951, en Almansa (Albacete), estudió Filología y Literatura en las Universidades de València y Barcelona, respectivamente, y desde 1975 reside cerca de Vinaroz.
En esta localidad mediterránea al norte de Castellón creó su alter ego, la inspectora Petra Delicado, una de las primeras mujeres en la ficción española con permiso para llevar armas de fuego y ordenar: «¡Alto, arriba las manos!». Universitaria, dos veces divorciada y sin hijos, dura de pelar y sin pelos en la lengua, autoritaria con sus subordinados, especialmente con el subinspector Fermín Garzón, Petra rompía por completo los clichés imperantes en la época.
Hablo de hace casi veinte años. Hoy día, la novela negra está plagada de protagonistas femeninas, policías, periodistas y afines que resuelven casos supercomplejos sin despeinarse la melena, pero antes las únicas féminas en este tipo de literatura solían ser las víctimas, alguna femme fatale que pasaba por allí o la abnegada secretaria y cómplice del héroe.
Aunque con menos tirón que ahora, la novela policiaca, criminal o de misterio siempre tuvo su propio espacio en las librerías, pero dedicado casi exclusivamente a la novela americana traducida en colecciones que hoy son de culto. Como autores autóctonos que hayan dejado persistente huella, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín y pare usted de contar, sin olvidar a Francisco García Pavón y su simpar Plinio.
A lo largo de las últimas décadas con once títulos de la serie, Giménez Bartlett ha consolidado a su dúo protagonista, Petra y Fermín, dotándolo de una gran humanidad que se expresa a través de sus chispeantes diálogos, en los que los aspectos más sórdidos y chungos de la vida se desdramatizan gracias a un ingenioso sentido del humor. Sin caer nunca en la parodia ni en la chabacanería, nos matan de risa mientras investigan alguna muerte no precisamente natural.
Además de ser pionera en un género en alza, Giménez Bartlett ha demostrado su versatilidad literaria con grandes novelas, como ‘La Pastora’ (Premio Nadal 2011), que describe la vida de un maquis que padecía disforia de género, o ‘La Presidenta’, vagamente inspirada en la dramática muerte de Rita Barberá.
Es una de mis autoras preferidas, pertenece a mi generación y se trata de una persona sencilla y encantadora. Por todos estos motivos celebré el regreso de su Petra tras algunos años de ausencia, desde 2017, y me apresuré a descubrir su último caso: ‘La mujer fugitiva’ (Destino, 2024).
Encontré a la heroina un poco más mayor, lógicamente, y algo de capa caida en su faceta policial, como si su proverbial intuición o instinto sabueso le hubiera abandonado. De hecho, pasa toda la novela dando tumbos y palos de ciego en persecución de una trouppe de propietarios de camionetas gastronómicas, food truck, a los que Garzón llama ‘saltimbanquis’ por su vida nómada.
Uno de ellos, un atractivo francés, aparece cosido a puñaladas en su vehículo y la única pista es una mujer francesa que el día anterior le hizo una compra importante. Las pesquisas conducen a Petra y Fermín en un tour policial por Badalona, l’Hospitalet, Mataró incluso hasta Lleida y Tortosa, y a pelearse con un teniente de la Guardia Civil que se entremete.
«Durante toda mi vida profesional me había tocado investigar más de un caso difícil. Sin embargo, no recordaba ninguno en el que el pálpito de estar cerca de una resolución estuviera tan alejado de una comprensión lógica», reconoce la inspectora.
Quizás para compensar la azarosa investigación que no logra llevar a buen puerto, la vemos más sabia y aguda que nunca. Solo en los primeros capítulos suelta varias perlas cultivadas: «Aquel que mucho habla es porque tiene poco que decir»… «La intuición femenina es uno de los clichés sobre las mujeres menos pestilentes que circulan por ahí»… «De todas las instituciones que velan por nuestra privacidad, la banca es quien lo hace con más ahínco y convencimiento»… «Los hombres débiles suelen ser inteligentes».
La trama policial se entreteje con escenas de su vida familiar con su tercer marido, el arquitecto Marcos y sus hijos, con los que tiene una relación cordial. «Una de las razones por las que me juré desde la infancia no tener hijos era la culpabilidad que veía proliferar entre las jóvenes madres con quienes me topé: todas sufrían por las ausencias familiares que suponía cumplir con su trabajo (…) Pero el destino, que es arrogante y puñetero, me había conducido al mismo lugar, aun sin reproducirme», reflexiona Petra con ironía. En su apacible entorno doméstico parece abrirse una grieta a la que no puede prestar demasiada atención debido al endemoniado caso al que se enfrenta.
La médula de la historia como ocurre en todas las entregas de la serie es la relación de Petra con Garzón. La tensión que al principio existía entre ellos se ha disipado: son uña y carne. Una pareja de Sanchos de distinto género que escoltan a un viejo Quijote llamado Justicia. «Garzón era un budista con una pátina castiza», lo describe Petra. «Era como si tuviera un pozo secreto de felicidad del que iba sacando remanentes».
En la novela negra de hoy dominan las historias truculentas con asesinos en serie que desafían la verosimilitud, artefactos concebidos con precisión de reloj suizo. Al margen de las modas, desde los inicios de su serie con ‘Ritos de muerte’ (1996), Giménez Bartlett creó su propio estilo de corte costumbrista y crítico en el que se vale de los crímenes como excusa para retratar los distintos estratos sociales.
Como un par de diablillos cojuelos con placa y pistola, Petra y Fermín irrumpen en la intimidad de las víctimas, de los sopechosos y alborotan el gallinero para descubrir lo que se esconde bajo las decorativas plumas, bajo las lujosas alfombras.
A diferencia de otros autores que matan de hambre a sus protagonistas, Giménez Bartlett los tiene bien alimentados. La tapa y la cervecita están incluidas en la investigación, y eso le permite reflexionar sobre el típico bar cutre: «Cristales sucios, pizarra garabateada con las especialidades gastronómicas, sillas y mesas de plástico rojo, con el logo de una conocida marca de cerveza».
O entonar un panegírico a los camareros españoles, «más útiles que el gremio de psiquiatras en su integridad». Petra y Fermín no son tan sibaritas como el detective Pepe Carvalho; les vale un bocata, unas morcillas o un plato de caracoles. Son fáciles de contentar, especialmente el tragaldabas del subinspector que en este caso se pone las botas gracias a los chefs nómadas.
Desde Agatha Christie a Fred Vargas muchos autores del noir se han encariñado con sus protagonistas, pero ninguno de ellos, si no me equivoco, les ha dedicado un libro entero para contar su vida en una especie de falsa autoficción.
González Bartlett lo hizo en ‘Sin muertos’, en la que relata en primera persona la vida de Petra Delicado desde su infancia a sus pinitos policiales pasando por sus fallidos matrimonios. Se podría decir que el vínculo que mantiene con su protagonista es tan fuerte como el que existe entre mellizas. Mellizas mentales, claro está.
No quiero adelantar acontecimientos, pero el desenlace de ‘La mujer fugitiva’, sumamente dramático, me hace pensar que Petra y Fermín volverán a visitarnos. Ojalá lo hagan. Siempre serán bienvenidos por sus fieles lectores.
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